En este encuentro, a partir de las fotos de Fernando y el relato de Florencia, podemos observar una búsqueda en común desde dos disciplinas distintas: la fotografía y la sociología. Esta búsqueda se centra en las distintas formas a partir de las cuales nos apropiamos y nos identificamos con un espacio que termina siendo tan social y tan propio a la vez: la casa.
No se habían casado con una persona, lo habían hecho con un espacio-tiempo, con un lugar y sus prácticas, su espacialidad y sonoridad. Eran dos hermanos y su casa era cada vez menos suya. Este es uno de los recorridos que nos propone Cortázar en Casa tomada: transitar una materialidad cuyas habitaciones cargan con una historia y una memoria específica.
De caña, piedra, adobe, chapa, madera, ladrillo, hormigón y de materiales más o menos artificiales, más frágiles o más robustos, su arquitectura es dinámica y concreta. Así como sus dimensiones, cuartos y recovecos. Como el tejido de Irene, la casa forma parte de nuestros tejidos familiares, personales, barriales, en suma, de nuestras biografías. Su arquitectura puede ser tan amplia como los modos de significarla. Es que no todos significamos la casa de la misma manera.
En este trabajo se presenta la serie final de Fernando Javier Blanco Esmoris en el marco de la materia El Portfolio de Licenciatura en Fotografía (IAMK – UNSAM). Fernando busca imágenes que revelen un espacio sobre el cual no se repara muy a menudo: nuestras casas. En esta serie pone de relieve un tipo de apropiación, de atesoramiento, de guardado; un orden distinto, otro, el de Adalia y Benedicto.
En la búsqueda de escapar al régimen franquista, Benedicto migró a la Argentina a finales de la década del ‘40. Posteriormente, en la década del ‘50, Adalia -su esposa- vino con su hijo de apenas unos meses en brazos, en un barco llamado “Castel Bianco”. Ese barco fue su casa y la de su hijo José por quince días y quince noches. Como Irene, esta pareja empezó a constituir su tejido en Argentina, específicamente en la localidad de Haedo que, poco a poco, fue constituyendo su “lugar en el mundo”.
La serie, pone cuerpo y materia a una historia familiar “en casa”. Esta entrega es solo una huella de la constitución identitaria de Adalia y Benedicto. Donde ingresos, egresos y permanencias son notas descriptivas de los lugares y las variadas maneras a partir de las cuales nos incorporamos a ellos.
La casa no se agota en “el gusto” y sus expresiones. También encontramos en lo contingente su apropiación. En ella habita el paso del tiempo, la humedad, sus “arreglos”, grietas pero también muebles, almanaques, fotos, cuadros y souvenirs. Sus olores, sus ruidos extraños y característicos conviven, alertan, relajan y van configurando el ambiente.
Así, las vidas tienen presencia en la casa. Aun cuando no estamos en ella, la pensamos, la construimos, la cargamos y la vaciamos. Recorremos su textura, aún sin tocarla.