El arte constituye un modo privilegiado para interpelarnos tanto en nuestra existencia como en nuestras prácticas. “Naturaleza: refugio y recurso del hombre” del Centro Cultural Kirchner, resulta una exhibición fundamental que habilita la reflexión sobre los seres humanos y su entorno natural. Los ojos antropológicos que recorren esta muestra nos invitan a reubicarnos como especie entre los demás, pero también a revalorizar modos “no occidentales” de relacionarnos con el ambiente. “En peligro de extinción” (2014) de Nadia Guthmann, representa un mono carayá construido en tela metálica. La apertura del material deja entrever que este mono contiene en su interior a un niño. Según la autora, el empleo de este material -que es central en sus obras- nos facilitaría reconocer que los tejidos biológicos no son cerrados, sino más bien porosos y nos permiten comunicarnos con el medio que nos rodea. La autora rompe con la idea de individualidad y de la piel como frontera o límite del individuo y propone en cambio una unidad con la naturaleza: somos parte del entorno natural.
La exhibición “Naturaleza: refugio y recurso del hombre” del Centro Cultural Kirchner es una muestra colectiva y multidisciplinaria que nos invita tanto a explorar el abordaje de la naturaleza a través del arte así como también a reflexionar sobre el impacto y la acción del hombre sobre la tierra. Este logrado intento de conectar la ciencia, el arte y la antropología nos puede llevar a una reflexión sobre las posibilidades de la obviación disciplinar para imaginar un futuro común.
Proponemos, a través de algunas de las obras de esta muestra, reflexionar sobre la relación naturaleza/cultura, y preguntarnos: ¿cuáles son los desafíos de repensarlas como indisociables? ¿Cómo diseñamos nuevas formas de habitar el mundo en el que vivimos junto con otros terranos1? Es importante destacar esto último en el marco de los profundos cambios que se vienen desarrollando en el plano de la crisis ambiental en nuestro planeta.“El intento de conectar la ciencia, el arte y la antropología nos puede llevar a una reflexión sobre las posibilidades de la obviación disciplinar para imaginar un futuro común.”Desde sus orígenes la especie Homo sapiens y algunos de nuestros ancestros han modificado su entorno a nivel local. Sin embargo, es desde el Holoceno (hace 10.000 años aprox.) para autores como Donna Haraway y Phillipe Descola o bien desde la revolución industrial para Paul J. Crutzen y Dipesh Chakrabarty, cuando los humanos se transforman en un “factor antrópico”, cuyo devenir produce impactos a escala planetaria. Con esto no queremos decir que fue la humanidad entera la que originó el calentamiento global, la acidificación de los océanos o el derretimiento de los glaciares. Los pueblos originarios de la Amazonia o los aborígenes australianos no tienen la misma implicancia de acción en los ecosistemas, como sí lo tiene el desarrollo intenso del capitalismo industrial.Es por ello que muchos científicos reconocen en el ser humano moderno occidental un agente geológico que modifica -a ritmo cada vez más acelerado– los procesos físicos de la tierra, originando una nueva era geológica denominada Antropoceno. Esta nueva era se caracteriza por un cambio climático que trae aparejado, de la mano de la acción del hombre sobre el ambiente, una alarmante crisis ecológica y un agotamiento de lo que denominamos “recursos naturales”, así como la extinción de varias especies.“El ser humano moderno occidental es un agente geológico que modifica -a ritmo cada vez más acelerado- los procesos físicos de la tierra, originando una nueva era geológica denominada Antropoceno.”Retomando entonces, la obra de Guthmann, podemos pensar en la interacción de una especie respecto a otra y, a juzgar por la manera en que está posicionada la forma humana en la obra, nos estimula a considerar esta interacción como una relación vital, inútil de pensar de manera disociada. Además la obra nos lleva a concebir que el futuro del planeta depende de la consideración que la humanidad tiene de sí misma como de las otras especies con las que comparte el mundo. Si fuera posible revertir los efectos del Antropoceno, deberíamos comenzar, como propone la pieza, por cuestionar nuestra posición jerarquizada sobre el resto de las especies, y pensarnos de forma más simétrica con los otros terranos. Es urgente reconsiderar las formas y actividades con que la humanidad sigue utilizando lo que ha definido como naturaleza para producir su sustento y energía, y cómo éstas impactan negativamente en el medio ambiente para, a su vez, buscar nuevas alternativas.Desde el comienzo de la sociedad industrial, la humanidad ha intensificado su actitud predatoria en la búsqueda de recursos energéticos. Esta intensificación está relacionada con el incremento de la población y las bases materiales de su existencia. A este respecto, es interesante la obra “Naturalizar al hombre, humanizar a la naturaleza” (1977) de Victor Grippo, quien dispone de algunos de estos conceptos. La obra presenta una larga mesa cargada con muchísimos kilos de papa y algunos elementos de experimentación química en una punta de la misma mesa que muestra cómo producir energía a través del almidón.
El artista invita a una reflexión sobre la relación hombre-naturaleza, la cual debe pensarse como una interacción si lo que queremos es superar la dicotomía entre ambas. Es esencial destacar que la naturaleza no se encuentra por fuera de los hombres, y que se establece por tanto una interconexión ecológica entre naturaleza-cultura. La instalación inspira una postura ambientalista con el fin de construir un proyecto global que provea alternativas en la provisión de energía para los años venideros e intentar atenuar la catástrofe ambiental. Uno de los elementos referentes es la papa, que posee un gran valor simbólico debido a su participación en la historia: cultivada originalmente por las sociedades americanas, fue exportada en épocas coloniales a las potencias, y salvó a una enorme parte de la población de hambrunas durante las pestes. A partir de ese momento, y por su gran aporte en términos energéticos, la papa ha formado parte en la dieta de muchísimas sociedades. Las fuentes de energía tienen por lo tanto gran incidencia en la composición y en las formas culturales de cada grupo social.“Deberíamos comenzar por cuestionar nuestra posición jerarquizada sobre el resto de las especies, y pensarnos de forma más simétrica con los otros terranos”Es necesario preguntarnos entonces si las sociedades no occidentales pueden dar respuesta a problemas de occidente y cuánto nos pueden enseñar sobre nuestra propia sociedad. La obra de Lucía Madriz “Modificar” (2017) nos ayuda a pensar en otras formas posibles de relacionarnos con el planeta, utilizando los recursos de manera armoniosa. A través de un mandala construido con diferentes semillas, la autora se refiere a la naturaleza como una alianza, una conexión voluntaria y espiritual entre las personas y su ambiente. Estos granos representan la dieta básica de Latinoamérica, tal como la papa lo ha sido para muchas comunidades. Tomar como ejemplos a este tipo de sociedades, en las que existía una conexión profunda con el ambiente en el que vivían, puede ser el camino para que nuestra sociedad no continúe destruyendo el planeta, sino que, de modo contrario, construya un mundo habitable junto a otros terranos. En este punto, es interesante recuperar al antropólogo Gregory Bateson, quien propone una tarea de obviación de ciertas divisiones simbólicas o conceptuales.
En este caso, la marcada frontera entre la mente de una persona y el ambiente en sí, debe ser superada para entender que ambos elementos forman parte de un mismo sistema, de una misma unidad. Teniendo esto en cuenta, se puede afirmar que la destrucción del ambiente es la destrucción de la propia mente, la destrucción del planeta como un sistema totalitario. La crisis ecológica, entonces, sería consecuencia de no tener en cuenta esta unidad, de disociar ambos elementos.“La destrucción del ambiente es la destrucción de la propia mente, la destrucción del planeta como un sistema totalitario. La crisis ecológica sería consecuencia de no tener en cuenta esta unidad, de disociar ambos elementos.”Para seguir el conflicto que nos presenta la relación con nuestro ambiente podemos pensar a la naturaleza no sólo como recurso apropiable, sino tratar de pensarnos en y gracias a ella. Fácilmente podemos notar cuán cambiante es la relación entre las sociedades y el entorno en el que viven, siendo ésta una relación intrínseca entre ambas, donde por un lado el ambiente actúa sobre la organización de la vida de estas sociedades, pero también éstas utilizan lo que el entorno les brinda y gracias a ello se re-significan. No se trata de posicionarse en extremos donde uno sea condicionante del otro, sino justamente poder repensar la relación entre sociedades y ambiente desde un ejercicio más equilibrado y/o una convivencia entre lo humano y no humano, entre las distintas especies que componen el planeta, y con las cuales compartimos y somos parte del mismo.
Hemos hecho un recorrido por diferentes expresiones artísticas en relación al cambio climático y las conexiones intrínsecas entre todos los agentes que habitan nuestro planeta Tierra. Varias obras de arte utilizaron para su producción elementos tóxicos que contaminan el medio ambiente, pero puestos en uso, a su vez, para advertir sobre los efectos que tiene el hombre sobre la naturaleza. Esto se plasmó físicamente en la obra de: María Orensanz, “Hojas de vida” (1998), que presenta hojas negras, canillas y frases que nos hacen reflexionar sobre el envenenamiento de los recursos naturales. Al igual que Orensanz, Jane Brodie con su obra “Sin título” (2016), simula un derrame de petróleo que representa la terrible contaminación de mares y océanos, modificando el ecosistema en general.
La relación arte-ciencia nos invita a reflexionar sobre el papel de la humanidad, su relación con otros organismos y el medioambiente de aquí en adelante. Desde este punto de vista, la antropología es una de las herramientas que nos permite poder ver más allá y dar cuenta de la multiplicidad de relaciones que podemos establecer con nuestro ambiente, y de esta forma con nosotros mismos. El arte, a partir de sus diferentes manifestaciones y expresiones, nos invita a la interpelación -desde mundos imaginarios o posibles- de nuestras incertidumbres de cara al futuro, como también a las acciones y estrategias que tomemos en relación a los cambios que ya están ocurriendo.Referencias
1 El término terrano refiere a todos los elementos orgánicos e inorgánicos que cohabitan el planeta.
Bateson, Gregory 1991 Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos Aires, Editorial Planeta.
Crutzen, Paul 2002 “Geology of mankind” en Nature Vol. 415 3.
Chakrabarty, Dipesh 2009 “The Climate of History: Four Theses” en Critical Inquiry, Vol. 35, No. 2 pp. 197-222
Haraway, Donna 2015 “Anthropocene, Capitalocene, Plantationocene, Chthulucene: Making Kin” Environmental Humanities, vol. 6, 2015, pp. 159-165
*Este artículo es el resultado de una experiencia pedagógica en el marco de la asignatura Humanidad, Evolución y Ecología de la licenciatura en Antropología Socio-cultural (IDAES-UNSAM) coordinada por Rolando Silla y Débora Swistun. Se propuso a los estudiantes visitar juntos la exposición “Naturaleza: refugio y recurso del hombre” del Centro Cultural Kirchner en junio del 2017. Los estudiantes registraron sus reflexiones en fotos y notas de campo para construir un trabajo final entrelazando teoría antropológica con obras de arte de la exposición procurando reflexiones sobre algunas problemáticas contemporáneas que aborda la antropología ambiental. Con la guía de los docentes se construyó este texto que es una adaptación colectiva de los trabajos finales que cado uno de los cuatro autores elaboró para aprobar la asignatura.