La vida es difícil para algunos. Transitarla se vuelve una seguidilla de agotadores intentos de supervivencia. Los infiernos y sus demonios están aquí, entre nosotros. La historia de Martín Maduri nos habla de esos intentos, de su paso por la cárcel y su título de Licenciado en Sociología y de las estrategias para hacer que la vida, al menos por momentos, sea más amable.
Martín Maduri (39) se recibió de Sociólogo en el 2015, en la cárcel, gracias a un convenio de la Universidad Nacional de San Martín con la Unidad Penal Nº 48, ubicada en el mismo partido. El 2016 lo encuentra con el nuevo desafío de vivir en libertad y de insertarse en el mundo laboral; con un título a su favor, varios prejuicios y una coyuntura política particular.
Sentado en su oficina, tranquilo y tomando un mate revestido del logo de Racing, Martín abre la puerta de su trabajo y en diálogo con Márgenes re-determina la experiencia carcelaria: conoce los códigos que se manejan ahí dentro, pero ahora, gracias a la sociología, pudo conocer los otros códigos, los que maneja la cultura hegemónica, que le vedó sus derechos y lo empujó a la violencia.
Dijiste que la sociología te sirvió para deconstruirte y volverte a construir, ¿En qué sentido?
Es difícil la interacción, es difícil el diálogo. La vida es difícil. Porque hay algo que vemos, pero están los subyacentes, lo oculto. Y el que pasa un tiempo en la cárcel empieza de nuevo a nacer. No es que es cruel la vida o la gente, en la cárcel no te preparan para irte. Yo estuve dos meses para llegar hasta la Universidad, no sabía viajar en tren, no sabía viajar en colectivo. Me pierdo. Me pierdo en San Martín. Me pierdo en José León Suárez, de donde soy yo. Eso es algo que nadie dice, la cárcel no te prepara para irte. Hace unos días salió el Padre Pepe en los noticieros porque está haciendo un trabajo con los chicos dentro de la Unidad nº 46. Esos pibes cuando salen no tienen a dónde ir. Nosotros tenemos estadísticas, hay casi un 50% en esa situación. ¿Qué hace esto? Que cuando tengas tu tiempo para irte con la condicional o con algún tipo de beneficio no lo puedas hacer porque no tenés un domicilio. Es una espiral.
“Es difícil la interacción, es difícil el diálogo. La vida es difícil. Porque hay algo que vemos, pero están los subyacentes, lo oculto. Y el que pasa un tiempo determinado en la cárcel empieza de nuevo a nacer. No es que es cruel la vida o la gente, en la cárcel no te preparan para irte.”.
Para Martín, la salida de la Unidad nº 48 fue particular, al contrario de la realidad a la que se enfrentan la mayoría de los que cumplen su condena y quedan en libertad. Se recibió de Sociólogo, aprobó la tesis final con 10. Tuvo la posibilidad de estudiar dentro del penal y de no desvincularse del mundo académico una vez afuera. Un profesor de Taller de Tesis que tuvo en CUSAM lo llamó para que sea su ayudante. “Uno crece, madura y se prepara – sentencia – Yo no me descubrí sociólogo, no me descubrí científico ni en la universidad, trabajé para lograr éste lugar. Y lo hice bien”.Martín no fue el único que se recibió estando preso, ni el único que fuera del penal trabaja en la UNSAM. También están Ángel, Waldemar y Jesús. La configuración de la relación con quienes compartió tiempo dentro de la cárcel también es algo que hay que explicar: “Amigos no tengo, no se tiene amigos en la cárcel. Compañeros tampoco, nosotros tenemos una categoría diferente. ‘Compa, compi’ es chocante para una persona que se agarró a balazos, que se le murió gente al lado. Tiene otra categoría, simplemente eso. Estoy relacionado con el CUSAM. Todos los meses hay asambleas de estudiantes, yo voy, participo. Y trato de que vean que se puede. Simplemente eso. No voy a dar discursos, ni nada porque es lo que hay: si estás detenido, seas hombre, mujer o guardia, el interno mejora su situación, crece, entiende. Las categorías que se manejan en la cárcel son categorías nativas. El pibe que roba, roba porque se cree que es chorro. La piba que vende droga cree que va a laburar: ‘voy a hacer dos horitas’; ellos tienen otras categorías que son reales. Y es necesaria la educación para decirles que eso no va”.
La cursada del CUSAM, además de ser presencial y crear una rutina de estudio basada en un encuentro semanal con los mismos profesores que enseñan en Sociales en UNSAM, tiene la particularidad de incluir a los guardiacárceles. La violencia menguó muchísimo una vez que la realidad del encargado de controlar y cuidar a los presos mejoró, y no por el salario (ganan $6.000 mensuales con modalidad 24×48), sino por la posibilidad del crecimiento personal, por el cambio de horizonte que da el estudio a un sujeto que tenía la aspiración a trabajar en una prisión el resto de su vida.
“Fue una estrategia más que un acto de solidaridad. En la cárcel hay dos bandas: los presos y los guardias. Y dentro de cada bando hay categorías. Los presos se discriminan, se pelean, se matan. Pero nos dimos cuenta que entre los guardias también se discriminan. El que abre sapos, el escalafón más bajo, es al que nosotros quisimos interpelar cuando empezó el CUSAM, porque no tiene herramientas. El Servicio Penitenciario bonaerense no está preparado para insertar o hacer nada con nadie – reflexiona Martín–. El guardia tiene que estudiar porque el guardia es igual que nosotros, decíamos. No teníamos las palabras ni el porqué pero sabíamos que era mejor que esté de este lado, del nuestro, para que vea cómo era. Porque ellos también decían que éramos unos monstruos”.
La demonización del preso se materializa en sus condiciones de vida y en sus posibilidades de ascenso social dentro y fuera de la cárcel. En general en otros centros universitarios en cárceles, las modalidades de estudio son a distancia y no hay contención de ningún tipo para quién está adentro. El acercamiento del estudio a modo de crecimiento personal se figura como un “hágalo usted mismo” sin posibilidad de crear por medio de profesores una guía de cómo estudiar o de explicación. En el CUSAM, éstas lógicas se modifican.
La demonización del preso se materializa en sus condiciones de vida, en sus posibilidades de ascenso social dentro y fuera de la cárcel
Martín retrata esta situación con un testimonio personal: “Yo no tengo papá ni mamá, el único pariente vivo que me quedaba era mi abuelo. Estoy en mi celda, viene el encargado y me dice que me llaman de control, cuando me llevan me dicen que teníamos que hablar y entre cuatro grandotes me reducen y me ponen esposas. Me llevan hasta sanidad y ahí recién me dicen que habían llamado de mi casa, que había muerto mi abuelo, pero que seguramente no me iban a dejar salir porque mi jueza no lo iba a autorizar y que me iban a dejar dos o tres días en buzones así me calmaba. Yo me quedé duro, sorprendido. A los dos días daba un final de Política y el profesor fue el que me sacó de buzones, hasta te diría que fue una anécdota gris-luz. Pero a lo que voy es que el Servicio Penitenciario no tiene herramientas para tratar con el pibe. Leemos y sabemos que la cárcel está llena de pibes con vulnerabilidades, falencias. Hay un analfabetismo que impresiona, hay un montón de cosas que sabemos que pasan y van a seguir pasando porque ellos no están preparados. Por eso interpelamos a los guardias para que estudien, para que sepan de que se trata”.
“La cárcel se quedó en el siglo XIX, con la idea de la contención y la preparación, pusieron cuatro muros y fue”, analiza Martín, que estuvo preso desde 1995 hasta 2015. Si bien a grandes rasgos la cárcel sigue sin funcionar porque no se interpela a sí misma, el tiempo no pasa sin dejar rastros y quienes padecen la cárcel la amoldan a su conveniencia.
-¿Y qué cambió en esos años?
-Nada. ¿Sabés lo que dicen los penitenciarios? Que cuando llegó la democracia lo que hizo fue darle la llave de la cárcel al preso. La cárcel se maneja por el preso. Una de las tesis que salieron del CUSAM, la del Ángel, decía que la política la hacemos nosotros. Desde el ’83 que la cárcel es eso.
“Ahora estoy en la UNSAM, en un equipo de investigación, en el IDAES (Instituto de Altos Estudios Sociales) y estoy haciendo la Maestría en Antropología Social, con Rosana Guber y su grupo, en CABA. Se complica el tema del viaje, de ir hasta allá, el horario, las cursadas son casi todas de noche”.
Martín está becado para realizar esta Maestría, como muchos otros estudiantes dentro de la UNSAM. La beca comprende $3000 mensuales y fotocopias. “El que te dice que vive bien como investigador, te chamuya” agrega. Para mantenerse está haciendo changas de albañilería porque no le alcanza.
Salir de la cárcel no es sencillo, el tiempo ahí adentro se hace carne, el afuera es diferente al presente conocido cuando se ingresó al penal y el choque con el prejuicio del otro es un estigma con muchas chances de aparecer.
“Acá en la facultad escuché de todo. Entró uno un día, no lo voy a nombrar, me miró, se metió en la oficina y dijo: ‘A cualquiera le dan beca, ¿qué hay que hacer para conseguir becas?’. El tipo no me conocía de ningún lado. Se ve que después le dijeron y no me molestó más. Ahora pasa y me saluda. En el tema laboral es muy hermético el sistema social; más con éste gobierno que lo que hace es ajustar y hermetizar todo mucho más. Si llegaban a necesitar un sociólogo a mí no me iban a llamar”.
“Me gustaría ser docente, ya me inscribí, fui a acto público. Por eso estoy siendo adscripto, para sumar también horas de aula. Porque te piden eso, horas de aula”. Existe una ley que pretende regular e insertar a los presos liberados en el sistema laboral. En la provincia de Buenos Aires es la nº 14.301, y el artículo 1 dice: “El Estado Provincial, sus organismos descentralizados, y las empresas del Estado, con las salvedades que establezca la reglamentación, están obligados a ocupar a los liberados con domicilio o residencia en territorio provincial que hayan cumplido más de cinco (5) años de privación de libertad y reúnan las condiciones de idoneidad para el cargo y de ingreso en los términos del artículo 3° inciso b) de la Ley 10.430 (T.O. por Decreto 1869/96), en una proporción no inferior al dos por ciento (2 %) de la totalidad de su personal; y a establecer reservas de puestos de trabajo a ser ocupados exclusivamente por ellos, de acuerdo con las modalidades que fije la reglamentación”.
Martín, que está al tanto de la ley y pelea por su supervivencia remunerada, afirma que no la ponen en práctica. “Me agarré con (Gabriel) Katopodis, le fui con la ley en mano y me dijo `sí, pero no sé, vení la semana que viene´. Y me estoy peleando con la Jefa de Derechos Humanos de San Martín porque el trabajo es un derecho. Y no lo entienden”. Ese derecho que no ve reconocido por parte de quienes deben asegurarle estabilidad es el mismo que formatea, en segunda instancia (porque la primera es la familia), la categoría de “chorro” o de “dealer” de un sector social vulnerable.