En México la vida se esfuma a cada instante en balas del narcotráfico. No respeta género ni edad, lo corrompe todo. La vida cotidiana aparece como el mejor escenario donde el periodismo se vuelve un ejercicio privilegiado para retratar aquel horror. Javier Valdez, sociólogo de formación, se convierte en aquella figura que, pese a todo, necesita mostrar los entramados socioculturales del narco. “Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno”, sentenció antes de ser parte de los masacrados.En este principio de siglo, México está configurado por lo que algunos intelectuales mexicanos como Luis Astorga y Sergio Aguayo  han denominado “Narcoestado”. Esto transforma de manera rotunda las dinámicas sociales, económicas y culturales de todo el país. Dentro de este escenario hay un tipo de relato que está intentando registrar y retratar lo acontecido, más por necesidad que por convicción: el narcoperiodismo. En el año 2006 el gobierno de Felipe Calderón declara una guerra frontal contra los cárteles de droga y si bien en 2012, cuando entra a la presidencia Enrique Peña Nieto hay una “renovación de las políticas de seguridad”, la estrategia que se elige es la de invisibilizar la violencia y sus consecuencias. Gobierno y muchos medios de comunicación hicieron un pacto de silencio oficial. La guerra continúa sin una real cobertura mediática, pero con cientos de historias que desbordan la cloaca. Es violento el combate frontal de las fuerzas armadas contra el narcotráfico, pero también lo es el olvido estatal: cínico y sistemático, sobre todo en las periferias afectadas.En este artículo hacemos una semblanza de la obra de uno de los más vigentes y atrevidos autores del narcoperiodismo mexicano. No como homenaje, sino como llamado urgente a mirar a México en su profundidad y hacer eco de esta tragedia en otras partes de la región. En Javier Valdez encontramos un portavoz de quienes viven las consecuencias más fatales de esta guerra: las víctimas, a quienes se pretende ocultar detrás de cifras rojas; negando con ello cientos de historias y tramas sociales. La tragedia, el terror y la violencia institucional hacen confluir a las narraciones periodísticas y literarias, para encontrar su desembocadura en historias tangibles, ácidas, críticas y sensibles que pretenden una contranarrativa al México desmemoriado que se intenta imponer.“En Javier Valdez encontramos un portavoz de quienes viven las consecuencias más fatales de esta guerra: las víctimas, a quienes se pretende ocultar detrás de cifras rojas; negando con ello cientos de historias y tramas sociales”Javier Valdez Cárdenas. Amigo de muchos, maestro de todos (1967 – 2017)

Censurar es mutilar, prohibir: no protestes, no digas, no escribas no respires.

No solo los narcos desaparecen y matan a los fotógrafos, redactores y periodistas en México. No. También los políticos, la policía y el ejército hacen su tarea de exterminio. La sentencia es dar voz a las víctimas, humanizar el relato, retratar el momento, cuestionar al poder, vivir en ese país, hacer periodismo.

La columna de Javier Valdez Cárdenas, MalaYerba, del 15 de mayo del 2017 no fue una despedida, sino la denuncia perpetua, altiva y reiterativa: “Lo estamos diciendo desde hace años y ustedes siguen sin hacer nada”. Ese mismo día su autor sería asesinado. ¿Quién mató a Javier Valdez? Aún no se sabe el nombre, pero la culpa también es del gobierno. Puede leerse en alguno de los comentarios a su última columna: “El PRI y el PAN de Sinaloa están involucrados en este atentado, hijos de su pinche madre no tienen honor. Lo mismo hicieron con Blancornelas que le quisieron echar la culpa a los Arellano y todo fue orquestado por Hank en Tijuana”.  Todos nombres de políticos locales.Sabemos quiénes son los responsables. Lo que no conocemos es si se hará justicia. En una conferencia presidencial, a un mes del asesinato de Valdez: el reportero del semanario mexicano Proceso, Álvaro Delgado, expresó mediante un cartel, “Basta de sangre, rectifique Presidente, #NiUnoMás”.“Sociólogo de formación pero reportero por su convicción de narrador, Valdez nació y murió en Sinaloa, tierra de la génesis de la narcocultura”Desde el asesinato de Valdez se desencadenaron una serie de protestas para reclamar justicia por él y las decenas de periodistas asesinados desde el año 2006. Diez años de guerra, diez de protesta. Desde que comenzó el presente año hasta la fecha, van siete periodistas muertos en México, Valdez fue el sexto. ¿Cuál fue la causa de su muerte? Probablemente su trabajo. Pero en los días recientes es de lo que menos se habla. Pasó de relator a sujeto de relato. Javier Valdez era sociólogo de formación pero reportero por su convicción de narrador. Poseía un pensamiento crítico para retratar lo social y un amor ferviente por la literatura. Nació y murió en Sinaloa, cuna de los más grandes capos del narco mexicano, incluido el célebre “Chapo”. Esto ya es razón suficiente para pensar, sentir y retratar el narcotráfico.  Aquel territorio forma parte de la génesis de la narcocultura que está presente en todo: las casas, los bares, las charlas, la música, los negocios, los hoteles, centros comerciales, la vestimenta, los cementerios, los comentarios, el flujo de capitales, la cultura, las relaciones familiares, etc. Hay ciudades enteras controladas y hechas por y para el narco. Ya es cultura hegemónica. Era un “lengua larga”. Con una red de informantes desde adentro de los carteles se convirtió en una de las fuentes más relevantes para el narcoperiodismo a nivel mundial. Su lenguaje lo explica todo: no adornaba las palabras, era directo, golpeado al hablar, pero sutil y eficaz. Dicen que escribía como hablaba. Siempre remarcó que la línea entre gobierno y narcotráfico era difusa, a veces parecía no existir. Tenía una columna en el semanario digital RíoDoce: MalaYerba, después convertido en libro; un espacio para crónicas de las prácticas sociales, generalmente violentas, de los narcotraficantes. En ellas replicaba el léxico sinaloense, la situación y la experiencia de víctimas que se convierten en victimarios y viceversa. Hablaba de personas reales, de vivencias cotidianas de la violencia narco. Humanizaba el horror y a través de este ejercicio, denunciaba a un Estado que sigue sin hacerse cargo. Era una incómoda columna de opinión, porque el único filtro era él.Trascendió el relato periodístico para contar más en profundidad el problema de la violencia y el narcotráfico. Escribió ocho libros que testimonian desde la sutileza de la crónica periodística: la violencia, los vínculos entre narcos y políticos, los factores económicos, la clase social y la ideología narco: De azoteas y olvidos (2006), Miss Narco (2007) Los morros del Narco (2011), Mala Yerba (2012), Levantones (2012), Con una granada en la boca (2014), Huérfanos del Narco (2015) y Narcoperiodismo (2016).De azoteas y olvidos (2006)

Yo creo que hay que retratarlo, hay que mostrar esas formas de vida. No es apología, es la realidad.

Su primer libro lo escribe después de haber fundado, junto con otrso compañeros, Río Doce. Pese que el narcotráfico es aquí un sujeto tácito, el enfoque pretende ser otro. En él hallamos una serie de crónicas, género por excelencia para este reportero. Testimonia y evidencia las vivencias de las personas más desapercibidas en Culiacán, su ciudad. Su lupa está en la vida cotidiana: en la señora que vende las tortillas, el señor que se sube al colectivo o el indigente. Héroes anónimos de cualquier ciudad. Por eso materializa y pone voz a los personajes que son la esencia misma de la ciudad. Él se vuelve parte del relato, no sólo en la mirada sino como habitante de Culiacán. Con este libro retrata un camino de ida para la sociedad “culichi”, vislumbrando un porvenir gris, desmemoriado y lleno de miedo, pero que no carece de esperanza por recuperar la calle, que no sólo fue robada sino también cedida por la autoridad y la propia sociedad.

Miss Narco (2007)

Féminas metidas hasta el acta de defunción en el narcotráfico.

En esta nueva selección de crónicas se enfoca en el rol de la mujer en la dinámica narco. Sin romantizar al género, l0 hace sujeto de acción dentro de las estructuras tremendamente machistas del narco. No es pionero en abordar el tema desde esta óptica, pero le imprime su particular mirada. Los títulos que dividen el libro nos dejan clara su “taxonomía” de la mujer narco: “Seductoras seducidas”, “Sin deberla, pero siempre temiéndola”; “Cosas de familia”, “Heroínas”, “Las reinas” y “Narco belleza”.

Las mujeres pasaron de ser objeto del deseo y acompañantes, a otros eslabones de “la cadena productiva del crimen”. Hay sicarias y buchonas. Muchas de las mujeres retratadas provienen de estratos humildes y condiciones económicas precarias, viéndose seducidas por el lujo instantáneo y el derroche provocador. También están las mujeres lúcidas que oponen resistencia a las prácticas machistas de los narcotraficantes hombres. Las matriarcas que protegen a sus familias, son refugio y consejo. Están las activistas y las policías, quienes desde sus respectivas trincheras emprenden su pequeña batalla cultural. La reina de belleza que pasa de la fama a la ignominia al ser capturada con su novio narco. Los morros del Narco (2011)

Esa vida que apenas empieza y ya está en el infierno.

El narcotráfico no respeta género ni edad. Lo corrompe todo. La violencia, la exclusión social y la falta de oportunidades son las condiciones que labran el camino para que a través de la muerte y la violencia hecha oficio, los niños y niñas, Los morros del Narco, se conviertan en “hombres y mujeres”. Los testimonios y crónicas de este libro muestran que niños y niñas son reclutados por los carteles, porque son vulnerables, porque no hay otra cosa mejor que hacer dinero fácil. Menores de edad convertidos en mulas, sicarios, antenas, consumidores, cocineros e incluso jefes de grupos locales. Jóvenes de 21 o 22 años decapitan, desaparecen gente, asesinan. Es ese el sentido común que se construye a su alrededor: live fast, die young. No saben hacer otra cosa, ya en la cárcel o correccional planean salir para volver. La obra toma el pulso de parte de la infancia y la juventud mexicanas que cambiaron de modelo aspiracional, por necesidad, “para poder progresar”.  

Levantones (2012)

Escribir es descargar a los muertos que traigo atorados en el cogote.

Terminó un gobierno, le sucedió otro y Valdez continuó escribiendo. En “Levantones” habla de los desaparecidos del narco. Para él siempre fue fundamental una contranarrativa al Estado, esas víctimas y desaparecidos nunca fueron “daños colaterales”, la guerra contra las drogas no tenía ninguna legitimidad.

“Levantar” es desaparecer. No sólo desaparecen narcotraficantes, sino hijos, hijas, esposos, esposas, padres, madres, estudiantes, trabajadores, etc. Levantar a alguien en Sinaloa puede costar 500 pesos y un poco de marihuana. A través de la fuerza descriptiva que caracteriza a Javier Valdez, en este libro se explican los levantones: repentinos y veloces, se toma por asalto a las víctimas, se les ejecuta y se les desaparece. Los ministerios públicos no colaboran con los familiares de los desaparecidos, están coludidos. A veces los cuerpos son encontrados, pero por los propios familiares.

Pero no todo es sombra: las madres y la búsqueda implacable de sus hijos son retratadas aquí. Y en gran parte es  gracias a Valdez que el grupo “Las rastreadoras” es conocido hoy en día. Estas son madres que buscan en fosas clandestinas a sus hijos, a través de sus propias investigaciones, y en el camino encuentran a otros hijos.

En la primera entrevista que Valdez Cárdenas le hizo a Myrna Nereida Medina Quiñonez, la líder del colectivo, el periodista le preguntó cómo buscaba. Ella le contó que se iba por la orilla de los caminos, de las vías. “Rastreo”, le dijo. “Pues de ahora en adelante se van a llamar Las Rastreadoras”, sentenció él.Con una granada en la boca (2014)

México está enfermando, perdiéndolo todo, se está extraviando, tomando atajos incluso al abismo.

Más crónicas. Quizá no el único género que dominaba Valdez, pero si el que le permitió echar mano de todos sus recursos e informaciones:“Pero tengo que escribir lo que veo y lo que escucho, tengo que levantar la voz para que sepan que el narco es una plaga, un devorador que traga niños y mujeres, devora ilusiones y familias enteras. Tengo que decirlo, con miedo y coraje, indignación y tristeza. Somos muchos los reporteros que buscamos la nota en plena incertidumbre, que tenemos claro que algún día un balazo puede llegar antes que nosotros; somos muchos reporteros indignados por el silencio que quieren imponer, por las mentiras oficiales, pues a diario vemos a personas a las que arrancaron a punta de chingadazos sus ilusiones, a mujeres con el beso ardiente de una granada en la boca, a jóvenes, casi niños, atascados de dolor y cocaína.”Huérfanos del Narco (2015)

Que sepan que los muertos están vivos en busca de sus difuntos.

Las víctimas no son sólo los muertos y desaparecidos. Javier Valdez tenía demasiada información. Contó muchas veces la historia de vida de los que estaban en la primera línea de fuego. Pero en este libro habla de los familiares, sobre todo de los hijos que quedan: vulnerables y afectados por la violencia narco. ¿Qué sucede después de muertos el padre/madre? Ser hijo de una víctima del narcotráfico es una carga para toda la vida. No importa si el difunto era periodista, policía o narco.

Mataron al Choco y dejaron viuda a Blanquita y huérfanos a tres infantes. ¿Quién fue? ¿Por qué? Un hombre bueno no merece un final tan triste. Un periodista honesto y valiente (que no vivía de filtraciones y “documentos de inteligencia” sino de periodismo en el campo de batalla) merecería no los aplausos, tan sólo la vida. Lo mataron en Juárez y les digo: mañana vienen por usted y por mí, en donde estemos. Porque nadie puede detenerlos. Porque no queda claro en dónde están los asesinos: si se esconden en las oficinas de gobierno o en casas de seguridad, ¿qué importa?, para el caso es lo mismo. Lo mataron y las esquirlas alcanzan la frente de cada hombre honesto en este país.”Narcoperiodismo (2016)

Ser periodista es como formar parte de una lista negra; ellos (narcos o políticos) van a decidir el día en que te van a matar.

Un año después de “Los huérfanos del narco”, Javier Valdez escribiría su último libro. Era un momento sumamente prolífico para él. Su visita a las ferias del libro a lo largo y ancho en México se hicieron habituales y estelares. Esta obra nos habla de los riesgos de informar, de los reporteros mexicanos que ejercen su oficio a pesar del riesgo que representa. ¿Pero informar para quién? Aquí nos habla de dos tipos de prensa: la que no se calla y la que es cooptada. Es hablar del periodismo desamparado, comprender que la verdad puede costar la vida y las notas por encargo, evitarte riesgos. Los testimonios de esta obra hablan de los comunicadores que se vuelven informantes del narco o de políticos corruptos. Da lo mismo, si de sobrevivir se trata. Pasa lo mismo del lado de los que anteponen la ética periodística. O terminas muerto o abandonando la ciudad. Aquí Javier Valdez dibuja el escenario laboral en el que está inmerso. Retrata ambas facetas del oficio. Los periodistas éticos, son pocos y están desamparados. Son intrépidos, irresponsables y demasiado arriesgados, pero, dice él: que no nos reclamen después porque nunca nos quedamos callados.El arma más importante para evadir las balas: la ética.

La filósofa Judith Butler sostiene que para que una vida perdida pueda ser llorada, debe ser “enmarcada” como vida-viva, y aún antes, como vida-viva precaria, es decir, frágil, necesitada de cuidado, y cuya continuidad depende de que se cumplan condiciones sociales y económicas específicas. En eso pone énfasis la crónica de Valdez, si el Estado no reconoce a los “Levantados”, a “Los morros del Narco”, a las “Miss Narco”, periodistas y víctimas en general, él por lo menos intenta trazar historias dignas de duelo. El duelo abierto puede estar asociado con la indignación y la indignación a la justicia.Un año después de la publicación de “Narcoperiodismo”, el 15 de mayo de 2017 Javier Valdez Cárdenas muere asesinado de doce balazos al salir de la redacción del semanario Río Doce. Siempre habló de respetar los principios básicos sagrados del narcoperiodismo: la ética, la seriedad, la responsabilidad y la confidencialidad. Pero su muerte es sintomática de que lo sagrado ya no existe. Fue un acto vil y traidor, no hay palabras elegantes para describirlo. Mucho tiempo estuvo amenazado, días antes pensaba seriamente en salir ya de Sinaloa. Dicen sus colegas que meditaba la idea constantemente. Quizás sin una extendida reflexión del autoexilio, hubiera evitado a la muerte, pero él nunca fue así. Por eso fue capaz de dejar aquel legado, testimonio crítico del México de inicios del siglo XXI. Como lo describiría el escritor mexicano Juan Villoro: Un viraje ético para comprender los efectos de la criminalidad. Historias de vida en medio de la muerte.Jamás le gustó que le llamaran experto en narcotráfico y pese a los premios y ofertas, él siguió haciendo “periodismo de banqueta”: en la calle, con la gente. Lo único que dependía de él era publicar, la seguridad era responsabilidad del poder político. El mismo poder que hasta hoy sigue sin resolver no sólo su caso, sino los de Cecilio Pineda Brito, Ricardo Monlui, Miroslava Breach, Maximino Rodríguez, Filiberto Álvarez y Salvador Adame. Todos periodistas asesinados en lo que va de este año 2017, todos por su cobertura del crimen organizado. Si la cuenta se hace desde el año 2006, la cifra llega casi a la centena de periodistas muertos por causas similares.El asesinato de Javier es sola la punta del iceberg. Por su trascendencia humana y mediática sabemos de él, pero hay mucho “periodismo valiente” que está solo, porque ha sido abandonado por la sociedad. Es aquel periodismo que es callado sistemática y violentamente, pero que conecta con una escuela latinoamericana de vencer al terror escribiendo. Aquella que legó el periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh, pagando con la vida, pero dejando como manifiesto: Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance (…) El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información.La única verdad que alivia de momento, es que la información sigue circulando. En esta lucha contra el olvido, el triunfo es de Javier Valdez. El poder de su crónica estaba en su capacidad de convertirla en poesía del instante. Por eso en su lectura hay certezas contradictorias. No consuela, perturba. No simplifica, respeta la complejidad. Es una información que no salva, pero que desafía con ética e irreverencia el hecho violento, y revienta la cabeza. Valdez iba a terapia, tomaba antidepresivos y pastillas para dormir. En sus libros deja pastillas para no olvidar. Tomémoslas.Referencias:

Luis Astorga es un historiador mexicano de la UNAM que tiene como línea de investigación la historia del narcotráfico. Sergio Aguayo es un politólogo del Colegio de México encargado del “Seminario de violencia en México”

 “Buchonas” es el nombre que se le ha dado a las mujeres pertenecientes al movimiento criminal, generalmente vinculadas  a través del parentesco. Para más información: http://www.vanguardia.com.mx/articulo/las-buchonas-el-papel-de-las-mujeres-en-el-narco

 Valdez Cárdenas, Javier. Huérfanos del Narco. Editorial Aguilar 2015 (pág. 89)

Judith Butler, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Paidós, Argentina, 2010, p. 18

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