Para comprender una de las formas de vivir, interactuar, gestionar y resignificar el espacio urbano, la autora realiza un recorrido minucioso por el sistema “ecobici” de la Ciudad de Buenos Aires. Con una mirada atenta a los supuestos de igualdad y exclusión, el texto se pregunta por el bien común y la constante disputa entre Estado y sociedad civil. En la plaza San Martín, cerca de la estación de Retiro, divisé la estación de bicicletas, estaba pintada de un color amarillo ocre y sobre su frente y laterales se encontraban apoyadas aproximadamente 40 bicicletas del mismo color. La estación es atendida por 3 empleados, que a su vez, también visten remeras de color amarillo. Antes de comenzar a pedalear, decidí observar el movimiento, hacer una primera aproximación desde ese no lugar que me permite la ciudad. Ver la forma práctica en la que los actores utilizan y significan este espacio. En las horas siguientes registraron en forma continua entregas y retiros de bicicletas, el trámite parece realizarse de forma fluida, sin congestionamiento pero casi sin pausa.
Las bicis son amarillas, de un diseño singular, estilo paseo, y todas cuentan con un canasto, dato que no me había llamado la atención hasta que noté que la mayoría de los usuarios lo utilizaban para depositar sus mochilas, morrales o carpetas. La edad promedio del público que las utiliza es de entre 25 y 40 años, visten con ropa informal, sin ser deportiva, en su mayoría jeans, todos tienen un aspecto prolijo, y se nota que conocen el sistema. Se manejan con velocidad y soltura. Están los que eligen la que está más a mano, otros la revisan cuidadosamente tocando sus cubiertas y controlando sus frenos, otros la eligen por criterios estéticos, como ser la mejor pintada.
Esta situación no es del agrado de los diseñadores del programa quienes plantean que la principal finalidad es el traslado en bicicleta de un punto a otro, reemplazando otro medio de transporte, o para paseo por la ciudad, pero no como herramienta/medio de trabajo.
En varias ocasiones me sorprendió que los usuarios llevaran paquetes en el canasto al estilo encomiendas y sobres. Uno de los empleados me explicó que se trata de personas que utilizan las bicicletas para realizar trabajos de mensajería y que cada vez hay más, principalmente en la zona del microcentro porteño. Esta situación no es del agrado de los diseñadores del programa quienes plantean que la principal finalidad es el traslado en bicicleta de un punto a otro, reemplazando otro medio de transporte, o para paseo por la ciudad, pero no como herramienta/medio de trabajo. Para preservar el fin propuesto han acortado el tiempo de uso a una hora (que en los comienzos del programa era de dos horas). Este recorte se realizó con la estrategia de desmotivar y complicar el uso para fines comerciales y favorecer la rotación. Si bien esto dificultó las tareas de quienes realizan tareas de cadetería, estos a su vez encontraron tácticas para continuar utilizando este servicio público reajustándose y adquiriendo nuevas habilidades, como ser: bajar aplicaciones en sus celulares que les indiquen estaciones cercanas y rodados disponibles en tiempo real, para poder renovar el uso ininterrumpidamente durante todo el día.Esto me lleva a reflexionar sobre los supuestos de igualdad y sobre quienes quedan excluidos del espacio público, y en la estrecha relación que hay con el Estado en la estipulación de normas y cómo la sociedad civil a su vez presiona. Pienso en la constante disputa sobre el espacio público y sus usos, ¿quién puede hacer qué y en dónde? Partimos del supuesto de un bien común, la pregunta será de quién, ¿es acaso propiedad de alguien? Por su lado el gobierno, quizás orientado en captar un público determinado para este servicio, realizó convenios con universidades, empresas y colegios profesionales que facilitan la registración mostrando credenciales sin tener que presentar copias de servicios públicos.
A medida que pasan las horas, el calor cede y la tarde invita, así que decido solicitar mi bicicleta. Ya tengo bastante información es hora de recorrer este espacio de cerca y de adentro. El trámite de retiro es muy rápido y los empleados no efectúan ningún tipo de control, excepto ingresar los datos en la pc y verificar la validación por sistema, pero nadie chequea que efectivamente me esté llevando la bicicleta que informé y no otra.Finalmente, tomo la bicicleta número 1977 y en apenas segundos estoy en la ciclovía doble mano de Avenida Libertador con dirección al norte de la ciudad. Pese a estar en una de las zonas más álgidas de la ciudad en lo referente al tráfico, circulo con total tranquilidad. Me llama la atención la cantidad de bicicletas amarillas con las que me cruzo en mi trayecto. En menos de quince minutos llego a la estación Facultad de Derecho, sin decir nada apoyo la bicicleta en el exterior de la estación me acerco al interior donde me piden mi número de documento y la empleada asiente con la cabeza y da por finalizado el trámite. Me quedo un rato sentada en el césped frente a la estación, y puedo ver cómo jóvenes apurados entregan sus bicis rápidamente, toman sus cuadernos o mochilas y se dirigen a la entrada de la universidad. Otra vez vuelvo a notar el dominio que tienen estos usuarios sobre la práctica, la interacción con los empleados es mínima.
Hablando con los empleados de esta estación me cuentan que el perfil de usuarios varía de estación en estación. En el centro abundan los oficinistas que lo utilizan para evitar el colectivo o subte, en la zona de microcentro abundan los cadetes, en esta estación son mayoría los estudiantes y abogados, y más hacia la zona de Palermo desborda de extranjeros.Son casi las 18 horas. Decido regresar a Retiro, a mi punto de partida para observar el movimiento en hora pico. El barrio de Retiro parece un hormiguero. Decenas de colectivos estacionan en diferentes dársenas, la gente camina, corre, e ingresa en las diferentes estaciones de trenes. La estación de bicicletas no es la excepción, la actividad de hace intensa, observo a los usuarios, muchos vienen de la zona céntrica de la ciudad, estacionan rápidamente sus rodados y cruzan las calles casi corriendo. Estas personas son diferentes a las que observé por la tarde, muchos están vestidos de traje, los hombres llevan camisa, zapatos, algunos mocasines, las mujeres con botas o chatitas, ya no veo mochilas sino carteras y accesorios, todos muy bien vestidos, muchos tienen colgados en sus trajes credenciales de acceso a empresas, la mayoría porta auriculares, el rango de edad en este horario es más heterogéneo. Un empleado ordena en una fila a los que quieren retirar bicicletas, este trámite es un poco más lento que el de entrega, la espera es inevitable, me acerco a la fila y comienzo a preguntarles uno a uno desde cuando usan el servicio, hacia dónde van, por qué lo usan. Las respuestas son variadas pero todas hablan de lo mismo: “no me banco el subte”, “es más rápido”, “de paso hago ejercicio”, “es un combo: rápido, gratis y me ejercito”, “me saca el stress”, “tardo lo mismo y es más saludable”, “es muy bueno, pero a veces faltan bicis”. En los diferentes relatos descubro cómo los actores se fueron apropiando de este espacio, cómo sus frases describen sus diferentes modos de uso y sus itinerarios, cómo lo significan y lo incorporan en sus prácticas cotidianas.Si bien en este caso se trata de un transporte público y gratuito, con solo observar la red de distribución de las estaciones y ciclovías es fácil inferir cuáles son los sectores más favorecidos y cuáles los más relegados de la ciudad.Luego de esta primera aproximación, me quedo reflexionando en los límites de accesibilidad, las disputas y sus regulaciones. Si bien en este caso se trata de un transporte público y gratuito, con solo observar la red de distribución de las estaciones y ciclovías es fácil inferir cuáles son los sectores más favorecidos y cuáles los más relegados de la ciudad. En un análisis más profundo podría arriesgar si acaso es una estrategia del Gobierno por convencer a las clases medias de lo positivo del uso de las bicicletas, tentándolas en espacios verdes con bicisendas bien cuidadas. Al entrar en las redes sociales y observar los comentarios también se observa la interpelación de los sectores más alejados o menos favorecidos que reclaman contar con este servicio. Quizás es el comienzo y solo es cuestión de tiempo que las estaciones atraviesen la ciudad toda. ¿Será una intervención de la ciudad de forma participativa y gradual, o por el contrario será una forma de legitimar desigualdades? Los Estados proyectan el espacio sobre cómo se imaginan que la ciudad funciona, se configuran así espacios y corredores socioeconómicos que van construyendo la cotidianeidad. Para que esto suceda tiene que haber actores que usen estos espacios y que se los disputen.