Autor :Julián Quintana
El Power Point abierto otra vez. Son 13 filminas que leí y repetí casi de memoria, haciéndome ciego a los errores que iban escondiéndose en la mecanizada repetición hasta hacerse invisibles. Yo ciego y ellos invisibles.
“¿Psicología estudiabas vos, pibe?”. Pasé de tomarme el tiempo para contestar enojado esa pregunta a asentir sobre cualquier carrera que terminara con esas tres letras que tanto los confundía: “GÍA”.
Cuando era niño amaba la palabra sociólogo. SO-CIÓ-LO-GO. Había algo en esa palabra que me fascinaba. Seguramente era su carácter ambiguo, irresoluto, escurridizo y subterráneo. Espero nunca poder dar una definición certera, para seguir fascinándome con ella. La fascinación devenida en motor del deseo.
Ese día, a pocas horas de mi defensa de tesis, algo se perdería concluyendo el precipitado proceso, una vez que el jurado anunciara -bajo el manto de solemnidad académica- que me convertía en licenciado. La espera se transformó lentamente en vacío. Algo ganaría también, aunque aún no lo sabía. El hueco se hizo presente, transformando todo en una vil angustia y todo aquello en cuerpo. Carne y huesos. Fui portador de un estado de total entrega a un ritual de paso que debía ser perfecto. Las palabras “tesis”, “defensa” y “licenciado” colmaron mi cerebro y no había más lugar.
La angustia tomó vida, salió a pasear desde la boca de mi estómago. Intenté ficcionar lo que pudiese llegar a suceder, coqueteando entre sonrisas y desastres, para así bajar la ansiedad…o subirla. Creí, ilusamente, poder controlar de antemano lo inesperado, prevenir lo impredecible y, en ese intento, hacer converger al deseo con la posible realidad. Ser una Máquina deseante.
“¿De qué trabaja un sociólogo?” Pasé de tomarme el tiempo para contestar a ser muy conciso: de tesista.
El Power Point esta vez es real, se ve proyectado en la blanca pared del aula número 3 del edificio de Sociales. San Martín City.
Mis manos quieren transpirar mientras explico las 13 filminas. Ellas son el vehículo que me llevará al sur de la frontera. Ahora siento el deseo de volver a empezar de nuevo esta ficción, una y otra vez. El capítulo se puso bueno y la serie es recomendable.
Me sonrío mientras paso la última filmina, un silencio corto me arrebata una lagrima espesa. La dejo correr sin vergüenza. Se pierde en el pómulo. Me increpa el sonido de un aplauso, mientras en mi cabeza retumba esa palabra que, aún hoy, tanto me fascina: “Sociólogo”.