El Estado se aparta, el capital financiero destituye cualquier forma regulatoria, el mercado define las relaciones sociales. Sobre ese campo, crece un sujeto que reclama a las instituciones sin importar sus deberes, que quiere crearse “libremente en el mercado” pero niega su rol como actor responsable. ¿Cómo pensar un proyecto político a partir de esta “subjetividad demandante”?

Nueve sugerencias sobre la manera de obtener el máximo provecho de este libro:

1. Desarrolle un fervoroso deseo de dominar los principios de vencer la preocupación.

2. Lea cada capítulo dos veces antes de pasar al siguiente.

3. Mientras lea, deténgase con frecuencia para preguntarse cómo aplica cada sugerencia.

4. Subraye toda idea importante.

5. Repase el libro todos los meses.

6. Aplique estos principios en todas las oportunidades. Use este volumen como un manual en activo que le ayuda a resolver sus problemas cotidianos.

7. Haga un juego de su aprendizaje ofreciendo a alguna persona amiga una moneda por cada vez que sea sorprendido por ella violando uno de estos principios.

8. Verifique todas las semanas el progreso que está haciendo. Pregúntese qué equivocaciones ha cometido, cómo ha mejorado, qué lecciones ha aprendido para el futuro.

9. Lleve un diario junto a este libro que muestre cómo y cuándo ha aplicado estos principios.

Dale Carnegie, Cómo disfrutar de la vida y del trabajo

La noción de “pérdida de centralidad” del Estado fue trabajada por diferentes autores que se propusieron caracterizar la lógica de funcionamiento de los Estados en la contemporaneidad. Ello implica reconocer que si bien el Estado no ha desaparecido como forma de organización social, ha perdido parte de la potencia de marcación subjetiva que lo caracterizaba. A su vez, dicha noción implica que existen otras fuerzas igualmente capaces de disputar el poder estatal y que impugnan el carácter representativo que el Estado asumía sobre la sociedad entendida como unidad política.Estas fuerzas ligadas a los flujos financieros y de la comunicación hacen de la soberanía del Estado una influencia entre muchas otras y no necesariamente la más fuerte. De acuerdo con esta perspectiva los Estados de hoy se encargan de administrar y en muchos casos dosificar para el conjunto de la sociedad las consecuencias de una serie de procesos que no gobiernan y que se derivan de lo que llamamos el capitalismo financiero a escala global.“Los Estados de hoy se encargan de administrar y en muchos casos dosificar para el conjunto de la sociedad las consecuencias de una serie de procesos que no gobiernan y que se derivan del capitalismo financiero a escala global”.En este contexto, el mercado ha tomado un papel protagónico en la redefinición de las relaciones sociales. La hegemonía del capital financiero promueve una condición de contingencia y fragmentación social que puede volverse legible bajo la hipótesis de la dispersión (Ingrassia, 2013). El capital financiero destituye cualquier figura regulatoria; erosiona, entre otras cosas, la cadena mandato-obediencia, núcleo central de la estatalidad entendida como ordenamiento legal jurídico, provocando el actual malestar institucional. De este modo, “el capital financiero se presenta como incompatible con la fijación de algún orden. No aspira a la consolidación de un ser; no aspira a la solidez” (Lewkowicz, 2008:199). Parecería ser que el capital financiero no elabora formas de reemplazo estables en las funciones de articulación simbólica que caracterizaban al Estado. Se trata de un poder que opera por destitución. Así, la dinámica del mercado tiende a la fluidez absoluta; y en un medio fluido lo que prima es la dispersión y la destitución institucional y subjetiva.

 

Subjetividad mercantil

Se configura, entonces, una nueva lógica de conformación de la subjetividad signada por la operatoria de mercado. Las nuevas tecnologías de subjetivación de cuerpos y almas ya no apuntan de manera exclusiva o prioritaria a los ciudadanos de los Estados sino a tipos de consumidores segmentados en términos estrictamente mercadotécnicos (Sibilia, 2005). Las empresas interpelan cuerpos y subjetividades con el lenguaje del mercado y contribuyen a producirlas. Ciertamente, la definición de consumidor es más compleja y estrecha que la de “ciudadano”: un gran porcentaje de los habitantes de los Estados nacionales se sacrifica en esta mutación convirtiéndose en los expulsados del mercado global, el afuera no instituyente de un capitalismo que al decir de Gilles Deleuze, “ha guardado como constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad, demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosos para el encierro”.

De manera simultánea a esta operatoria de exclusión se produce la emergencia de lo que algunos autores han denominado una “racionalidad neoliberal” (Foucault, 2007; Laval y Dardot, 2013) que se distingue por extender el principio de inteligibilidad económica a comportamientos tradicionalmente considerados no económicos. Dicho de otro modo, este “nuevo orden social” se caracteriza por hacer de la vida un proceso orientado al incremento del “capital humano”. En el centro de esta nueva racionalidad emerge una figura subjetiva que se concibe como la encargada de auto-gestionarse emulando la lógica empresarial: se trata del empresario de sí mismo; un sujeto permanentemente estimulado a responsabilizarse, a ser activo y tomar las decisiones que le competen para alcanzar el éxito y ser feliz (Laval y Dardot, 2013)

En esta línea el neoliberalismo considerado como racionalidad gubernamental y no como una mera doctrina o ideología implica el despliegue de la lógica del mercado como lógica normativa generalizada que pasa a abarcar desde el Estado hasta lo más íntimo de la subjetividad. El imperativo del management recubre de este modo todo el espectro de lo social y se pretende como árbitro intangible de (lo que queda de) lo común.

 

Subjetividad demandante

¿Cómo pensar el vínculo que se establece entre una figura subjetiva como el consumidor o el empresario de sí y las instituciones estatales? Al respecto resulta especialmente valioso (al menos para el caso argentino) interrogarse sobre el ingreso de la figura del consumidor en la Constitución nacional a partir de su reforma en el año 1994. Esta aparición resulta significativa en la medida en que implica la consagración institucional de un tipo subjetivo extra-político y además la cristalización de un registro que privilegia la dimensión de los derechos y excluye sostenidamente la de los deberes (Abad y Cantarelli, 2010).

Nos encontramos así con una disposición particular que denominamos “subjetividad demandante”. Es aquella que se sostiene en el reclamar mismo con independencia de la asunción de deberes y/o obligaciones respecto de las instituciones a las cuales se le exige satisfacer las demandas, sin importar cuales sean. Las preguntas que se imponen son entonces: ¿Cómo pensar un proyecto político a partir de una subjetividad demandante? ¿Cómo puede comprenderse la institución del lazo social a partir de esa figura?“A contrapelo de lo que muchos investigadores sostienen, el problema contemporáneo no es el de la pasividad sino el de la impolítica, es decir, de la falta de aprehensión global de los problemas ligados a la organización de un mundo común”.Como ha indicado Pierre Rosanvallon, en la actualidad se ha modificado la relación con la cosa misma de lo político. A contrapelo de lo que muchos investigadores sostienen, este autor señala que el problema contemporáneo no es el de la pasividad sino el de la impolítica, es decir, de la falta de aprehensión global de los problemas ligados a la organización de un mundo común. Los diversos mecanismos o comportamientos que las nuevas figuras de la subjetividad ponen en juego tienen como primera consecuencia disolver las expresiones de pertenencia a un mundo común.“De esencia reactiva, no pueden servir para estructurar y sostener una proposición colectiva”. (Rosanvallon, 2007). Ello se pone de manifiesto desde un punto de vista sociológico, en el hecho (experimentado en la Argentina en años recientes) de que las coaliciones negativas son más fáciles de organizar que las mayorías positivas.

 

Subjetividad romántica

Esta subjetividad demandante encuentra a su vez un eco en la postura romántica entendida como aquella que entraña una negación de toda sujeción a una norma (Schmitt, 2001). La subjetividad romántica es aquella que de manera similar al empresario de sí, considera el mundo como ocasión y oportunidad para su propia productividad.

Para que esto ocurra, es decir, para que el sujeto pueda ponerse como centro y conciba al mundo solamente como “oportunidad”, es necesario encontrar una sociedad disuelta por el individualismo. Ello ocurre tanto en la sociedad liberal-burguesa como en la sociedad contemporánea, en la cual cada individuo queda remitido a sí mismo: cada uno debe ser su propia empresa, pero también su propio sacerdote, su propio filósofo, su propio rey. Esta libertad de la subjetividad romántica para producir-consumir en el mercado, para crearse a sí misma “libremente”, encuentra como su contracara la indiferencia de un sujeto que se niega a ser un actor responsable en el ámbito político y, por lo tanto, renuncia a intentar transformar el mundo.

Ahora bien, frente a esta subjetividad que privilegia un sentido estético y apolítico que se muestra dominante en el campo social aparece en contrapartida una figura vernácula que parecería ir a contrapelo de este diagnóstico: nos referimos a la “subjetividad militante”.

 

Subjetividad militante

A partir de la irrupción de una nueva sensibilidad anclada en el kirchnerismo emergió con cierta fuerza en nuestro país la figura del militante como modo privilegiado de la subjetivación política. Esta emergencia plantea nuevas preguntas respecto de los modos contemporáneos de habitar las instituciones estatales entre las cuales se incluyen las universidades públicas a las que pertenecemos, ya sea como estudiantes, docentes o investigadores.

Por un lado, resulta evidente que habitar un espacio estatal es algo diferente de dominar un conjunto de técnicas, habilidades o saberes. La primacía de la operación o el procedimiento no garantizan la asunción de una posición subjetiva compatible con la noción de Estado como elemento articulador de lo común. Al mismo tiempo, habitar institucionalmente un espacio no equivale ni se acaba en la adhesión a un determinado proyecto político.

Si es cierto que el privilegio de la técnica por sobre la política (que parecería ser el signo del neoliberalismo que hoy nos gobierna) oculta de manera más o menos deliberada las disputas que supone el Estado como terreno de neutralización del conflicto, la mera equivalencia entre compromiso militante y responsabilidad institucional no hace sino profundizar la hipérbole del sujeto auto-producido que el Estado vendría a conjurar, o al menos, a retrasar. Y esto es así porque para una “subjetividad militante” su vínculo con el universal sólo puede ser referido a una radicalísima decisión subjetiva que es en última instancia individual y por ello absolutamente provisoria (Abad, 2013). En este punto cabe preguntarse: ¿es posible pensar otros modos de ser y estar en los espacios institucionales que vaya más allá del propio proyecto para acercarse a una construcción responsable y perdurable de lo común?

Esta última pregunta refleja tal vez una de las problemáticas más recurrentes para pensar lo político en el presente: la inadecuación inherente e ineliminable entre las instituciones y las subjetividades que las habitan. Sin embargo si es posible extraer una conclusión colectiva de la experiencia del Círculo es que este diagnóstico no nos exime sino que por el contrario nos exige, actuar creativa y responsablemente en las instituciones y proyectos de los que participamos, sean a pequeña o a gran escala.

 

 

 

Bibliografía

Abad, S. y Cantarelli, N., Habitar el Estado. Pensamiento estatal en tiempos a-estatales, Buenos Aires, Hydra, 2010.

Abad, S., “La educación sentimental del representante” en Río sin orillas, nro. 6, Octubre de 2013, pp. 134-151.

Ingrassia, F., , Estéticas de la dispersión, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2013.

Foucault, M., Nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, Editorial Fondo de Cultura Económica, 2007.

Laclau, E., “Identidad y hegemonía: el rol de la universalidad en la constitución de las lógicas políticas” y “Construyendo la universalidad” en Butler, Laclau, Žižek, Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda, F.C.E., 2004, pp. 49-93 y 281-306.

Laval, Ch. y Dardot, P., La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal, Barcelona, Gedisa, 2013

Lewkowicz, I., Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires, Paidós, 2008.

Rosanvallon, P., La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza, Buenos Aires, Manantial, 2007.

Schmitt, C., Romanticismo político, traducción de Luis Rossi y Silvia Schwarzböck, Quilmes, UNQ Ediciones, 2001.

Sibilia, P., “Biopoder”, en El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales. Buenos Aires, Editorial Fondo de Cultura Económica, 2005.

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