Hoy en día pensar el amor no parece posible sin considerar los efectos de la realidad 2.0. Sin pensar primero qué entendíamos y qué entendemos por el amor hoy, y así luego poder responder sobre lo novedoso. Sobre los cambios que produce esta nueva forma de interacción en nuestra manera de vivir y recrear al amor.Desde hace unos años es común que escuchemos títulos como el amor líquido, los vínculos efímeros, el amor 2.0 y un sinfín de expresiones diversas que condensan un mismo diagnóstico: el amor está cambiando por las nuevas tecnologías. Esta aseveración implica al menos tres cuestiones centrales. Primero supone lo que el amor debe ser. Segundo realiza un diagnóstico histórico del sentimiento. Tercero, entre nostálgica y celebratoria, esta frase ve sólo cambios. Es necesario ir, como grita el dicho popular en la garganta de Luis Fonsi, despacito.Uno de los obstáculos que enfrentamos quienes pensamos el amor —o sea la mayoría de, si no todas las personas— es la de no caer en la trampa prescriptiva del amor. Cada vez que decimos algo del amor, se nos cuela en nuestro discurso —incluso en contra de nuestra voluntad— no sólo una definición de lo que es, sino de lo que debería ser. Quienes lean estas líneas podrán identificarlo a partir de un vasto conjunto de enunciados al respecto, como esos que nos han dicho alguna vez cuando andábamos mal de amores: si de verdad te amara, no te haría eso. El carácter prescriptivo tiene validez en la medida en que descansa en una premisa fundamental: existe una verdadera y auténtica forma de amar. El giro, a mi criterio, interesante de esta fórmula es que lo verdadero del amor descansa en lo sagrado, en los dioses. Ahora, que los dioses del pasado estén ligados a un credo religioso mientras que los actuales a la satisfacción de la propia individualidad, es otro tema.Culpar a las tecnologías de que el amor devenga líquido, si es que alguna vez fue tan sólido como estamos muchas veces tentados a creer, es confundir causas con efectos.Cuando ya advertimos que al pensar el amor lo estamos haciendo en su forma ideal, en cómo debería ser, necesitamos aferrarnos a algo para sostenerlo. ¿En qué podríamos basarnos si no es en las formas en que amaron generaciones anteriores? Aquí comenzamos a idealizar y romantizar las historias de amor de nuestros abuelos. ¿O acaso alguien se atreverá a decir que su abuela se casó con su abuelo por algo más pragmático y conveniente que por amor? Eso no llegará a los oídos de los nietos, en quienes resonará la forma en que sus abuelos lucharon contra las inclemencias del tiempo, sosteniendo un amor para toda la vida. Culpar a las tecnologías de que el amor devenga líquido, si es que alguna vez fue tan sólido como estamos muchas veces tentados a creer, es confundir causas con efectos. Y, recuperando amorosamente uno de los clichés de quienes hacemos ciencias sociales, la cuestión es más compleja. Decir que algo como el amor se ha vuelto líquido es decir nada si no presuponemos que antes había sido sólido. Es cierto que el matrimonio, bajo el modelo de varón proveedor, fue uno de los resortes de los Estados de bienestar. También es cierto que ese matrimonio debía estructurarse en base al amor. Ahora, eso no nos debe hacer suponer que el amor matrimonial de los Estados de bienestar sea la panacea que el neoliberalismo, junto con otros procesos, ayudó a derribar. ¡Qué lo romántico defina al amor, no al modo en que lo miramos históricamente!Habiendo ya planteado estas dos salvedades queda por responder qué hay de nuevo en el amor 2.0. Mi primera y más contundente respuesta es todo. Mi segunda y aún más contundente respuesta es nada. Lo novedoso de los te amo por WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram y otras redes que fluctúan en popularidad y cantidad de usuarios, debe evaluarse en la forma en que estas redes modifican las formas en que nos comunicamos. Intentemos pensar en sus equivalentes: las cartas que tan fervientemente se mandaban Florentino Ariza y Fermina Daza, protagonistas de El amor en los tiempos de cólera, de Gabriel García Márquez. Este intercambio epistolar tenía una intensidad tal que abrumaba hasta los lectores de la novela. Pero esas cartas no se podían leer y responder en el mismo momento en que uno las escribía, debían pasar días hasta que la respuesta llegara. Ahora, nadie acusaba al amor de ser lento y perezoso.Si vivimos en tiempos de inmediatez, el amor se vivirá bajo la locución adverbial del ahora mismo.Con WhatsApp, si alguien quiere decirle a otra persona que le gusta, se lo manda, y el Y vos a mí puede llegar un segundo después. Más allá de señalar lo interesante que sería pensar cómo vivirían estos amantes su historia en la era del WhatsApp, lo central es reconocer que el amor se amolda a las nuevas reglas de juego. Como pasa con muchas cosas, el amor necesita ser expresado, sea por palabras, sea por gestos. Eso nos lleva a ver que las condiciones materiales de existencia del amor han cambiado, y parece que se han universalizado. Pero ojo, no seamos etnocéntricos, en lugares en que el WiFi es un recurso escaso, el amor viste otras ropas. Lo más desafiante es ver cómo esas nuevas tecnologías por las que circulan los mensajes se convierten en condiciones de existencia de dichos mensajes. No son un medio entre otro por el que circula el amor. El Te amo de mensaje privado de Facebook, el Te amo en el muro de Facebook, el Te amo por WhatsApp y el Te amo por SMS son diferentes. Si bien el contenido lingüístico es el mismo, el sentido del te amo varía: si alguien me ama por mensaje privado de Facebook puede ser osadamente romántico, si alguien me ama en el muro que ven todos mis contactos pasa a ser desubicadamente cursi, si me ama por WhatsApp puede ser tenazmente intenso, si lo hace por SMS, bueno, ¿en serio no tiene un SmartPhone? La novedad aquí radica en que nos dimos cuenta de que esos medios de comunicación sirven para conformar la gramática del amor. Si vivimos en tiempos de inmediatez, el amor se vivirá bajo la locución adverbial del ahora mismo. Como nos ha venido mostrando la semiología y la semiótica, los medios hacen al mensaje. Entonces, ¿no es acaso momento de preguntarnos por las condiciones materiales en tiempos de cartas, teléfonos fijos y primeros e-mails de la misma manera en que nos lo preguntamos ahora por WhatsApp? ¿A alguien se le ocurrió alguna vez reflexionar sobre las incertidumbres que generaba mandar una carta de amor, cuando existían muchas posibilidades de que se perdiera en el camino? ¿Alguien interrogó la materialidad de esas cartas para pensar las condiciones materiales de ese amor? Preguntas que quedan abiertas.El otro aspecto novedoso es la objetivación de lo que circula por las redes. Veámoslo con un ejemplo. Si alguien sospecha que su pareja está teniendo una aventura con otra persona, ¿adónde irá a buscar la prueba? Casi la mayoría diría que en su celular, ese dispositivo que guardará las pruebas de las faltas que cometen los miembros de la pareja. Se pueden borrar, claro. Pero lo que aportan, en casos de estar ahí, son pruebas objetivas. Pruebas que a nadie se le ocurriría poner en duda. Se debatirá en torno a interpretaciones, pero no a su autenticidad. Si otra persona le escribe ¡Qué bien la pasamos anoche!, no se necesita contratar un Sherlock Holmes para develar el misterio. Casi como un eslogan, es simple, es claro.Un visto clavado puede ser leído como una ofensa y desvalorización de la persona en su totalidad, algo que no se debe a hacer a quien se ama, ofendiendo allí eso más preciado que tiene y que hereda de la modernidad: su individualidad.Se podrá objetar que si alguien le revisa el celular a su pareja puede ser entendido como una violación a la intimidad, una violencia sobre lo más sagrado que tiene: su yo. Y es aquí donde propongo pensar en lo poco novedoso, pero no por eso conservador, del amor 2.0. Una de las formas que encontré para sortear el obstáculo de la trampa prescriptiva del amor fue la de elaborar una definición minimalista. En Ciencia Política, es habitual encontrarse con esas definiciones de los elementos mínimos que tiene que tener eso que se define, como el Estado o la democracia, para poder realizar las respectivas comparaciones. Así, la definición mínima de Estado contiene tres o cuatro elementos distintivos que permite realizar un análisis más acabado entre diferentes Estados. La definición mínima de amor romántico que propongo es la libertad individual de la elección de la pareja. Puede parecer poco preciso, pero es la herramienta que me permite pensar el —otra vez valiéndome de expresiones políticas— amor realmente existente.El amor romántico fue estudiado desde la sociología a partir de la triangulación entre éste, la modernidad y la individualidad. Para que exista un amor romántico es necesario que se haya desarrollado la figura de individuo, es decir, de un ser que es en apariencia libre para tomar sus decisiones y armar su propio destino. Claro que son procesos largos, que llevan años y que tienen matices; no obstante, para nuestra concepción moderna occidental, es quien ama quien tiene que elegir con quien estar, y no la familia, la comunidad, los sacerdotes. Lo que hacen las nuevas tecnologías, que vimos cómo modifican la gramática amorosa al proponer nuevas semánticas y posibilidades discursivas con tiempos cortos, es reforzar el carácter individual del amor romántico. O sea, en última instancia, no suponen una superación de sus características individuales —que, por otro lado, tampoco tendrían por qué superarlo—. El amor 2.0 descansa, refuerza y exacerba ese carácter individual. Un visto clavado puede ser leído como una ofensa y desvalorización de la persona en su totalidad, algo que no se debe a hacer a quien se ama, ofendiendo allí eso más preciado que tiene y que hereda de la modernidad: su individualidad. En la medida en que el celular se vuelve un apéndice de la intimidad de las personas, quien se atreva a violar dicha privacidad, puede pensarse que estará violentando lo único y más sagrado que nos queda.Ahora bien, esas nuevas tecnologías no se sitúan en la estratosfera de los procesos políticos, sociales y culturales en los que estamos viviendo. En la individuación que hoy vivimos convergen los efectos de muchos y muy diversos procesos. Algunos de esos procesos son el neoliberalismo, que vuelve cada vez más fuerte; el movimiento feminista, que reclama la igualdad de oportunidades y el freno al patriarcado; la extensión de la narrativa psicoterapéutica, que tan profundo ha calado en Argentina; el mandato hedonista, que sostiene que todo lo que hacemos tiene que generarnos placer, por nombrar sólo algunos.En suma, entre lo nuevo, lo viejo y lo prestado se debate el amor 2.0. Analizarlo críticamente requiere poner en perspectiva sus especificidades. Lo nuevo viene de la mano de una gramática amorosa propia de la economía de la inmediatez, en la que las nuevas tecnologías resaltan por su aporte. La frase besos por celular de una canción de Divididos (Spaghetti del rock) debe reescribirse: besos por WhatsApp, caricias por Instagram, cariños por emojis. Lo viejo del amor 2.0 es su imbricación con el proceso de individuación. Si bien las tecnologías aportan herramientas para conectar más a las personas, en el mismo movimiento no hacen más que profundizar las individualidades amorosas de la modernidad. Lo prestado viene de la forma en que se lo juzga. En una verdadera e irreconciliable grieta, los nostálgicos románticos y los festejantes del amor 2.0 no hacen sino reactualizar un viejo debate: si el amor actual es tan bueno como el del pasado. Finalmente, podría objetarse que a la fórmula le falta lo azul, que las dos tildes del visto de WhatsApp aporten ese color.

2 Responses

  1. Es un texto para adolescentes, no me parece nada que se pueda sostener mas alla de un pequeño grupo societario de una determinada clase social y con ciertas características patológicas. La sociología siempre con sus pretensiones de decir nada sobre nadie! La sociedad piensa y vive mas las cosas, de lo que la sociología cree o alcanza a creer que analiza.

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