Abril de 2020. Pandemia. Empiezan las clases en la Universidad Nacional de San Martín apenas pasadas dos semanas de la implementación del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO). Nos adaptamos a nuevas rutinas de teletrabajo, plataformas digitales, reuniones por videoconferencia, entre tareas de cuidado y/o domésticas, los temores por nuestra vida y la de nuestros seres queridxs, la preocupación por quiénes no pueden aislarse o dejar de trabajar. Pero empezaban las clases y no dudamos: armamos carpeta compartida en el drive, y en tiempo record rediseñamos nuestras clases, el recorrido del programa, sacamos bibliografía y agregamos más trabajos prácticos, grabamos audios, videos, diseñamos power points y nos consultamos con frecuencia en el grupo de whatsapp. Del otro lado de la pantalla, en la otra columna del classroom estaban lxs estudiantes, jóvenes y adultos a los que les había tocado ingresar a la Universidad en un tiempo tan extraño. Allí estaban con su entusiasmo y sus inquietudes, con sus problemas de conexión y sus ganas de seguir la cursada, a pesar de ellas.
¿Qué taller de Escritura y Argumentación era posible cuarentena y pandemia mediante? Un taller de escritura es un espacio con señas particulares que lo diferencian de otro tipo de clases. Y no solo por el tipo de aprendizaje. En los talleres se parte de la idea de que la mejor manera de aprender el oficio es a partir de las críticas de los pares. Porque el saber no está solo de un lado del mostrador, está distribuido; porque no hay saberes más calificados que otros, hay, simplemente, distintos tipos de saberes. Por esa misma razón, en los talleres, las voces autorizadas no dicen lo que está bien y lo que está mal (en la escritura es casi siempre imposible), sino que funcionan como una guía: acompañan los desplazamientos, marcan los rumbos, evitan cruzar límites indeseados. ¿Cómo generar ese lugar de encuentro, esa circulación de la palabra, de la confianza, de la lectura en un pequeño cuadradito de zoom?
Acordamos rápidamente no negar lo que estaba sucediendo. Lejos de los manuales y los formalismos, la escritura es incertidumbre, riesgo, creación y salto al vacío. Qué mejor momento para experimentarla. Y más aún qué mejor momento para aprender a mirar y narrar lo social, o como dice Caparrós, para atrapar el tiempo en el que vivimos, para volvernos cazadorxs. Con este espíritu les propusimos a nuestrxs estudiantes la consigna “Crónica con distanciamiento físico, no social”. Fue nuestro deseo aprovechar los estados de sensibilidad y emoción que la propia realidad o “nueva normalidad” nos despertaba, para agudizar el sentido de escucha y la observación de los detalles: ¿cómo podemos hacer sentir desde nuestra mirada alguna problemática propia de la vida en cuarentena? ¿Cómo aprovechar al máximo nuestro extrañamiento hacia las formas o vínculos que asume la vida social? ¿Cómo descifrar en una historia mínima, en los gestos o en las pequeñas acciones de vecinxs, ciudadanxs y/o trabajadorxs esenciales, aquellas injusticias o desigualdades preexistentes que ahora se vuelven más visibles? ¿Cómo narrar “el todo” a partir de los detalles o, en otras palabras, cómo escribir una literatura de la vida social y de la cotidianeidad en un momento histórico de excepcionalidad?
El desafío fue enorme. Y esto, no solo por lo lo difícil de desarrollar una dinámica en la cual lxs estudiantes se brindaron a ser leídxs, editadxs y recibir los globitos de comentarios de sus pares y profes en google doc -en sus términos conocieron a lxs compañerxs de curso a través de la escritura-; sino también porque la movilidad de nuestrxs estudiantes cazadorxs estuvo, en la mayoría de los casos, fuertemente reducida. Y entonces, no quedó otra opción que agudizar los sentidos y poner en juego la imaginación para ampliar los campos de percepción: contar la historia de un cartonero en situación de calle (Juan Francisco Rosso) o la de cómo las primeras horas del distanciamiento social coincidían con el hacerse cargo de una madre anciana y las certezas de que ya no podía vivir sola (Mónica Trejo) o con las experiencias de los niños y de sus esforzadas madres solteras (Pastora Echagüe); aprovechar la condición de trabajador esencial para vivenciar un encuentro entre un linyera y un policía en un viaje en el Tren de la Costa (Federico Pichio); hacer observación participante por zoom en una clase de danza (Sofía Mónaco) o en la universidad (Valentina Rembado); enfocar el lente entre el cemento para mirar la vida de las plantas (Belén Nauz); meterse entre las góndolas y las colas del mercado de Lee (Priscilla Peña Quispe); recorrer la historia de un barrio del partido de San Martín a través de las escenas que atraviesan los ventanales y mosquiteros (Jesica Zapata), asistir a esas mutaciones en las formas de habitar que se producen cuando, después de meses, un familiar llega a la casa pero por quince días no podemos tocarlo (Pedro Dzioba); narrar la espera, la desesperación, el miedo a la muerte y la enfermedad, pero también esa capacidad infinita que tenemos los seres humanos para generar horizontes aún en los peores escenarios (Ada Cueto).
La escritura es, como dice Hebe Uhart, una artesanía extraña que involucra, al mismo tiempo, los planos de lo público y de lo íntimo. Se trata de un oficio que necesita de un entendimiento (de una manera de interpretar el mundo) y de una sensibilidad (una forma de mirarlo y narrarlo), y a través del cual nos permitimos reflexionar sobre nosotros mismos y nuestro tiempo. Presentamos, entonces, aquí un abanico de historias, mundos íntimos y escenarios urbanos que de manera fresca y desprejuiciada, nos convocan a viajar a los primeros tiempos de la pandemia, cuando el distanciamiento físico y el uso de tapabocas y alcohol en gel recién se incorporaban a las prácticas cotidianas y se colaban en nuestros vínculos. Este conjunto de textos nos muestran el modo en el que esos jóvenes estudiantes del IDAES pudieron abrir sus sentidos y contar ese tiempo que nos tocó vivir. Ojalá disfruten de su lectura tanto como nosotrxs disfrutamos acompañar esta aventura.
*Equipo docente de Escritura y Argumentación 2020 (Lucía Álvarez, Luciana Strauss, Brenda Focas, Micaela Cuesta, Magalí Coppo, Iara Hadad, Romina Terrón, Mauro Vázquez, Bárbara Mastronardi).
* Las ilustraciones de este dossier pertenecen a @agustincomotto