¿Cómo interpretar a la violencia? ¿Cómo abordar un tema siempre tensionado entre las  posiciones políticas, éticas y académicas? Este número de la revista Márgenes bucea en un tema siempre polémico y escabroso: la violencia -o las violencias, para ser más precisos. Aquí encontraremos un mapa para atravesar –transitar pensando– algunos de los puntos cardinales de esta áspera geografía.

El primer paso en este recorrido es una de las preguntas más estimulantes: ¿Quién define a la violencia? De formas diferentes el interrogante da vueltas y vueltas. ¿Quién o quiénes dicen que la violencia policial es violencia? ¿Quiénes definen o no a las complicidades entre fuerzas de seguridad, políticos y los mercados ilegales como violentos?¿Quién define a la trata de personas como violencia? La respuesta es siempre la misma. La definición de la violencia es un campo de disputas. Son actores diferentes, con posiciones políticas y éticas diferentes, las que luchan por los sentidos de las prácticas. Una lucha desigual donde unos tienen más poder que otros. Donde unos cuentan con las leyes, los medios de comunicación hegemónicos y, muchas veces, el sentido común encarnizado. Un campo de batalla.Por ello, la definición de lo violento es una lucha –desigual y dinámica– por atribuir significados a las prácticas. Como en nuestra sociedad nadie, o casi nadie, quiere ser señalado como violento, la querella está en sobre quién cae esa mácula. Así, hábilmente –formas convencionales aquí evidenciadas– rotulan como “violentos” siempre a unos actores y no a otros. Se enumera, con ahínco, unas prácticas olvidando otras. El tránsito por este número de Márgenes exhibe la capacidad, diestra y siniestra, en construir esencialismos, en hacer de algunos estereotipos y grabar a fuego representaciones. Emergen los “violentos” que son siempre los más pobres, los más marginales y excluidos. Estos estereotipos son abordados en este número en el trabajo de Llopis, donde observaremos la sistemática enunciación de los pobres como violentos y nunca, y de ninguna manera, a la pobreza como violencia.

Con los “violentos” germinan adjetivos: salvajes, barbaros, incivilizados y etcéteras varios. Observamos cómo las violencias, por el ejercicio de la adjetivación, son arrojadas fuera de la razón, de la sociedad y de la civilización. Efecto perverso que impide el trabajo profundo de prevención sobre las violencias al olvidar las razones –culturales– que motivan las acciones. Dejando como única gestión ante la violencia la reacción punitiva. Este efecto, el de ubicar a la violencia en el mar de la irracionalidad, es en algunos casos más perversa y cínica, ya que clausura las relaciones que las legitiman. Ejemplo de esto es lo que pasaba con el tratamiento de las violencias policiales y, también, las machistas, que eran interpretadas –por muchos medios de comunicación, por el sentido común y los hacedores de políticas públicas– como excepcionales. Imaginadas estas violencias como inusuales y anómalas, se niega su recurrencia, su legitimidad grupal, impidiendo la reflexión y la intervención en las razones sociales que le dan sentido. En los últimos años se ha revertido con éxito este error y los trabajos aquí presentados aportan en esas lides.Entonces, la reflexión sobre la violencia abre un interrogante respecto al poder y las estrategias de definición y, asimismo, sobre su “naturalización”. Procesos lentos de construcción de sentido hacen más legítimas unas acciones que otras. Fundan ideas, sensibilidades. Crean monstruos y héroes. Imágenes perfectas que permiten idealizar y demonizar. La idealización heroica de la policía capaz de construir, por oposición, la imagen redundante, exagerada y simplificada del delincuente será analizado en este número en el trabajo de Maglia.

La mención anterior al plural de las violencias es una cuestión sustantiva. Decíamos que las estrategias de definición de la violencia, trabajan en la conformación de “una” violencia que olvide, opaque, invisibilice otros sentidos. El plural da cuenta de las múltiples legitimidades que disputan sentidos en torno a las definiciones de las prácticas y representaciones. Desnuda, también, los conflictos entre lo legítimo y lo legal, las incapacidades legales de mutar las legitimidades encarnizadas. Aquí hablar de violencias es reflexionar sobre las posibilidades e imposibilidades de usar la ley como herramienta para prevenir la violencia; los trabajos que hablan sobre las violencias institucionales nos muestran que esas prácticas validadas grupalmente no se modifican sólo con la persecución penal.Por otro lado, hacer foco en la relación entre ley y violencia nos alerta -como reflexiona el trabajo de Puglia– por el avasallamiento de la multiplicidad y de las subjetividades diferentes. Este texto pone sobre la mesa un tema siempre interesante y complejo: la relación estructura- agencia. Relación que cuando se habla de violencias, siempre parece más compleja, ya que la noción de violencia, muchas veces sin reflexión, nos arroja sobre una idea de víctimas preconcebida que debería ser retomada y regurgitada. Ideas que románticamente suponen –siempre erróneamente-  ausencia total de capacidad de agencia de aquellos que podemos considerar en sus múltiples variantes como víctimas. El trabajo de Fiquepron nos hace pensar en la noción de víctimas y abordarla de forma más compleja, iluminando las agencias donde otros ven pasividad.

Una de las virtudes de este número es la amplitud de reflexiones que habilita. Si, por un lado, el artículo de Llopis nos permite observar el rol de los medios de comunicación en la construcción de imágenes de peligrosidad, el trabajo de Mendoza camina por otras sendas. A través del estudio de la producción periodística de Javier Valdez en México señala cómo la muerte violenta –el asesinato–  se materializa en los que denuncian las masacres de los poderosos. A veces es irrefutable el refrán que dice “los medios apuntan y la policía dispara” haciendo referencia a la construcción de estereotipos que habilitan acciones violentas de las fuerzas de seguridad.  Sin embargo, otras veces, los medios apuntan a los que disparan y denuncian abusos, irregularidades y entramados de relaciones fétidas que cuidan el imperio de los mercados ilegales.Otra de las aristas abordadas en este número es la de la relación entre diferentes formas de la violencia. El trabajo de Schvintt emprende indirectamente una de las más complicadas tareas cuando hablamos de violencias: pensarlas encadenadas. ¿Cómo se relacionan diferentes formas de violencia? Pregunta complicada que muchas veces ha sido embestida, de forma simplista, a modo de causa-efecto. La respuesta errada es: algunas formas violentas causan violencias. Sabemos que las relaciones existen pero que de ningún modo pueden pensarse de manera determinista. Las violencias estructurales, que nunca son definidas de esta forma, como el hambre, la marginalidad y la desigualdad, son condiciones que facilitan la emergencia de otras formas de violencia pero que jamás las determinan. Si así fuese, olvidaríamos las heterogeneidades convirtiendo a los actores sociales en autómatas irreflexivos. Afrontar el encadenamiento de las violencias es, nuevamente, chocar con la relación agencia-estructura. Este número nos da pistas para abordar esta relación.

Por estos tiempos vivimos ante la inflación de las violencias. Aparecen, se definen y se visibilizan formas de violencia que antes estaban ocultas o eran totalmente naturalizadas. Mutación que evidencia disputas y dinamismo de lo que se define como violento pero, además, que permite abordar y modificar abusos que antes eran legítimos. Varios de los trabajos de este número abordan un tema incluido en esta lógica: la violencia institucional. La efectividad de la conjunción de estos términos radica en su capacidad para construir una sensibilidad que señale que muchas  prácticas policiales y del servicio penitenciario, por ejemplo, no son ni “naturales” ni excepcionales. Sensibilidad que permite desnudar las lógicas de la recurrencia y de transformar lo legítimo en ilegítimo. Los abusos eran tolerados dada su legitimidad por los abusados y defendidos por su excepcionalidad por los abusadores. Eran. La noción de violencia institucional modificó una sensibilidad, jugó el juego político y cambió lo antes legítimo. Bienvenido este número de Márgenes que juega este juego y que busca en la reflexión, en los márgenes –entre lo político y lo académico-, generar nuevas sensibilidades y modificar las anquilosadas.*Agradecemos a Fátima, artista comprometida con la temática que pensó y elaboró esta ilustración especialmente para Márgenes

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