Quince años atrás, el verano llegó puntual a Buenos Aires pero casi nadie se enteró. Fue un viernes ardiente: 21 de diciembre de 2001, día de recuento de cadáveres.

Estas fotos fueron tomadas entre los últimos días de diciembre de 2001 y mediados de febrero de 2002 en espacios públicos y gratuitos de la ciudad. Son las fotos de quienes no pudieron escapar, postales de un paisaje de ocio estival precario, armado de urgencia. El ensayo retrata el tiempo libre durante aquellos meses de asombro y desastre. Además de exhibir las huellas de la crisis más importante de nuestra historia reciente sugiere una voluntad de supervivencia a toda prueba.

Un poco de contexto: por esa época yo era free lance. Fui a la plaza el día 20, estuve en el momento mismo en que empezó todo, cuando la policía lanzó gases contra los manifestantes que cantaban el himno. Estuve todo el día ahí. Vi y fotografié a los heridos y los muertos.

A las 8 de la mañana había dejado mi moto atada a la reja de la Casa Rosada y a la noche, cuando fui a buscarla, un chico trataba de llevarse mi casco. Lo quería para protegerse de los cascotes que caían, todo el tiempo, por todos lados. Me pidió disculpas.

Al día siguiente y por unos cuantos días tuve en la respiración el olor agrio de los gases. Cuando pasaba por Plaza de Mayo se me llenaban los ojos de lágrimas. Dejaron de llamarme para encargos de fotos. Miraba mi celular para ver si se había apagado, pero no era eso. Dejé de pagar el alquiler. Juntaba plata para la nafta y salía en moto a quemar los rollos de película de formato medio que tenía para los trabajos mejor pagados, los de agencias de diseño o publicidad. Pasaba la mayor parte del día en la calle. La ciudad estaba transformada.

Muchas veces me preguntan si esas fotos son “armadas”. La respuesta es “no” aunque no sé cuánta importancia tiene ese punto. Todos andábamos por ahí un poco como zombies.

Ese invierno, el de 2002, hice otro ensayo de fotos, Carrousel, que también habla de la crisis, aunque ya sin asombro. Son fotos que hice en su mayoría con las primeras luces de la madrugada, antes incluso de la salida del sol, ese pequeño tiempo en que puede ser temprano y tarde a la vez.

Mostré los dos trabajos en la fotogalería del Teatro San Martín. Verano Porteño, lleno de sol y estupor, a lo largo de una pared y los claroscuros de Carrousel, enfrente.

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