Organización Social del Trabajo es una materia que se dicta en cuarto año de la Carrera de Sociología, dirigida a estudiantes avanzados, próximos a graduarse. Desde que comencé a dar clases en esta materia (en el 2010) las cursadas han sido extraordinarias por numerosos motivos: la heterogénea composición de estudiantes (edades, trayectorias, pertenencias de clase), y su capacidad a esta altura de la carrera para vincular teorías, nociones y debates con sus experiencias personales, familiares e históricas. Además un clima político-intelectual en el IDAES, y en general en nuestra Universidad, muy empoderada durante los últimos años, que desafía nuestra labor docente y de investigación. El desafío, a mi entender, consiste en convertir el empoderamiento en un proceso efectivo de ampliación de derechos y de enriquecimiento de saberes sociales para potenciar los procesos de transformación social. Conversión que, sabemos muy bien, no es sencilla ni automática, está subordinada a numerosas tensiones y por eso tenemos que construirla diariamente.
“Nunca entré, es tan linda que pensé que era privada” me dijo un día un laburante que vive en San Martín. Hay mucho para reflexionar en torno a esta apreciación si consideramos que tiene significación sociológica.
¿Cómo hacemos sociología en UNSAM? Y yo que, como la mayoría de mis colegas, vengo de sociales de la UBA y estoy en el CONICET. ¿Cómo comprender y explicar nuestras propias prácticas, como investigadores, como docentes? ¿Cómo comprendemos lo que importamos: rutinas o inercias académicas, modos de legitimación de ciertos saberes y de invalidación de otros, prácticas interesadas en la conservación de autoridad, prestigio y posiciones? Y cómo pensamos de nuevo entonces el lugar de las ciencias sociales en la sociedad, la vinculación entre comprensión y transformación, la implicación de la sociología con la realidad material del tiempo histórico.
Horacio González dijo hace unos pocos años: “la universidad tiene que replantearse el modo en que se establece el lugar donde hay otros saberes anteriores a ella, muy valiosos, muchas veces de origen popular o vinculados a sabidurías milenarias. Estructuras de conocimiento que la universidad debería desplegar sobre la base de que encierran tesoros secretos para las personas, y que muchas veces las viene a sustituir bruscamente con el canon científico-técnico”. Pienso que en sintonía con esta idea se produce, y cada vez tienen más gravitación en UNSAM y en el IDAES, iniciativas como el “Programa de Formación y Saberes Experienciales”, destinado a activar la pluralidad de saberes que circulan en la sociedad.
En el mismo escrito, Horacio González, tras ironizar la actitud enfatizadora de los docentes, propone: “lo que me parece es que tiene que resurgir el uso de la palabra asociativa. Una buena clase es un buen capítulo de una investigación”.
Estas preocupaciones – ¿cómo hacer sociología? y más específicamente una sociología del trabajo justo en un territorio que nos recibe con gran cartel que dice ‘Capital de la industria’ – se fueron acentuando a medida que construía más experiencias de intercambio aquí dentro. Haciendo foco en fragmentos como los citados y gracias al intercambio con estudiantes y compañeros de trabajo que no sobreactuaron certezas, fuimos creando un programa de la materia y una dinámica de construcción de conocimiento en la cursada.
Y entonces aparecieron los saberes a partir de experiencias del trabajo directas e indirectas y de lecturas y reflexiones de muchos estudiantes. Como Omar Abdala, lector de textos políticos del marxismo y el trotskismo, quien decidió proletarizarse en los setenta cuando cursaba el primer año en la Universidad de La Plata y hoy está a punto de graduarse como sociólogo a la par que jubilándose como maquinista industrial. Como Camila Vallejo y el Chino Beltrán, lectores voraces de la doctrina y la historia del peronismo, Camila además imbuida, por historia familiar, en la experiencia de Grupo Cine Liberación. Walter Espinoza, delegado de la UOM en un call center, quien a partir de su práctica gremial pudo ayudarnos a comprender cómo esta aparente discordancia es la resultante de las formas de precarización de las cadenas de la tercerización laboral en el mundo del trabajo. También las valiosas intervenciones de dos estudiantes que fueron cajeros de supermercados como Cintia Cavallo y Gustavo Báez y nos ayudaron a definir durante las clases los procedimientos cotidianos de la transferencia del riesgo empresario hacia los trabajadores. Las intervenciones de Silvia Milano, quien a medida que leíamos a exponentes de las teorías críticas del managment, ilustraba la noción de cinismo corporativo con las afirmaciones que escuchó a diario durante muchos años en las empresas del sector financiero en las cuales trabajó.
Esto quiere decir que en muchos ratos de la cursada nos encontramos hablando juntos de teorías, nociones, perspectivas sobre el trabajo, el empresariado y el sindicalismo.
En términos metodológicos a los efectos de retener estos saberes que alimentaron las cursadas y de objetivar las experiencias, recurrimos a dos técnicas metodológicas, dos ejemplos de los trabajos realizados a partir de ellas son incluidos en este número: El relato de vida, en este caso construido por Analía Amejeiras, a partir de una entrevista sobre la trayectoria de vida de Omar Abdala: ‘La clase de mi vida’; y la auto-etnografía que escribió Jorge Manuel García: ‘Estamos en la tierra de todos, en la vida”.
En consonancia con esta idea de trabajar con la palabra asociativa nos propusimos también la revisión crítica de una multiplicidad de géneros de representación. Coincidiendo con Howard Becker pensamos que “Para hablar de la sociedad, la sociología no basta”. En este sentido, además de leer críticamente a numerosos autores determinantes del pensamiento sociológico como Engels, Marx, Durkheim, Gramsci o Castoriadis, recurrimos a importantes intelectuales latinoamericanos como Guillermo O’Donnel, Juan Carlos Torre o Álvaro García Linera; a escritos de reflexión política como los de J.W. Cooke o Ernesto Guevara y también a otros géneros de representación de la sociedad: una novela, una pintura, una fotografía, un documental.
De este modo los recortes reflexivos sobre la relación entre capital y trabajo resultaron enriquecidos con la novela Tiempos difíciles de Charles Dickens o Un mundo feliz de A. Huxley , las películas Germinal de Claude Berri basada en la novela de E. Zola y Tiempos Modernos de Chaplin, el comic El Grito del Pueblo de Tarde/Vautrin sobre la Comuna de París, documentales como La hora de los hornos del Grupo Cine Liberación o El fondo del aire es rojo de C. Marker, cuentos como Los mensú de Horacio Quiroga y La fiesta del Monstruo de Borges y Bioy Casares; revistas nacionales de debate político como Contorno o Crisis y diversas pinturas y fotografías.
“Recorridos visuales por la Organización Social del Trabajo” es una creativa composición que realizaron Amaranta Rodríguez Calvin, Romina Rossi y Camila Vallejo, en base a un trabajo de selección de fotografías en el Archivo General de la Nación. En consonancia con lo dicho, sus autoras, realizan una valoración sociológica de otro género de representación.
Los puntos de partida conceptuales de la materia requieren un breve desarrollo: definir el trabajo, significó no sólo reponer su relación con el capital, sino también la indeterminación que corroe históricamente la transformación de la fuerza de trabajo en trabajo efectivo y que hace que la historia del trabajo sea también una historia política que abarca desde las irrisorias resistencias cotidianas hasta los grandes movimientos huelguísticos, las sublevaciones o las organizaciones revolucionarias.
Si apelamos a otros géneros, Charles Dickens, en Tiempos Difíciles, al recrear el capitalismo industrial con sus “tropas de cuantos o tantos centenares de brazos saliendo de unas vidas cortas y abundantes y de las monstruosas serpientes de humo y cenizas que desde la fábrica de tejido se desenroscaban por encima de Coketown desde el amanecer del lunes hasta el anochecer del sábado”, sostiene que: “se sabe, a la libra de fuerza, lo que rendirá el motor; pero ni todos los calculistas juntos de la Casa de la Deuda Nacional pueden decir qué capacidad tiene en un momento dado, para el bien o para el mal, para el amor o el odio, para el patriotismo o el descontento, para convertir la virtud en vicio, o viceversa, el alma de cada uno de estos hombres que sirven a la máquina con caras impasibles y ademanes acompasados”.
No menos importante fue asumir colectivamente, en el inicio de cada una de las cursadas, que la historia del trabajo se hace adentro y afuera de las fábricas y en los modos en que, en distintos momentos históricos y en los centros y periferias, se vinculan ambos. Lo que significó evitar un recorrido, reiterado en programas de enseñanza, por las formas de organización empresarias de los procesos de trabajo: yendo desde la destrucción del oficio, el taylorismo, fordismo, escuela socio-técnica, toyotismo, new managment, etc. que abonan al espejismo de que el trabajo está y es organizado adentro de las fábricas.
En los tiempos iniciales de la industrialización, que se actualizan de modos diversos a lo largo de la historia, Engels sostiene en La situación de la clase obrera en Inglaterra, que los trabajadores dirimen sus condiciones de vida entre la fábrica y las calles donde “mediante la mendicidad y los hurtos, la limpieza de veredas, la recolección de estiércol, los viajes con carritos y asnos la re-venta, y cualquier otra trabajito de ocasión los superfluos sobrellevan una mísera existencia. En todas las grandes ciudades, se ve una masa de esta clase de gente, que con los pequeños servicios ocasionales, ‘mantiene unido el cuerpo al alma’, como dicen los ingleses”.
Si volvemos a reponer la dimensión política entonces también podemos reconocer ‘el movimiento obrero’ de cada momento histórico (el de adentro de las fronteras fabriles y sus formas políticas, por ejemplo el sindicato) y el ‘otro movimiento obrero’ (el de afuera de las fábricas y muchas veces también fuera de los sindicatos).
Algunas cuestiones que fueron surgiendo a partir del reconocimiento de saberes, de la multiplicidad de géneros, de las formas en las que decidimos mirar el trabajo, tuvieron que ver con cómo lograr que el aula habilitara dos momentos: uno de ensimismamiento para construir capacidad de reflexión, conocimientos comunes, un espacio de significación controlado; otro, que habilitara las aperturas y ensayar el oficio de investigar: salir del aula para ingresar a una fábrica industrial (Escorial), a una planta de reciclaje de basura (la Cooperativa Bella Flor), a una empresa textil recuperada por los trabajadores (Alcoyana), a una empresa de fabricación y reparación de material ferroviario (Emprendimientos Ferroviarios) en pleno proceso de toma por parte de los trabajadores cuando denunciaban el vaciamiento, deudas salariales y planteaban la recuperación estatal de una producción estratégica. Pero también abrir el aula a las visitas de los delegados sindicales de Emfer, de integrantes de la Comisión directiva de la UOM San Martín, de un referente de una agrupación empresaria llamada La Gelbard San Martín, de muchos trabajadores de los espacios referidos, de investigadores especializados en problemáticas afines como la de Nicolás Diana Menéndez que acompañó varios de estos recorridos y contribuye con un escrito, también Verónica Gago, Rosario Espina y Paula Salgado. Por último Marisa Vázquez Mazzini, graduada en maestría del IDAES, que vino al campus a presentar su trabajo de tesis: “La gestión del cariño”, una etnografía sobre la enseñanza y el aprendizaje del management en una escuela de negocios.
Del itinerario de salidas y entradas, de práctica de investigación en acto, elegimos acá un grupo de trabajos que organizamos en dos partes:
‘Alcoyana, alcoyana’, reúne un conjunto de escritos vinculados con la empresa textil nacional que quizás muchos recordemos con la voz de B. Carámbula en sus programas de entretenimiento en tiempos en los que resultaba más difícil vislumbrar el vaciamiento que sufriría la empresa y el padecimiento transferido a los trabajadores y sus familias. Visitar Alcoyana nos perturbó a todos. Un residuo del llamado gigantismo industrial del cual Alcoyana existe como ‘sobreviviente’. Enorme, derruida, obsoleta, se ha puesto a producir a manos de los trabajadores y sobre sus espaldas. ¿Capitalismo al límite? propone el dossier integrado por un registro de campo y un trabajo de reflexión sociológica de Diego Martín. Y también dos reflexiones breves planteadas por Analía Amejeiras y Cintia Orellana. Finalmente el trabajo de Paula Salgado que recorre los grandes trazos de la producción textil en Argentina.
Al intentar caracterizar el ciclo de reindustrialización la investigación reciente está mostrando cómo en la actividad textil no resurgieron las empresas medianas que quebró el neoliberalismo, sino que el crecimiento se sostuvo a través de complejas cadenas de subordinación que entraman galpones y talleres clandestinos asegurando las rentabilidades extraordinarias de unas pocas grandes marcas en su mayoría trasnacionales. Aún con sus diferencias el gigantismo de Alcoyana no es una excepción a una producción en el nivel de supervivencia.
Con este tipo de visitas, como también la que realizamos a la Cooperativa Bella Flor (una planta de Reciclaje de basura ubicada en los predios del CEAMSE en José León Suárez) nos acercamos a una discusión sustancial sobre los rasgos del actual entramado productivo, como el que describe García Linera con la noción de ‘modernización’ barroca: “un sistema productivo dualizado entre un puñado de medianas empresas con capital extranjero, tecnología de punta, vínculos con el campo económico mundial, en medio de un mar de pequeñas empresas, talleres familiares y unidades domésticas articuladas bajo múltiples formas de contrato y trabajo precario a estos escasos pero densos núcleos empresariales”.
El otro apartado, “Industria nacional y activismo sindical ¿es posible?”, vuelve sobre algunas discusiones vinculadas con el actor empresario nacional, los sindicatos y los límites viejos y nuevos de los proyectos industrializadores. Discutimos cómo para el proyecto desarrollista latinoamericano decir industrialización de algún modo ya significaba decir desarrollo. Quienes cuestionaron el proyecto desarrollista hablaron de ‘subdesarrollo’ para advertir sobre los problemas específicos que el tipo de industrialización de la periferia produce en el desarrollo local. Y luego reflexionando el peronismo y experiencias como el Congreso de la Productividad y el Bienestar Social reconstruimos la aspiración policlasista encarnada en la CGE, la CGT y la conducción política de Perón y también el campo de tensiones que producía. En este marco discutimos los valiosos aportes de Guillermo O’Donnel en torno a la noción de burguesía local. Posteriormente leyendo a Cooke y a Rodolfo Walsh visibilizamos idearios que rechazan la ‘industrialización a secas’, que definen el policlasismo como un momento táctico del proyecto de liberación nacional y que, destacando la dimensión política del desarrollo, refieren a un modelo político-productivo en términos de industrialización con protagonismo popular.
En este marco de discusiones visitamos, justo frente a nuestro campus, la empresa Escorial. La empresa sufrió en carne propia la crisis de 2001 y un crecimiento muy significativo durante la década siguiente, llegando a una producción de 22.000 cocinas por mes. “En la actualidad somos la fábrica que más cantidad de cocinas vende en el país”, afirma con orgullo el gerente que nos acompañó durante el recorrido. El proceso de automatización acompaña el crecimiento y acrecienta la productividad y la tasa de explotación del trabajo. Durante el recorrido hablamos también de la UOM y la forma en que se impuso en la perspectiva empresaria una cuenta más ajustada de costos y beneficios: “tenemos orden de hacer a rajatabla lo que dice el sindicato, ni más ni menos, antes teníamos muchos conflictos pero ahora ya no tenemos problemas (…) Las mejoras se fueron generando, se pusieron en acuerdo con los delegados. Y también porque cuanto mejores condiciones de trabajo haya, menos vas a pagar de ART, a nosotros nos conviene también. Nosotros estamos camino a ser categoría A, partimos de la E. Pagamos por cada operario 50 pesos, la categoría A paga 25 centavos porque, claro, el riesgo de que se fatigue, se canse, se lesione, es menor, obviamente”.
El recorrido transcurre con relatos vívidos sobre lo que consideramos los límites de la denominada burguesía nacional: Alemania, Hungría, Suiza… se vuelven omnipresentes en la descripción del proceso productivo, también los países desde los cuales se importan piezas, y en conjunto nos permiten dimensionar la escala de la subordinación del proyecto industrializador: “nosotros tenemos todo el sistema automatizado, todo se guarda en un .zip que lo manda automáticamente a Suiza, y en Suiza le hacen todo y te mandan el reporte ‘la pistola dos está fallando’. Y para el resto vienen de allá y de los demás países a hacer el servicio técnico. Igual no implica que las prestaciones más pequeñas se hagan acá”. El registro de nuestro interlocutor no es de dilema frente a la dependencia sino más bien de certeza sobre el éxito en la última década que se explica exclusivamente por la decisión de “europeizar” su producción.
Siguiendo esta línea de discusiones proyectamos Gelbard, el último burgués y debatimos el documental en el aula con la visita de Marcelo Papir, representante de la agrupación empresaria La Gelbard de San Martín. Finalmente realizamos un encuentro con los delegados de la empresa EMFER e integrantes de la comisión directiva de la UOM San Martín que nos permitió analizar tensiones propias de la relación entre idearios políticos y entre bases y cúpulas sindicales.
Retomando este orden de problemas el dossier contiene cuatro trabajos. Un registro de campo y reflexión sobre la visita a Escorial, elaborado por Omar Abdala. La reflexión en clave histórica de Mauricio Royg “¿Es posible una alianza policlasista?” y los trabajos de Nicolás Diana Menéndez y Walter Espinoza, que a través de diversas fuentes, aportan claves de lectura sobre la coexistencia difícil entre activismo sindical y actual entramado industrial, poniendo de relieve las complejidades de la extensión del dispositivo de la tercerización laboral.
Finalmente, en este número se incluye un artículo sobre un ciclo de Conversatorios organizado en CUSAM por iniciativa de la Carrera de Sociología y docentes-investigadores y autoridades como Gabriela Salvini, Diego Escobar, Gonzalo Nogueira, Natalia Ojeda y Daniel Salerno.
Concebimos los Conversatorios como espacios de intercambio y reflexión, alejados de formalismos, y sintonizado con el planteo de controversias y desafíos muy actuales de nuestra realidad social. De este modo realizamos cinco conversatorios en los cuales participaron y realizaron exposiciones investigadores de otras instituciones (Fernando Calderón, Manuel Castells, Claudia Cesaroni, Alejandro Isla, Mauricio Manchado, Francisco Scarfo),
Una aclaración final. Decidimos reducir, en todos los escritos que integran este número de la revista los formalismos academicistas, asumiendo algunos riesgos, y convencidos, como decía Wright Mills, de que escribir vale la pena únicamente si mantenemos intacta la pretensión de ser leídos.
El mérito de la directora de la revista, Lucía Álvarez, y de Amaranta Rodríguez Calvin, Romina Rossi y Camila Vallejo, en la labor de edición y diseño de los materiales, es invalorable.
Vale la pena compartir con el lector que realizamos un ejercicio colectivo de reflexividad en esta dirección en los Estados Generales del Saber de Sociología y Antropología que organizamos en la UNSAM a fines de 2014.
Según nos contó el representante de la empresa que guió la visita la empresa estuvo a pérdida y luego cerrada en 2001.
CUSAM es el espacio universitario que tiene la UNSAM en el Complejo Carcelario de José L. Suárez, Partido de San Martín. En este espacio, el IDAES dicta la Carrera de Sociología. Actualmente muchos de sus estudiantes se encuentran realizando sus investigaciones de tesina sobre la cárcel.