Ni sus 87 años le ponen un freno. Nelly Minyersky es dulcemente decidida. Su larga trayectoria como abogada especializada en derechos humanos y problemáticas familiares la convierte en una referente en materia jurídica. Amplia en su pensamiento, Nelly conoce en profundidad el Código Civil, de igual forma que es consciente de sus limitaciones sociales a la hora de implementarlo. Es clara en su convicción sobre la erradicación de la violencia de género: “se necesita un cambio muy profundo, hay que eliminar los estereotipos e impulsar una educación sexual desde muy temprano.” Historia de una militancia feminista en todas partes y a toda hora.Hay luchas que no sobresalen pero, discretas, marcan un camino. En el Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) de este año, en Rosario, 70 mil mujeres dieron el presente. Múltiples banderas y grupos visibilizaron deudas pendientes, lucharon por derechos aún no reconocidos, exaltaron sus demandas. En la última marcha de las compañeras hubo enfrentamiento y represión: justo a punto de terminar la caminata, contingentes fueron confrontados por fuerzas policiales, balas de goma y gases lacrimógenos. A escasos metros de ahí, Nelly Minyersky, semblante tranquilo, pequeña estatura y gran porte, contemplaba la escena acompañada de su elegante bastón.
Entre conferencias, investigaciones, clases y proyectos personales, la abogada especializada en derecho de familia, salud sexual, derechos humanos, violencia familiar y problemáticas Infanto-Juveniles, nos dio un espacio para conversar. El encuentro fue en su antiguo estudio sobre avenida Corrientes, una oficina ocupada por una biblioteca llena de fotos familiares y un pulcro escritorio con más fotos, carpetas y notas de periódico recortadas. Y sobre ellos, un libro: “Deshacer el género”, de Judith Butler.
Nelly es abogada desde los 27 años. Antes estudió ingeniería hidráulica, pero la abandonó por una grave enfermedad de su hijo mayor. Su vocación era el Derecho. En el ‘98 recibió el Premio 8 de Marzo “Margarita de Ponce” de la Unión de Mujeres de la Argentina y en 2002 la Asociación de Especialistas Universitarias en Estudios de la Mujer le otorgó el “Premio Reconocimiento”. Hoy, a sus 87 años, continúa litigando, investigando y dando cátedra en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
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Su padre nació en la actual Moldavia, en el límite de Rumania y lo que era una parte de Rusia. Vino a los 23 años, siguiendo los pasos de una hermana casada en Argentina. Por un trabajador ferroviario se fue a San Miguel de Tucumán, ciudad en la que ya vivía la madre de Nelly, porteña de nacimiento.
Nelly se crió en una casa a lo Boquitas pintadas, con el “runrun” de tías, abuelas y primas, “esa cosa muy provinciana, muy ilusión del amor”, recuerda. Su padre tenía una librería y juguetería. Su madre era ama de casa. Había sido elegida, entre los seis hermanos, para abandonar la escuela la primaria y así ayudara en el hogar. Fue ella, por eso, quien impulsó que Nelly y sus hermanos estudiaran una carrera universitaria.
Pertenece a la generación de la Segunda Guerra Mundial: de esos años recuerda a su padre llorando y los discursos de Hitler transmitidos por radio. Vivir esa guerra fue algo impactante para su formación, un parteaguas para pensar los derechos humanos y los procesos de paz.
A los 18 años contrajo matrimonio con su primer esposo y cambió su residencia a Buenos Aires, donde estudió Derecho, nueve años más tarde, ya siendo madre de dos hijos.
-Me hice uno de esos tests vocacionales malos. Yo podría haber elegido cualquier carrera, menos filosofía que me resultaba muy abstracta. Al final me dijeron que podía seguir cualquier cosa menos artes plásticas, mis dibujos habían salido muy malos en aquel test (ríe). Tenía amigos que estaban estudiando abogacía y me fui conectando con ese círculo.-Terminás la carrera y al instante iniciás una vida en la docencia.
-Sí, pero poco tiempo después renuncié. Cuando vino la época de Onganía -en el 66- y la noche de los bastones largos, con un grupo reducido de la facultad renunciamos. No deberíamos haberlo hecho porque éramos muy pocos. Pero renunciamos. A los años volví a entrar, en la época de Cámpora. Después del Golpe, cuando quise volver a la facultad, el director, De Lucio (miembro de la Corte), dijo que no. Así que volví en forma a la facultad recién con la vuelta a la democracia.Durante esos años de intermitentes pasos por la docencia universitaria, se convirtió en militante de la Asociación de Abogados de Buenos Aires, lugar que describe como clave para la defensa de los derechos humanos. Trabajó en un estudio con Alberto Pedroncini, su actual pareja, el primer abogado en postular la teoría del Plan Cóndor para el robo de bebés.
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Fue declarada ciudadana ilustre de la ciudad de Buenos Aires en 2010, en reconocimiento a su extensa trayectoria en la defensa de los derechos de las mujeres y la niñez. Es la única mujer que presidió la Asociación de Abogados de Buenos Aires y la primera en encabezar el Tribunal de Disciplina del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.Su rol como mujer en la Asociación de Abogados de Buenos Aires, explica, no fue específicamente de militancia por los derechos de la mujer. Comenzó con la lucha por el ejercicio conjunto de la responsabilidad parental, que defendía a las mujeres, pero también a los hombres. “Cuando buscás un derecho, buscás un mejor derecho para todos”, afirma Nelly, quien considera además que hoy existe una tendencia dentro del feminismo a abordar ciertos temas como “exclusivos” de mujeres.-¿Te consideras de las pioneras del feminismo en Argentina?
-Hay coyunturas. Por ejemplo, fui de las primeras personas que trabajó en el campo jurídico sobre el tema de VIH-Sida. Pero también hay toda una historia que te va marcando. Fui de las que votó por primera vez. Y eso fue un fruto, como todo. Nada cae de repente y madura de la noche a la mañana. Lo cierto es que yo no recuerdo una lucha en esa época por el voto femenino. Pero aún así se convirtió después en un símbolo potente.
Nelly no asistió a todos los Encuentros Nacionales de Mujeres. Por ejemplo, al del año pasado en Mar del Plata no fue porque no quiso ser un problema para las compañeras. Nelly se desplaza sola y sin dificultad a cualquier lado, y no quiere ser una carga para nadie. Este año, en Rosario, salió de la marcha y esperó a las compañeras en la catedral. Conoce sus límites. Advierte que hay que tener empatía para saber dónde ubicarse. Y sobre todo, considera que ese tipo de mensajes los tienen que transmitir las personas más jóvenes.
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En los años recientes, el discurso feminista ha tenido más relevancia a nivel político y mediático. No solo desde la experiencia académica o periodística, sino a partir de un mayor reconocimiento y visibilización de la violencia de género y su forma más indignante: el femicidio. El más reciente código civil, del cual Nelly participó en la redacción, posee figuras que de manera implícita pretenden proteger a la mujer pero que no alcanzan a materializarse por diferentes complicaciones y dificultades en todos los niveles.
-Salió un artículo de una especialista en Página/12–dice y muestra el artículo recortado, sonríe- Todas las personas que estudiamos estos temas, llegamos a una sola conclusión…bueno, casi todas. No tiene que ver con más cárcel, se necesita un cambio muy profundo: hay que eliminar los estereotipos. Debemos impulsar la educación sexual desde muy temprano. En eso la iglesia ha tenido una responsabilidad horrible, es donde han surgido mitos sobre la sexualidad y sus prohibiciones. Los países que realmente eliminan los femicidios son los que eliminan la violencia. A través de la prevención se pueden hacer algunas cosas, pero son aquellos países que tienen educación sexual desde la primera infancia, los que lograron eliminar los estereotipos más fuertes.
Con las manos entrelazadas y los codos apoyados en el escritorio, hace un ejercicio de memoria y cuenta cuando en los años `70 asistió a un congreso en Finlandia:“Son aquellos países con educación sexual desde la primera infancia, los que lograron eliminar los estereotipos más fuertes”.
-Yo era la única mujer abogada en ese congreso. Me acuerdo que las esposas de los abogados decían: ¡Cómo te animás a hablar ante los hombres! Aquel ya era un país donde no había estereotipos ni violencia contra la mujer. Un día en una confitería estábamos tomando un café y había un espectáculo de striptease. Había familias con niños, y a nadie nada le llamaba la atención. Hay otra conceptualización del cuerpo, no es algo oculto. Esta idea de lo prohibido tiene repercusiones sobre cómo pensar el femicidio en América Latina.
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La violencia de género es producto de muchas problemáticas sociales y culturales. Para ella, una de las batallas más relevantes a darse en la actualidad, para abordar esta problemática, es en los medios de comunicación.
-Cuando doy clases muestro que el código dice que todos somos iguales. Ahora, lo complicado es implementarlo. Los medios son contradictorios. Recientemente vi una propaganda donde salía un hombre, amo de casa, que recibía a Mr. Músculo, pero por otro lado, todo el tiempo te mostraban a las mujeres lo más lindas y desnudas posible. Las artistas tienen que ser madres. Se está hablando de un discurso que dice que el único destino no es ser madre y uno agarra la revista Caras o cualquier otra y ve que lo mejor que le puede pasar a una actriz es estar embarazada. Otro ejemplo puede ser el caso de Lucía Pérez: todo el morbo que se generó alrededor desde los medios. Es un show muy siniestro. Pero ¿qué pasa también con esta visibilización tan grande? Existe en el imaginario que salir en la tele, ya es conocer algo. Hay una idea de que sólo existís si estás en la tele. Se visibiliza más la problemática, hay más denuncias, pero el Estado no está preparado, entonces las mujeres se arriesgan más porque no hay aún suficiente contención para ellas. Por ejemplo, tras la marcha del 19 de octubre, la línea 144 del Consejo Nacional de las Mujeres vio rebasada su capacidad.
-La cobertura sobre el caso de Lucía Peréz apuntaba más a sorprender y a espectacularizar que a problematizar la violencia de género y los femicidios.
-Algunos penalistas dicen que el código no puede ser neutral, que debe mencionar el género. Sin embargo, el código civil es una cosa y las interpretaciones de los jueces otra. No quiere decir que no pueda ser denunciado. Considero que habría que cambiarlo, pero mientras está ahí, es ley. La derecha la interpreta. He estado en audiencias con el tema del aborto y escuché que los “ProVida” o antiderechos, como prefieran llamarlos, usaban los mismos artículos que yo. NiUnaMenos tiene una gran virtud: fueron periodistas de distintos espacios, pudieron aggiornarse y unidas largarlo por todos los medios. Eso le dio una fuerza increíble.
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-Otro tema muy complicado es el aborto, pero tenés una postura clara: es un tema de derechos. Ahora, ¿qué incidencia puede tener el derecho en el cambio cultural? -Incide muchísimo. El derecho necesita crear ficciones, dar parámetros. Una de las más sencillas es que se es mayor de edad a los 18 años. Ahora, 18 años es muy alto para poder acceder a anticonceptivos, entonces se baja la media de edad. Con el aborto, el código civil de Vélez Sarsfield decía que se es persona desde el momento de la concepción. Eso creaba la ficción de que un feto era una persona, pero no nos olvidemos que era un código de tipo patrimonial. El matrimonio, la filiación, todo estaba concebido para conservar derechos patrimoniales. Que ese código civil dijera que se es persona desde el momento de la concepción, es importante desde el punto de vista de la conciencia social. Pero no se está creando un ser humano igual a la madre gestante. Hoy, hay muchísimos códigos civiles que dicen que se es persona a partir del nacimiento y tienen leyes que prohíben el aborto, son campos distintos. Las leyes tienen muchos efectos de los que ni nos damos cuenta y sobre todo un código civil, porque se refiere a lo que se vive cotidianamente. Son figuras integradas que nos atraviesan, aunque no queramos.“Las leyes tienen muchos efectos de los que ni nos damos cuenta y sobre todo un código civil, porque se refiere a lo que se vive cotidianamente. Son figuras integradas que nos atraviesan, aunque no queramos”.
-En esta relación entre el campo jurídico y el social ¿Cómo ves posicionado actualmente a nuestro país?
-Hay pasos significativos a todo nivel en Argentina, pero tenemos graves defectos en el cumplimiento. Por ejemplo, aquí han habido manifestaciones en contra de la ley de matrimonio igualitario o de la ley de identidad, que son modelos a nivel mundial. La ley sólo reconoce instituciones que existen en la sociedad. Todas las instituciones jurídicas son también de control social. Entonces, exigir el aborto, es excluirse de un rol que la sociedad siempre privilegió. En cambio, contraer matrimonio es incluirse en una institución que tuvo y tiene prestigio social. Por eso el tema del aborto toca nudos muy profundos: abortar es ir en contra del mandato reproductor y de mujer pariendo con dolor.“Abortar es ir en contra del mandato reproductor y de mujer pariendo con dolor. Además, es un tema de clases sociales: cuando aparecen los anticonceptivos, una clase social accede a ellos y por ende puede prevenir en un mayor grado”.
-¿Qué lugar juega la Iglesia en la disputa institucional?
-La iglesia evangélica a nivel internacional lucha en contra del aborto, tanto como la católica. Es muy impresionante. Existen estos movimientos, hay colegios de abogados acá en Argentina, una comisión de la mujer, y una del no nato. Están organizados, han hecho congresos, pero tienen una irracionalidad total. Paradójicamente los que están en contra del aborto, son los que no aprueban la educación sexual y de prevención. Una sociedad totalmente contradictoria.-Eso habla de una parte de la sociedad que no está representada en estos nuevos relatos. ¿Cuál es la problemática?, ¿por qué a veces los relatos jurídicos no alcanzan?-Yo creo que es una cosa esquizofrénica de la sociedad, porque tampoco es que esta gente vaya a ayudar a los niños que ya existen. Podría hacer las dos cosas, por lo menos. En el campo penal, el aborto se siguió practicando independientemente de la existencia de la ley. Es decir, se hace mucho más cuando no existe la ley, se hace distinto cuando está la ley penal. Toda mujer en edad fértil que no quiere quedar embarazada y si se hace un aborto, está cometiendo un ilícito. Eso pesa en algún lado de su cabeza y de su cuerpo. También tiene que ver con un tema de clases sociales. Antes no había anticonceptivos, se tenía 20 hijos o se abortaba. Nadie hablaba del aborto, porque era una necesidad de todas las clases sociales. Cuando aparecen los anticonceptivos, hay una clase social que accede a ellos y por ende puede prevenir en un mayor grado. Aparece una diferencia semántica. Cuando se ven todos los casos de jurisprudencia, son casos de mujeres muy pobres. Entonces, en última instancia también es un problema de clases, al que hay que sumarle el rol de la Iglesia. Nadie habla de liberalizar el aborto, salvo en un caso de muerte, no hay historia.
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-Hay otros temas complejos, como la adopción internacional, o las familias ensambladas, que también has abordado desde el Derecho, ¿responden a modelos de familia antipatriarcales?
-En el nuevo código se incorpora a las familias ensambladas, las familias monoparentales, las familias con hijos nacidos con técnicas de reproducción asistida. En cuanto a la mujer, hay algunas instituciones que no se perciben. Por ejemplo, cuando se elige el apellido de los hijos, ya no es obligatorio el apellido del marido o del padre, sino que puede ser el de cualquiera de los dos: madre o padre. Son cosas que pesan en la vida. Lo que pasa es que al poner género neutro, se tiene que hablar de ambos progenitores, ambos miembros de la pareja. Esto está dentro del tratado de los derechos humanos, que el código lo refiere en los primeros artículos. Por ejemplo, si hay un divorcio, y éste causa un cambio sustancial a nivel de vida familiar, se puede pedir una compensación económica. Para ello se toma en cuenta quién cuidó a los hijos, dónde van a seguir viviendo, qué capacitación/trabajo se perdió de hacer. Está todo en un tono neutro pero son cuestiones que implícitamente recaen mucho en la mujer. También llevamos a cabo un debate sobre los niños: los hijos no son una propiedad. Es tan malo que sean propiedad de la mujer como del hombre o de cualquiera en una pareja homoparental. Son nuevos conceptos mucho más respetuosos con respecto a los integrantes de la familia.
-Seguimos en la batalla entonces…-Sí, ahora dirijo un proyecto donde somos todas profesoras consultas, o sea que somos todas viejas (risas). Trabajamos sobre los efectos de las leyes de identidad de género y de matrimonio igualitario. Hicimos encuestas, estamos escribiendo. El año que viene vamos a sacar un libro. Les quiero contar sobre el artículo 26 del código civil, que me interesa mucho que lo difundan. El código civil bajó la edad con respecto al cuidado del propio cuerpo. A partir de los 16 años se tiene otra capacidad pero eso está muy resistido por los médicos. A mí me preocupa desde que trabajé con el tema del HIV porque se negaban a hacerle el examen a la gente joven si no iba con los padres. Esta lucha la venimos predicando hace muchos años y la ley 418 de la Ciudad de Buenos Aires habla de edad fértil, o sea que tienen la obligación de atenderlos pero en la práctica no lo hacen.
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Una, dos, tres fotos. “Bueno muchachitos”, nos dice mirando su reloj. Tiene otra reunión, la cuarta del día. A la noche va a clases de expresión corporal en el Centro Cultural Rojas. Días después nos invita a una conferencia en un hospital de Palermo. Llega al octavo piso acompañada, por supuesto, de su bastón negro con empuñadura dorada, las uñas bien pintadas, traje sastre y un pañuelo blanco. Se sienta, toma algunos minutos para acomodar todos sus documentos: notas de periódico, leyes, códigos y apuntes. Repasa, relee y estructura. Está frente a un pequeño auditorio de entre 30 y 35 médicos. Levanta la mirada y sonríe. Hablará poco más de dos horas sobre el derecho a elegir que los niños y adolescentes tienen sobre su cuerpo. A veces parece que esa sonrisa, pícara, es de aquella niña tierna y coqueta que quería ser como las tías y primas de Tucumán, para tener la boquita pintada.