Migrar, desplazarse, simbolizar vidas que cruzan territorios e inventar nuevas identidades que se resisten, acomodan, desafían y, a veces, son violentadas en estos tránsitos. Enfrentarse a los límites metafóricos o literales de la vida social para transgredirlos, recrearlos y, muy a menudo, sentir su peso moldeando y deformando deseos, pulsiones, intenciones. Cruzar fronteras nacionales y saberse (sabernos) atravesados por ellas, reinventados de formas incontrolables por designios políticos sobre los cuales decidimos poco, pero desde la insistencia de quienes no desistirán tan fácilmente de un proyecto excéntrico de pertenencia (posicionado desde los márgenes o a contracorriente de las nociones más prototípicas de identidad nacional). Luchar por infiltrarse y ganar un espacio en la compleja vida económica de los países que nos reciben, generando con habilidad de malabarista nuevos itinerarios para aquellos productos, prácticas culturales y afectos que en nuestras casas eran usuales y que aquí, en los nuevos mundos que elegimos (¿elegimos?), constituyen una economía de lo exótico. Reinventar así, una nueva historia social de las cosas, de las sensibilidades, de los cuerpos y de las identidades, transformadas a pie de calle por nosotros y nosotras en cuanto “otras” de estos paisajes (étnicos, sociales, espaciales) en los cuales circulamos como sujetos dislocados.Todos estos temas –sus contradicciones y sus impactos en las vidas cotidianas de los y las migrantes El uso de los plurales en femenino en el presente texto tiene por finalidad provocar una denaturalización de lo masculino como universal abstracto.– aparecen en los textos reunidos en este “imprescindible” número sobre migraciones internacionales. Hablar, pensar y actuar sobre las realidades migratorias en los contextos sudamericanos actuales es una tarea urgente. Vivimos un período de abruptas transformaciones en la relación entre las definiciones de los límites de los Estados-nacionales, la movilidad humana y los derechos sociales de aquellas poblaciones que se desplazan por el globo. Como especie humana, hemos sido siempre seres migrantes, pero la formación de los Estados-naciones (hace unos 200 años) reconfiguró el control de nuestros dislocamientos, vinculándolo al imperativo de mantener y legitimar la soberanía de los Estados respecto de “sus territorios” y, no menos, de “sus gentes”.Con todo, la transición entre los años 80 y 90 del siglo XX marcó una transformación del control de los flujos planetarios, asociándose a una reorganización de la geopolítica global. Con la caída del Muro de Berlín en 1989, observamos un drástico proceso de reconfiguración de los bloques políticos. Esta reconfiguración significó la hegemonía del modelo neoliberal de acumulación económica y del “curioso” (y momentáneo) entusiasmo político sobre la posibilidad de que se conformara un mundo “sin muros” en el que las fronteras nacionales serían “prescindibles”. Se endosó la idea de emergencia de una globalidad articulada por la lógica de reducción de los Estados-naciones a su “mínima expresión”, como nos repetían hasta la saciedad los medios de comunicación y discursos supranacionales producidos desde el norte global. Esta “mínima expresión” se aplicaría también al control de los flujos comerciales y humanos en y a través de las fronteras. Todo esto ocurrió a la par de una revolución de los medios de comunicación y del abaratamiento de los transportes; fenómenos que potenciaron el reordenamiento del proceso productivo internacional, la redistribución global del mercado laboral y la creciente circulación planetaria de elementos culturales y simbólicos heterogéneos.Este periodo, al que solemos denominar “globalización”, también otorgó preeminencia a la concepción de las fronteras como territorios permeables. Las migraciones internacionales ganaron notoriedad, pero no precisamente por su incremento porcentual, sino por la consolidación de una direccionalidad sur-norte que reordena la polarización característica de la Guerra Fría. Asimismo, la importancia adquirida por la migración en los imaginarios internacionales sobre la globalización también se refiere al uso estratégico de la noción de circulación humana, de conocimientos, de capitales (culturales, económicos, sociales, simbólicos y políticos) como un corazón semántico de un régimen específico de gobernanza de los flujos planetarios. Particularmente entre 1990 y 2000 estos flujos fueron comprendidos hegemónicamente como necesarios e inexorables. Lo anterior fomentó –muy contradictoriamente, por cierto– un ablandamiento de los controles fronterizos, y una expansión de las políticas de gestión de la diversidad cultural sedimentadas en concepciones multiculturales o interculturales que, pese a sus insufribles limitaciones, positivaron relativamente la heterogeneidad creciente de los países.La resemantización política de estas nociones empezará a articularse en inicios del siglo XXI, también desde los países del norte global. A partir de los atentados de Nueva York, del 11 de septiembre del 2001, Estados Unidos anuncia una nueva lógica de control político de los flujos globales despojada de la euforia sobre las posibilidades de un mundo circulatorio. Adentramos así a un período de redefinición del control transnacional y transfronterizo que se devuelve al imperativo de separación entre territorios nacionales. Se plantea al contacto cultural como amenazante o peligroso, lo que fomenta concepciones del “deber ser” de las fronteras en cuanto territorios de aislamiento. Se incentiva, paralelamente, un sentimiento de “pánico migratorio” que reenciende discriminaciones racistas, xenófobas y ficciones de homogeneidad nacional. Todo esto, de la mano de ideologías renacionalizadas sobre los contenidos morales (e incluso raciales) de las naciones, ha empujado la geopolítica mundial a una nueva “era de muros”. Esta nueva fase se caracteriza por la radicalización y la naturalización de la violencia política estatal y supraestatal en contra de poblaciones migratorias, transfronterizas, refugiadas y desplazadas en general; con el uso exponencial de tecnologías de guerra para perseguir y aprisionar a migrantes. También se observa el incremento brutal de los migrantes que fallecen intentando cruzar las fronteras y la emergencia de un imaginario globalizado que justifica y banaliza estas violencias (haciéndolas asimilables por las poblaciones en general). Se criminaliza a los migrantes, a la migración e incluso a la propia noción de diversidad cultural, asociando simbólicamente estos elementos al terrorismo. Asistimos a la deconstrucción progresiva de los mínimos derechos que se habían concedido en diferentes países (especialmente entre 1990 y 2000) a las poblaciones migrantes. Este proceso se enmarca en uno aún más desesperado: el retroceso contundente en la aplicación de las concepciones jurídicas vinculadas a los Derechos Humanos, lo que algunos analistas interpretan como una deshumanización agónica del neoliberalismo. A falta de mejor definición, este nuevo régimen del control de los flujos se viene denominando la “postglobalización”.En Sudamérica, desde 2010 en adelante, todos estos cambios se hicieron notar con la articulación de nuevas formas de tratamiento y control de la migración y de los flujos fronterizos que acompañaron progresivamente las “novedades” de la nueva geopolítica global. Pero a partir de 2015 los estamos viendo aún más agudizados. Especialmente en países como Argentina, Chile y Brasil, donde la llegada a las presidencias de partidos con orientación política de derecha ha convertido la producción pública del rechazo a la migración en una herramienta electoral y de gobierno.Dialogando profundamente con estos escenarios, los textos reunidos en este dossier sitúan desde múltiples miradas los procesos migratorios en la Argentina actual. Con enorme sensibilidad hacia las fricciones entre las visiones autóctonas y las perspectivas de los propios migrantes, los y las autoras demuestran haberse tomado en serio el ejercicio de empatía: de desplazarse entre diferentes registros interpretativos de la cuestión migratoria, pero de hacerlo incorporando la visión de “los otros” sobre este proceso.Los escritos transparentan, por lo mismo, la tensión entre las categorías sociales hegemónicas sobre la migración (y el manejo político mediático de las mismas), y las confluencias mucho más heterogéneas, híbridas y dotadas de matices que se desprenden cuando uno se acerca de forma experimental –desde el contacto cotidiano– a las realidades migrantes en la Argentina. Por lo mismo, se habla de visiones heterogéneas sobre quiénes son los y las chinas, los y las africanas, afrodescendientes, colombianas, bolivianas. Se hace hincapié en la diversidad de sus trayectorias, en la pluralidad de sus economías, de las diversas configuraciones de sus comunidades, en la riqueza y multiplicidad de sus expresiones artístico-culturales. Con esto en mente, reflexionan centralmente sobre cómo tratar metodológicamente el fenómeno: sobre cómo cuantificar la migración –dándole unos contornos demográficos que luego pueden servir como medida para los Estados y políticas públicas– demanda un paso previo, explícitamente cualitativo. Investigar la migración demanda definirla y, en este arte de la definición, median posicionamientos de los y las investigadoras que son, en última instancia, situacionalidades políticas. Pero los textos convocan también a un ejercicio emocionante de intersubjetividad (o de inter-historicidad, como lo hubiera denominado Rita Segato). Las y los autores de este número desnaturalizan la visión de la migración como otredad, escribiendo desde la posición de quienes también son, fueron o podrán ser migrantes. Así, una de las autoras analiza el racismo argentino desde su experiencia de hija de boliviana nacida en Argentina. Otra autora cuenta su trayectoria de ciudadana argentina emigrada a España y re-emigrada a su país de origen. Pero se cuentan, asimismo, las vidas, negociaciones identitarias e itinerarios de otros colectivos migrantes con los cuales los autores y autoras no necesariamente comparten nacionalidad: y lo hacen con una enorme sensibilidad. Esta sensibilidad abre paso a una reflexión sobre el rechazo a atender a los y las migrantes en los hospitales públicos de ciertas provincias argentinas, como Jujuy, donde se habla –sin cualquier respaldo estadístico– de una ficcional invasión migratoria a los hospitales. De mi parte, las reflexiones y los textos que componen este número me instaron a sincerarme sobre mi propia condición de sujeto: mujer, joven, migrante, investigadora de las migraciones y de las violencias de género en territorios de frontera en Sudamérica. Me indujeron a recordar que esta situacionalidad subjetiva es inherentemente política. Así, las obras de este número nos inspiran a pensar que la política no es, como quisieron creer ciertos autores “clásicos” de las ciencias sociales, una esfera abstracta de la vida social. Ella se configura simbólica, cultural y emocionalmente encarnándose (haciéndose cuerpo y movimiento) en el modo de vida, en las perspectivas y en las posibilidades de acción de los sujetos. Por lo mismo, los textos que componen este número deben ser interpretados como transfronterizos: cruzando los límites entre discurso político y ciencias sociales; entre sujetos de estudios y productores de conocimiento; entre esfera pública y esfera privada. Desde mi condición transmigrante, agradezco la fina pluma de los y las autoras aquí reunidos por su visión agudamente crítica e incidentemente cálida sobre los procesos migratorios en este contexto de incremento de violencias Estado-nacionales en Argentina y en los países del entorno. Sus trabajos me hicieron recordar aquella nostálgica consigna del Che que pregonaba que habría que endurecerse, pero sin perder la ternura jamás. A contracorriente del uso cada vez más carente de sentido de esta frase, las obras aquí reunidas prefiguran esta sentencia como “moraleja” de nuestro deber ético en los estudios migratorios en América Latina: habría que reincidir en nuestro posicionamiento crítico, pero desde esta necesaria calidez humana –desde esta ternura– que entiende el lugar de las mujeres y hombres que enuncian el conocimiento como muy cercano, muy intercambiable –acaso coincidente– con el lugar de estas mujeres y hombres migrantes sobre cuyas vidas hablamos.