Los y las jóvenes migrantes de Colombia habitan las aulas universitarias, las oficinas y los espacios de ocio en Argentina. Con la empatía como modo de comunicación, Julián Quintana, Licenciado en Sociología (IDAES), despliega una mirada rigurosa y sensible sobre la migración colombiana que derriba la figura mediática, arquetípica y exotizada de “los colombianos”, asociada directamente al narcotráfico. Aún más, a través de este análisis, Julián nos invita a pensar que pestañear y migrar pueden volverse dos actos íntimamente relacionados.Estudiar los procesos migratorios requiere habitar la piel del otro, entenderse a uno mismo dentro de una “potencialidad migratoria”. El estar sujetados a una coyuntura político-económica nos inocula la potencialidad del acto migratorio. Desde ahí el individuo debe negociar, de manera permanente, sus deseos con un otro que lo excede: la estructura.Habitar la piel del inmigrante requiere conocer cuáles fueron sus biografías, los contextos que las envuelven y bajo qué motivaciones migratorias vehiculizan su devenir inmigrante. Esta negociación permanente entre los deseos y la estructura es lo que debemos cuestionarnos a la hora de intentar comprender las decisiones que toman las personas cuando eligen un destino, si es que su contexto les permite elegir. Esta idea daba vueltas en mi cabeza cada vez que conversaba con las y los jóvenes colombianos en espacios que nos eran comunes: las aulas de la universidad, la oficina y los sitios culturales de ocio. Imaginaba miles de combinaciones posibles que podían darse entre las biografías de los inmigrantes y sus contextos estructurales. Esto me llevó a la siguiente pregunta: ¿Por qué las y los jóvenes colombianos llegaron a Argentina?Como en otros países periféricos, en Colombia la tentación de encontrar mejores condiciones de vida en el primer mundo siempre estuvo presente. La mirada se sostenía siempre al norte, sin permitirse pestañear. La ruptura surge cuando una crisis financiera global remueve las políticas migratorias de los países centrales, a tal velocidad, que provoca un viento que se acerca intempestivamente hacia la mirada del potencial migrante, obligándolo a pestañear. El acto de pestañear, se da en los cuerpos de manera involuntaria. De la misma manera, los potenciales migrantes tuvieron que buscar nuevos destinos luego de que, en 2008, España y EEUU implementaran el brutal endurecimiento de sus fronteras.Este nuevo panorama deja borrosa aquella costumbre de mirar siempre al norte ¿Dónde apuntar la vista ahora? Una porción muy importante de colombianos -tras hacer un costoso giro de 180 grados- comenzaron a ver con buenos ojos a la Argentina entre otras posibilidades. Ahora la mirada se sostiene hacia el Sur.El giro radical de la mirada no puede ser explicado tan solo por el desdibujamiento de aquel horizonte. Surge entonces la pregunta sobre cuáles fueron los puntos que comenzaron a trazarse en ese nuevo horizonte deseable ¿Qué hizo que la mirada se sostuviera fija hacia el sur por más de una década, y siga manteniéndose fija hoy?Argentina en 2008 fue golpeada por los mismos vientos huracanados de la crisis financiera global. Sin embargo, la consecuencia en cuanto a la normativa migratoria fue significativamente opuesta a la del Norte, siendo consecuente con su posición en el mapa. Se abrían las puertas de la Patria Grande.Las condiciones estructurales de la sociedad argentina de esos años podían suplir, de manera sólida, aquellas proyecciones que se reflejaban como espejismos detrás de las fronteras estadounidenses y españolas.Entre 2003 y 2008, Argentina dictaminó una serie de leyes y acuerdos que facilitaban la recepción de movilidad internacional de países miembros y socios del Mercosur (Ley 25.871 de migración en 2003, Plan Patria Grande en 2006 y acuerdo de residencia ratificado en 2009). Para 2010 residían en Argentina más de 17.000 colombianos, cifra que quintuplicaba a la del Censo de 2001. Claro está, que la sola normativa no allanaba el camino para que una masa representativa de colombianos arribara a Argentina.Las condiciones estructurales de la sociedad argentina de esos años podían suplir, de manera sólida, aquellas proyecciones que se reflejaban como espejismos detrás de las fronteras estadounidenses y españolas. La suma de condiciones, como un mercado laboral altamente dinámico, o la calidad y la accesibilidad factible del sistema educativo superior, complementaban favorablemente la posibilidad de acceder, efectivamente, como inmigrantes a los derechos ciudadanos mediante la condición de regularidad.La transición entre la “potencialidad migratoria” y la condición de “inmigrante” se vehiculiza a través de las motivaciones. La puesta en marcha de estas motivaciones termina por trazar las líneas de aquel horizonte que se divisa desde el punto de partida, convirtiendo aquel deseo en nuevo suelo. La línea del horizonte pasa a estar donde nunca antes lo estuvo: esa línea borrosa, ahora, se marca sobre Colombia. El punto de partida se transforma rápidamente en un nuevo destino.Las personas no sólo migran por motivos económicos. Si bien es cierto que la idea aspiracional de mejora en las condiciones de vida opera constantemente en el mundo capitalista occidental, eso solo no explica este proceso. Las y los jóvenes colombianos que llegan a la Argentina, lo hacen por múltiples y distintos condicionamientos de salida en el país de origen, que se combinan con motivaciones migratorias sujetas a las posibilidades ofrecidas por la sociedad receptora.Las y los jóvenes colombianos que llegan a la Argentina, lo hacen por múltiples y distintos condicionamientos de salida en el país de origen, que se combinan con motivaciones migratorias sujetas a las posibilidades ofrecidas por la sociedad receptora.Esta heterogeneidad de los perfiles rompe con los estereotipos de que las clases medias suramericanas vienen a estudiar gratis al país. La motivación educativa, en este caso, no es solventada por la mera condición de gratuidad -al menos el 77% de los estudiantes en 2014 pagaba por sus estudios (OIM, 2016)-, sino que se construye a través de su condición de factibilidad y excelencia. El sistema educativo superior argentino les brinda a los colombianos la posibilidad de trabajar paralelamente a su formación, caso que en Colombia es imposible de imaginar. A su vez, los trabajos a los que aplican los inmigrantes colombianos en Argentina -mayormente en el sector de servicios-, aunque de manera precarizada, les permiten costear sus gastos en ciudades caras como Buenos Aires. En otras palabras, se forma un “paquete” de condiciones ligadas a la estructura, que les permite permanecer de pie ante sus expectativas.La simplificación de las motivaciones, muchas veces esconde un detrás de escena de las decisiones que operan en una instancia previa, como motor del deseo. Si bien, estas decisiones se vinculan al curso de la vida de cada persona, en muchos casos coinciden, ya que se desprenden del permanecer dentro de una coyuntura específica y compartida. La violencia, el conflicto narco y los parámetros conservadores enfrascados en una multiplicación de las conductas de consumo, en Colombia actúan transversalmente en todas las personas, tanto codificando sus pautas culturales de conducta, como generando rechazo y una búsqueda de destinos más propicios. La conflictividad social que nos ve nacer, habita en nosotros en forma de prisma, codificando nuestra mirada y sus horizontes posibles. Pero una vez que el horizonte se convierte en nuevo suelo, puede hacerse carne a través del estigma.La industria cinematográfica, principalmente estadounidense, se ha encargado por años de crear una imagen arquetípica del narcotraficante, pegado explícitamente a dos nacionalidades: mexicanos y colombianos. En los últimos años, una oleada de series acerca del narcotráfico en Colombia, nucleadas alrededor de la vida de Pablo Escobar, despertó el interés en la sociedad argentina. Estas construcciones ficcionales crean interpretaciones desdibujadas de Colombia y de sus ciudadanos (principalmente de aquellos que viven en Argentina). La referencia permanente a esas imágenes arquetípicas, que muchos argentinos utilizan con propósito de empatizar, termina causando el efecto contrario. Aquí la estructura social se hace carne en forma de prejuicio.Los colombianos en Argentina no se sienten maltratados. Existe entre ellos un consenso de positiva recepción, en donde perciben una posición de privilegio frente a otros colectivos migratorios del Cono Sur, como la colectividad boliviana. Sin embargo, aquellos estereotipos desdibujados de Colombia funcionan como solidificadores de prejuicios y complican el bienestar del día a día. La referencia permanente a esas imágenes arquetípicas, que muchos argentinos utilizan con propósito de empatizar, termina causando el efecto contrario. Aquí la estructura social se hace carne en forma de prejuicio. Claro está que, aunque se sientan bien recibidos y con cierta ventaja a favor de otras minorías migratorias, los colombianos en Argentina no se encuentran exentos de maltratos y postergaciones.Las y los colombianos con descendencia afro e indígena encuentran menos espacio en la democracia argentina para aplicar sus credenciales educativas y su capital humano en el mercado laboral.No obstante, la condición de extranjeros en un país atravesado por distintas comunidades les hizo reflexionar sobre su posición en la sociedad, y acerca de cómo esto se manifiesta en la desigual distribución de oportunidades hacia dentro de su colectividad. En este punto, es interesante comprender cómo la desigualdad de oportunidades que existe en la sociedad colombiana por cuestiones raciales y étnicas, termina siendo arrastrada y traducida bajo códigos de la sociedad argentina receptora. En otras palabras, las y los colombianos con descendencia afro e indígena encuentran menos espacio en la democracia argentina para aplicar sus credenciales educativas y su capital humano en el mercado laboral, así como también están más expuestos al maltrato directo en relaciones personales. La intersección entre su condición inmigrante y su descendencia afro e indígena los deja expuestos ante una parte de la sociedad -tanto argentina como colombiana- que insiste en bregar por valores xenófobos y segregatorios. Esa estructura desigual es la misma que permite que aquellos inmigrantes fenotípicamente blancos logren camuflarse ante los ojos de la sociedad argentina, que -al igual que la colombiana- insiste en sostener la mirada siempre al Norte, sin permitirse pestañear.