Para hacer un juego de palabras, podríamos empezar así: la economía popular tiene márgenes difusos. Allí conviven y se articulan la formalidad con la informalidad, lo legal con lo ilegal, las relaciones de mercado con las personales y de confianza, pequeñas ferias locales con grandes circuitos de comercio internacional, cooperativas de trabajo que prestan servicios o fabrican productos para el Estado y para privados con pequeños emprendimientos individuales o familiares, cálculos financieros con las esperanzas más vitales.

Basta pensar en los recorridos que realizan los productos comercializados en las ferias populares, manufacturados muchas veces en talleres clandestinos locales o extranjeros para llegar a La Salada y de ahí a la venta ambulante; o en las cooperativas conformadas a partir de subsidios estatales para limpiar arroyos en el conurbano bonaerense; o incluso en los trabajos más moralizados como los “cuidacoches” para dar cuenta de su labilidad y su difícil definición.

No es posible definirla como una economía meramente informal, aunque se trate de un sector con amplios grados de informalidad, puesto que no siempre es el caso ni es exclusivo del mismo, como atestiguan las cooperativas y como se evidencia en los diversos sectores de la economía “formal” en los que persiste el empleo asalariado no declarado, ya sea en la actividad primaria, manufacturera, de la construcción o de servicios. Lo formal y lo informal resultan categorías difusas por las múltiples articulaciones que adquieren en el conjunto de los procesos económicos actuales y en la vida de personas y de bienes que pasan de un registro a otro en el curso de un mismo día.

Tampoco esa heterogeneidad está unificada por una lógica antimercantil, en la que prima el don y la solidaridad, como algunos podrían idealizar. Y lo que es seguro, no se evidencia (como en ningún lado) el homo œconomicus fabricado por la ciencia económica, que sólo actúa maximizando su interés.

Ante este panorama, el lector, con razón, podría preguntarse si esa masa multiforme de prácticas y de lógicas no se da también en “otras” economías, si esas mismas heterogeneidades (con todas las precauciones del caso) no suceden entre traders bursátiles, en reconocidas empresas textiles o en grandes corporaciones; si no operan allí también informalidades, redes personales e ilegalidades, como han mostrado numerosos trabajos académicos y como recientemente han puesto en evidencia los “Panamá Papers”.

Las características que hemos enunciado tratan de las formas que va adoptando esa economía popular pero que no llegan a definirla. Y entonces, ¿cuál sería su especificidad? ¿Por qué hablar de economía popular? Creemos que lo que mejor define a este tipo de economía es que parte del propio trabajo y no del capital. Se trata de los múltiples modos que las personas encuentran para obtener dinero a partir de su propio trabajo, no en oposición al capitalismo ni al mercado, sino en sus pliegues, en sus intersticios, incluso muchas veces impregnado de los valores que el propio capitalismo promueve, como el emprendedurismo y el ser empresario de sí.

Lejos de ser un fenómeno local, la economía popular se presenta como la economía propia de amplios sectores de la población mundial, incluso en los países más “desarrollados” y, como dijimos, no se trata de una economía que esté “por fuera” del capitalismo, sino que puede pensarse incluso como unas de las consecuencias de la reestructuración neoliberal iniciada en la década del 70.

Se trata de maneras originales de inserción de grandes sectores populares en una economía global que ya no está regida por el capital industrial sino por el capital financiero, lo cual fue posible gracias a un reconfiguración de las instituciones que eran constitutivas de la hegemonía del primero sobre el segundo. En otros términos, las diversas experiencias políticas e institucionales que cristalizaban cierta paridad en la pugna entre el capital y el trabajo, hoy se sostienen a duras penas cuando no han sido ya desmanteladas por completo. Para esto basta echar una mirada sobre los procesos que sacuden a Europa, donde aún el Estado de Bienestar mantiene (o mantenía) cierta presencia.

Paralela y correlativamente, la figura del trabajador industrial como paradigma del trabajo y del sujeto político ha dejado de tener preeminencia por la sencilla razón de que la producción industrial ya no es la punta de lanza de la acumulación, lo cual no significa que haya desaparecido, sino que se halla subordinada a la axiomática del capital financiero. En este sentido, la economía popular aparece no como una figura marginal, sino como una parte (nada despreciable) del cuadro completo de la economía contemporánea, en donde ya no parece posible la absorción de una población antaño asalariada.

Por otra parte, esas maneras originales de inserción que, como dijimos, parten del propio trabajo, no están excluidas por ello de la explotación. Sólo que ahora se produce bajo otras formas no tan directas como el trabajo en la fábrica. Los mecanismos de captación que implican los impuestos se vuelven una forma de extracción redirigida no ya (como se acentúa en estos meses) a la aplicación de políticas sociales, educativas, de salud, sino a los pagos de las grandes deudas soberanas, es decir, al capital financiero. Varias de las experiencias latinoamericanas que hemos conocido en las últimas dos décadas apuntaron en parte a minimizar esa sujeción, aunque en ningún caso pudieron plantearse como una vuelta a modelos que tuvieron sus condiciones de posibilidad en un momento histórico preciso.

El tan ansiado ingreso de capitales nada tiene que ver con el aumento de la producción y del trabajo, sino con las posibilidades de valorización financiera que se le ofrecen. Como señala Mauricio Lazzarato, “el capital no apunta a la producción sino a la valorización, y la valorización apunta a la apropiación. La producción no es nada si no asegura la realización de la fórmula D – D’”.

A esa extracción impositiva debe agregársele el consumo a crédito que endeuda endémicamente a la población, especialmente a aquella que no tiene otra modalidad posible de consumo, es decir, a los sectores populares, donde sabemos que las condiciones de acceso a ese financiamiento siempre son más leoninas por las tasas de interés que se reclaman. Justamente, este pasaje hacia la deuda de pueblos y de consumidores implica un desplazamiento de la relación capital/trabajo hacia la relación acreedor/deudor, desplazamiento que es simétrico al proceso de financiarización.

Ante este panorama, no cabe pensar con añoranza la vieja sociedad industrial ni lamentarse por la desarticulación de LA clase trabajadora. De hecho, es posible pensar el período que se dio entre el fin de la segunda guerra mundial y la declaración de la inconvertibilidad del dólar en oro en 1971 por parte del gobierno de Estados Unidos (lo que implicó que este país ya no estaba sujeto a las reservas en oro para emitir moneda y dar crédito a otros países), apenas como un paréntesis en la historia del capitalismo. Cabe sí, indagar las formas múltiples y complejas que va adquiriendo el trabajo de los sectores populares, sus economías y sus modos de subjetivación. Cómo producen, intercambian, consumen, se endeudan, dan crédito y, especialmente, cómo se piensan así mismos como sujetos de derechos en todas esas actividades y cómo se asocian y organizan para ello.

He aquí un programa ambicioso de investigación fundamental para repensar el lugar de esas prácticas no ya desde la marginalidad o la informalidad sino desde la positividad que presentan. No es que dicha economía lleve una lógica unificada ni una moral que le sea propia, pero sí puede generar espacios de articulación política, que todavía parecen lejanos, y al mismo tiempo, ya empiezan a desarrollarse.

Como señala Emilio Pérsico en este número, se trata en la actualidad de una lucha por la dignificación del trabajo, pero cuyo derrotero no es posible conocer a largo plazo. Es el sujeto actual, no el “histórico”. Es por esto que se le dedica este dossier de Márgenes a un objeto que todavía se halla en discusión, con el espíritu no de cerrar sino de abonar dicho debate y comprender un poco más cuáles pueden ser las especificidades, las problemáticas, los desafíos y las potencialidades de esa economía que, sin ser marginal, se construye en los pliegues.

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