por Leo Benitez

Bancar los trapos

En estos últimos días se ha repetido hasta el hartazgo la idea de que Maradona es un reflejo de la argentinidad, que debemos habitar sus contradicciones y deconstruir las actitudes machistas que tuvo a través de los años. Sin lugar a dudas, la vida de Diego Armando Maradona es la narración más compleja jamás ideada. Es una invitación ante la cual podemos tomar distancia para reflexionar o bien abrazarla para hacerla propia…o ambas. Diego ha dejado tantísimos jirones de su vida a lo largo del camino, pedacitos de historia que fueron recogidos como banderas con los motivos más diversos. Hay banderas inmensas, capaces de cubrir una tribuna popular, y banderas que caben en la palma de la mano. Esos estandartes de bolsillo pueden admirarse en la intimidad de una reflexión nocturna, sacarse a relucir en la ruidosa mesa de un bar o usarse para emparchar nuestras propias mishiaduras. Cada uno de esos retazos fueron celosamente atesorados esperando el momento para volver a unirse y flamear en homenaje al ídolo caído. Finalmente, ese día llegó y ni siquiera la muerte pudo evitar que se desate la polémica a su alrededor: movilización popular en medio de la pandemia, fuego cruzado en las redes sociales y represión policial en las calles. Bienvenidxs a Maradona. 

Se juega como se vive

Tildar a Maradona de contradictorio en un país que llama “revoluciones” a los golpes de Estado y que se empachó de pizza con champagne, suena algo irónico. Es curioso pensar en las contradicciones de alguien que a los diez años ya declaraba que su sueño era jugar un mundial, y doce años después lo logró. Esto nos muestra más bien cierta continuidad entre sus pensamientos y sus actos. ¿Dónde residen entonces las supuestas contradicciones de Maradona? Algunos dirán que dicha incoherencia está en la relación entre su origen social y sus gastos desmedidos, reclamándole, por ejemplo, lo excesivo que fue comprarles tres casas a sus padres en vez de conformarse con regalarles una, o recriminándole lo innecesario de usar dos Rolex (uno de ellos configurado a la hora del lugar donde se encontraba y el otro sincronizado con el horario de Argentina). Sabemos que el exceso de goce por parte de los humildes es considerado por algunos como un pecado imperdonable que debe ser castigado. Pero en este caso la contradicción no reside en el desposeído, sino en aquellos que le negaron el acceso al goce y ahora deben lidiar con esa realidad. Son ellos los contrariados porque un cabecita ignoró las leyes que prohíben soñar y se dio el lujo de ser feliz en abundancia. Porque a pesar de todo, Maradona siempre fue un pedazo de Fiorito, en Barcelona o en Dubái. Finalmente, se le reprocha al pibe de oro el haberse definido ideológicamente por el populismo, con lo cual todo lo anterior se vuelve aún más intolerable para quienes piensan que la conciencia de cada persona responde al estado de su cuenta bancaria. Todo eso termina conformando a Maradona como el ídolo maldito del país burgués, pero él siempre fue coherente con su filosofía: “vivir como se piensa, jugar como se vive”.

El moderno Prometeo: a nuestra imagen y semejanza

¿A qué responde semejante devoción por un futbolista? Su talento como deportista está fuera de discusión, pero con eso solo no alcanza para explicar el fenómeno. Fue ante todo un guerrero (quizá el único) que intentó expulsar del fútbol a los mercaderes de la pasión. Al no conformarse con esto también se enfrentó a quienes custodian el injusto orden del mundo. Acometiendo feroz contra una hidra de mil cabezas, algunas de las cuales eran Juan Pablo II, Joseph Blatter y George W. Bush. Pero Maradona es principalmente amado porque alcanzó el éxito, ese instante de eternidad, y lo compartió con los humillados de la tierra. Robó ese fuego reservado para unos pocos y repartió el botín con los nadies, volviéndolos triunfadores. Al convidarles ese don forjó una unión eterna, la simbiosis entre “el más humano de los dioses” y su pueblo. En Argentina sabemos que lealtad con lealtad se paga. Ante semejante compromiso de afecto queda a la vista lo paradójico que es pensar en “separar al futbolista de la persona”.

¿Con qué instrumentos quirúrgico-conceptuales planean operar la figura maradoniana? Quienes sostienen la necesidad de diseccionar al ídolo popular parecen ignorar que hacerle un gol con la mano a Inglaterra es una declaración de principios, a la vez que es un gesto deportivo. Del mismo modo parecen no encontrar nada personal en la decisión que tomó el Diez al ir a jugar al Napoli, un equipo pobre del sur olvidado de Italia. Ambas son caras de la misma moneda y al intentar separarlas se destruye el objeto completo. Esa pretensión de desagregar y analizar objetivamente es una operación propia de la Modernidad y por eso mismo implica una gran paradoja en torno a la voluntad de saber, ya que no se sabe dónde trazar el límite. Esto no supone silenciar los errores que cometió Maradona en su vida ni mucho menos glorificarlos, pero es interesante ver cómo las mismas personas que ponen énfasis en dichas cuestiones omiten monumentalmente tales actitudes en otras personalidades internacionales o inclusive en gente de su entorno. Por lo visto se aplica sobre el astro una típica interpretación argentina: ver en lo argentino todas las culpas, todo lo negativo y dañino (y nadie más argentino que el Diez). Él es también el chivo expiatorio que quita el pecado.

El Diego es todo

En El Aleph, Borges explica la existencia de un punto que contiene a todos los puntos del universo. Al igual que en el emblemático cuento, Diego es el resumen de nuestro infinito argentino. Es nuestro Aleph de Villa Fiorito. A través de él se observa el cosmos en su plenitud: miserias, gloria, frustración, engaños, ira y amor desplegado en sus múltiples posibilidades. Pero ese universo no aparece sintetizado ni ordenado ante nuestros ojos, más bien es un espejo partido que nos devuelve una imagen fragmentada. En el reflejo de esos pedazos conviven el Pelusa, el compadrito milonguero, el acérrimo chavista y el ostentoso amigo de los jeques. Maradona es el héroe de las mil caras, y como tal tuvo que atravesar las parejas de contrarios que buscaron destruirlo en su aventura (ser y no ser, falta y exceso, tragedia y júbilo, traición y lealtad). En ese viaje mitológico comprendió que sólo mediante el nacimiento constante se puede conquistar la muerte para volver de ella. ¿Cuántas veces se aniquiló a sí mismo para parirse nuevamente? En él vemos que la esencia del tiempo es el cambio, y la esencia de la vida es el tiempo. Me pregunto si habrá algo más argentino que renacer una y otra vez. Sin embargo, el fenómeno maradoniano no es exclusividad de nuestro país, también despierta emociones en la ciudad de Nápoles (donde está a la altura de San Genaro, patrono de la ciudad) o en países tan lejanos como Bangladesh (cuya población sufrió tres millones de muertes a manos del imperialismo británico durante la Segunda Guerra Mundial tras lo cual encontraron en el astro un símbolo de resistencia ante tanta brutalidad). No creo que seamos parientes muy cercanos, pero algo del Diego nos une, y esa reconciliación es imprescindible para la humanidad en los tiempos que corren.

Fin del tocuen 

Al enterarnos que sufrió un paro cardiorrespiratorio pensamos que sería solo un susto de esos a los que nos había acostumbrado, seguramente pronto se recuperaría y todo volvería a la normalidad. Pero esta vez no hubo retorno. Al principio nos negamos a creer que fuese cierto, cambiamos de canal, entramos a Twitter o abrimos Google lo más rápido que pudimos para escribir “Maradona”. Deseábamos que sea otra de tantas fake news que los medios difunden con tal de tener un poco de rating. Lamentablemente era cierto, el superhombre partió y dentro nuestro comenzó a crecer un rumor: somos un poco más mortales. 

Fue la conclusión de un largo adiós ya que hacía tiempo que el astro estaba naufragando en nostalgias tras la muerte de sus padres. A medida que transcurrieron las horas, comprendimos que estábamos despidiendo al último ser capaz de romper con lo previsto. A      partir de ahora debíamos enfrentarnos en soledad a los peligros inevitables. Esta ausencia de guía es nuestro problema como individuos modernos, psicoanalizados e ilustrados, para quienes todas las deidades y los demonios han sido racionalizados. Creemos haber domado a las bestias que nos habitan. Nos tranquiliza pensar que capitaneamos la nave, pero cualquier golpe del mundo exterior nos muestra cuán frágil es nuestra condición. Aquel que nos acompañó siempre fue justamente quien nos noqueó con su partida. Luego de la tormenta sobrevino cierta calma y la tragedia empezó a mezclarse con aires de peregrinación futbolera. Los cantitos de cancha musicalizaron la escena. En todos los balcones se colgaron banderas argentinas y en las calles se abrazaban fanáticos rivales para descargar su llanto para inmediatamente después comenzar a saltar sobre el dolor. Reunir a millones de personas por una causa común en una época de odios como la actual, es otro milagro maradoniano. Demuestra que su mito continúa latiendo en las banderas que flamean su nombre. A fin de cuentas, el héroe es el campeón de las cosas que son, no de las que fueron, y Maradona es el héroe eterno.

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