por Abel Zabala

Un día del año 2020 donde todos los días parecen engañosamente iguales pero tienen “ese qué sé yo, ¡viste!”, estaba yendo a terapia en colectivo y escucho un homofónico murmullo entre la gente. Palabras difusas que terminaban en “dona”. Al segundo recibo un mensaje de texto en un grupo de amigos: “Murió Madonna”. Fuera de toda solemnidad y en chiste respondo: “Nooooo. 2020 ¿Algo más?”. Me había equivocado de muerte. No era una estrella pop, era la muerte del astro futbolístico. A pesar de entender el error, seguí bromeando porque realmente no era algo que me importara. Pero cada segundo que pasaba, me iba dando cuenta de la equivocación… sí me importaba. 

Cómo puede no importarnos aquello que hizo llorar de inexplicable tristeza a nuestros seres queridos; que hizo reunir en grito de purga al alma y al dolor de todo un pueblo. Quién con cuya muerte como impulso mimético, a pesar del terrorista virus, potenció a que todos se juntaran para despedirlo a pesar del contagio y gambetear cualquier afección, como el Diego en el ‘86 contra los ingleses. 

Yo no fui, no me manifesté en las calles. Pero hoy me manifiesto en estas palabras, al igual que el lector que se interesa por el tema y recurre a la lectura de este u otro texto. Porque todos estamos buscando respuestas. Respuestas a un fenómeno que nos llena de preguntas ¿Quién es el Diego?¿Que representa su muerte?¿Todo sigue igual después de su desaparición corpórea? 

“El Diego” es ese que, cuando me pongo a escribir, no puedo nombrar sin romper las reglas de la lengua, aquella que vela y obra por la buena formación de las oraciones, Maradona me invita a romper con las reglas de peso establecido, debería ser Diego, no “el Diego -escucho, mientras tipeo, a mi profesora de lengua diciendo: “los nombres propios no llevan determinante pre nominal”-. Este sujeto podría pensarse como la flor de loto. Emergió de una Argentina pantanosa, de ahí, del polvo del potrero, lo llamaron Diego, no John, Paul, ni Jorel ¿Por qué? Porque nació en esta tierra bajo el peso de una cultura específica. Un país donde más de uno habrá pensado “si puedo salir adelante en Argentina puedo salir adelante en cualquier lado del mundo”. Es el país donde cada ciudadano juega en modo “very dificul”. Pero el Diego no se preguntó cómo estaba jugando. Solo fue y puso lo que podía poner, su argentinidad. 

Recuerdo la historia de un héroe que abandonó su patria en busca de historias y recursos para volver y llenar a su pueblo de gloria. Hablo de Yvain , el héroe de la novela “el caballero del león” de Chrétien de Troyes. Pero es fácil equivocarse y pensar en el

futbolista más grande del mundo cuando se narra tal periplo. Algunos dicen que solo tenía una pelota como arma y herramienta. Aun tomando como válida dicha afirmación no se puede negar que lo que ponía en la cancha, lo ponía en la vida. Fuerza para vencer a sus adversarios en batalla, valor para emprender acciones en circunstancias difíciles. Voluntad, dignidad y elocuencia. Muchos dirán “hablás solo de características que lo enaltecen” pero parto de un conjunto de ideas para considerarlo. En principio, el ser ideal, como sostiene Nietzsche, es un ser de fantasía, cuya procedencia puede estar establecida por un canon institucional. Segundo, es muy probable que si el Diego hubiese tenido ambiciones corruptas no tendría la mala fama que hoy lo acompaña. El contexto donde se desenvolvió implicaba necesarias acciones de negociación con poderosos, o dicho en argentino, de transar con cualquiera para poder lograr cometidos Al igual que muchos poderosos que compraron el silencio, y sus acciones se pueden sentir en  las consecuencias que pululan en un amenazante anonimato. Y por último, este cosmopolita argentino, que escapó de toda penuria, logró romper con las tradiciones e imposiciones sociales y alcanzó la libertad de su esencia. 

Ahora, a nosotros, sujetos que tomamos su muerte como algo más, que sabemos quien fue Maradona, un argentino capaz de salir de la villa, eso que hoy se entiende como cárceles a cielo abierto que sectorializa y estigmatiza a sujetos y potencia el conjunto de valores que tanto consideramos como necesariamente erradicables de la ciudadanía argentina-: ¿Podemos admitir que nos equivocamos y volver a preguntarnos que representa su muerte? 

Mientras se toman su tiempo, podemos afirmar que “el Diego” es un icono. Mientras estaba vivo podía hacer valer su esencia, modular el espectro y parámetro de cualidades bajo las cuales lo querían encasillar. Tal era esa virtud que inclusive llegó a menospreciar una serie de acusaciones diciendo “que la sigan chupando”. Pero hoy es incapaz de defenderse, es incapaz de luchar contra la mercantilización de su nombre y sobre toda significación que pueden darle aquellos contra los que siempre luchó. 

En definitiva, la muerte de un icono tan importante para la cultura popular representa la puja entre quien resolverá su significado. En dependencia con todo lo expuesto se observa que la tensión entre discursos va a dar como resultado, al igual que las antiguas civilizaciones con el “boca en boca”, utilizar al héroe para que ser el portador de los ideales de una civilización específica, para contar su historia.

Quiérase o no, el cuerpo del Diego se evapora como humo en el aire pero su historia queda tatuada en el cuerpo de la sociedad. Todas sus miserias lo van a acompañar porque precisamente él es un ejemplo de lo que se debe hacer y de lo que no se debe hacer. Lo admito. me equivoque la muerte del Diego. Si me importa. Porque en tanto ícono argentino quiero tomar las riendas y enaltecer sus errores y virtudes. Tomarlo como ejemplo para construir al ciudadano argentino y ser capaces de hacer lo que hizo él. Ser ejemplo de superación nacional. Tomar su valor, su fuerza, su garra, su ingenio. Porque es cierto: puede que sea solo un futbolista pero hizo lo que tenía que hacer, en el lugar correspondiente, en el momento oportuno, con la mente templada y el corazón ardiente. No respetó a quienes nos quieren tener encerrados y encasillados, supo valorar y defender a los que tienen buenos deseos para el pueblo. El Diego jamás será un pasado perfecto, ni mucho menos uno imperfecto, siempre seguirá siendo presente.

Ya hizo su trabajo, ya jugó en “Boca”. Ahora te toca a vos, que sos el dueño de su historia. Te toca jugar el “boca a boca”. 

Honra y honor al argentino.

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