El equipo editorial de Márgenes dialogó con Leila Guerriero, editora y periodista argentina sobre su ejercicio periodístico en la actualidad, el rol del lector crítico y la cultura de la cancelación en el debate político a través de las redes.
M: Asistimos a una radicalización del discurso periodístico en Argentina. En el sentido de lo que Julio Blanck denominó con el nombre de “periodismo de guerra”. Esto empobrece la calidad del debate público desplazando las visiones críticas hacia los márgenes de los debates coyunturales.
Ahora bien, al margen de la responsabilidad de las grandes instituciones mediáticas, nos parece que es un problema que no puede analizarse desde las alturas de la pirámide informativa. En la base se encuentran los lectores. ¿Crees que también es un problema que incumbe a la comunidad de lectores? ¿Qué rol nos cabe como consumidores de la información?
LG: Esa radicalización que mencionas en Argentina, si miras diarios de Colombia, México, España, Estados Unidos, pasa en todas partes y no solo acá. Yo siempre pienso en un lector inteligente cuando escribo de modo que supongo que el rol que nos cabe como consumidores de información es leer con sentido crítico. Me parece que es un problema que tiene varias puntas, no solamente la de quienes producen la información. Creo que todas esas piezas informativas que mencionas no son piezas informativas precisamente sino, más bien, artículos de opinión que se presentan como piezas informativas y no tienen fuentes claras o datos chequeados. Artículos en donde los periodistas más que buscar información lo que hacen es tratar de que lo que ven encaje en una teoría previa. A mi como lectora eso me resulta evidente y me gusta pensar que a otros lectores también les resulta muy evidente.
M: Si bien los grandes medios siguen siendo las principales fuentes de difusión de sentidos comunes, su modelo de negocios se ve mermado por la aparición de una pluralidad de plataformas que permiten la intervención de prosumidores (consumidores y productores) de información. Esto, en principio, le otorgaría a los periodistas más herramientas para desempeñarse en su oficio. En tu caso, ¿cómo te llevas con estas plataformas? Pensamos en los teléfonos celulares y las redes sociales como insumos. ¿Aprovechas los “beneficios” que ofrecen o preferís ejercer un periodismo más abocado a la escritura convencional?
LG: Creo que hay demasiados factores mezclados. Por un lado, el modelo de negocios de los medios; por otro lado la intervención de los consumidores y productores; por el otro, el uso de las herramientas para aplicarlas en el oficio. Me concentro en lo último que preguntas. Sobre los beneficios que ofrecen estas redes sociales o si prefiero ejercer un periodismo abocado a una escritura más convencional. No creo que lo que yo haga sea ejercer un periodismo más abocado a una escritura convencional. Aunque entiendo que, lo que queres decir, tiene que ver con que si aprovecho como herramientas prácticas esas plataformas. No tengo redes sociales y creo que funcionan como una gran distracción. Sí, por supuesto veo las redes de otras personas, salvo algunas que puedes usar solo si tenes cuenta, como Instagram. Hasta ahora no siento haberme perdido de nada por no tener redes sociales. Cuando pasa algo relevante que necesito saber o incluso cuando ha habido alguna cuestión más reflejada en redes sociales que en medios tradicionales y yo estoy trabajando en un tema relacionado a eso, siempre me entero. Las redes podrían servirme a la hora de hacer la tarea de investigación y para hacer esa tarea, la red en sí, siento que no la aprovecharía. Me provoca ansiedad y desconcentración. Estoy trabajando ahora mismo en un gran artículo sobre una cuestión cultural en la región en América Latina y hubo dos situaciones virulentas que involucran esta temática que se dieron en Facebook y twitter. No tuve ningún problema en enterarme de que esto había sucedido. Muy rápidamente llegué a esa información, la recabé y la transformé en parte de la conversación con personas a las que entreviste. De manera que creo que cada uno tiene su método y las estrategias de reporteo o de llegada a un territorio con las que se mueve mejor y estas no son las mías.
M: ¿Estás al tanto de la censura que distintas redes como Facebook y Twitter ejercieron sobre el presidente Donald Trump debido a las declaraciones de este sobre los resultados de las elecciones estadounidenses? De fondo encontramos el debate sobre la libertad de expresión y los criterios a través de los cuales una empresa privada establece que es falso y qué no. Queríamos preguntarte sobre el concepto de libertad de expresión, si este es justificativo para la difusión de falsedades noticiosas y, si a la vez, estas últimas, las falsedades, son argumento para regular la libertad de opinión.
LG: Sí claro, estoy al tanto de la censura De que lo cancelaron para siempre en Twitter. Mirá, es difícil y me lleva un poco a tu primera pregunta: ¿qué rol nos cabe como consumidores de información? Bueno, un rol crítico. Voy a citar la remanida frase que dice “La mejor ley de libertad de expresión es la que no existe” Yo creo en eso. Me parece que hay una cuestión detrás de todo esto que no se soluciona cancelando a Trump en Twitter o en Facebook ni haciendo que, muy probablemente, el señor se compre una red social él solo. Tiene que ver con preguntarnos a fondo y con la misma fruición con la que decimos que Trump nos parece horroroso, racista, un sujeto de ficción en un sentido peyorativo e impresentable cómo es posible que Trump haya sucedido. Creo que los medios de comunicación del mundo y de Estados Unidos le quitaron importancia. Parecía imposible que un sujeto como él llegara al poder y bueno, llegó, hizo lo que hizo y pasó lo que pasó. Yo no veo la misma insistencia que ponemos en escandalizarnos con Trump, esa misma fruición, puesta en el análisis, no solo de Trump, sino de por qué la gente votó en enormes cantidades a Trump. Cómo es posible que eso haya pasado antes de pensar que si le cancelan la cuenta está bien o está mal.
M: En tu participación en el libro “Periodismo, instrucciones de uso. Ensayos sobre una profesión en crisis”, comentas la potencia de la narración para fijar en la cabeza de la gente imágenes vinculadas, por ejemplo, a la desigualdad, que se debe escapar de las “miradas burocráticas y de las prosas embalsamadas”. Entendiendo estas últimas como el paroxismo del uso de las estadísticas para camuflar los argumentos como objetivos y críticos.
¿Por qué crees que en el campo periodístico se ha establecido esta manera de hacer periodismo y no proliferan las plumas de carácter más literario? ¿Qué le recomiendas a los comunicadores (periodistas o no) que intentan comunicar de una forma que escape a los cánones burocráticos de la escritura?
LG: Vos decis que “se debe escapar de las miradas burocráticas y las prosas embalsamadas” citandome. No creo que sea eso lo que dice el texto. Al contrario, yo creo que lo que hay que tener, como decía un gran editor que tuve por mucho tiempo, amor al dato. Lo que pasa es que ¿cómo pones el dato? ¿cómo se lo contas al lector para que ese dato golpee, importe y cobre relevancia y no sea un recorte? Yo creo que la única forma en la que uno puede salir de la burocracia de la escritura es recordando por qué era que uno se había dedicado a esto. Se supone que, si uno se dedica al periodismo escrito, es porque hay algo en eso que te mueve algún deseo o alguna pulsión. Hay cuestiones que no pueden inocularse, cierta gracia para escribir o un cierto talento y una gran habilidad para el trabajo con el lenguaje. Lo que es inexcusable, diría yo, es la aplicación de la fórmula. Hay muchos oficios y el periodismo no suele ser uno de esos oficios a los que llegás porque no te queda otra. Si vas a dedicarte a esto ¿por qué aplicar la fórmula? ¿Por qué en vez de alimentar tu imaginación narrativa leyendo buenos textos, interesándose por investigar las formas en las que podes hacer crecer tu prosa tu narrativa, tus maneras de reportar y de llevar eso a un texto sólido te conformas con aplicar una fórmula calcada? yo no le encuentro mucha explicación. Creo que a través de la experiencia de dar varios talleres percibo también que por parte de quienes escriben así con lugares comunes, hay una cierta y alarmante no-percepción de que están haciendo eso. No se dan cuenta de que están aplicando la fórmula. No sé cual es la manera de despertar, tal vez buscar un buen editor y preguntarse a uno mismo ¿por qué quería hacer esto? ¿dónde está esa ilusión, el entusiasmo? Esa es una forma de desadormecer.