La experiencia de estudiar en la cárcel supone un profundo proceso de deconstrucción. Las identidades se debaten entre distintos tiempos y espacios, entre diversas formas de ser y estar en el mundo: entre el preso y el estudiante universitario. La educación como proceso colectivo y como tarea social, no meramente académico, supone una recomposición de los vínculos con el afuera. Un proceso que plantea la posibilidad de la libertad en el encierro, donde emerge un sujeto que no estaba escrito en la historia.Estudiar en una universidad dentro de la cárcel fue algo impensado, marcó un antes y un después en mi historia: era una persona que estaba muerta en vida. El encierro me deshumanizó, ya que el ser humano tanto a nivel mental como social y biológico no está hecho para vivir en cautividad.
Mi mundo era contingente porque desde el comienzo de mi existencia viví situaciones que no pude controlar y sobre las que no pude expresar nada definitivamente. La vida, el sufrimiento o la muerte me hicieron comprender que la vida guarda algo del orden de lo indisponible, no todo está al alcance, ni todo tiene fácil remedio. Mi vida estaba empañada con la visión que me instauró una sociedad de consumo a través de sus particulares anestesias. Una expresión que se relaciona con la ambivalencia entre un sujeto encerrado y una persona libre. Estas comparaciones que deambulan por la vida y la muerte representan dos escenarios totalmente opuestos que atraviesan la educación.“Estudiar en una universidad implicó tomar una decisión: entre dejar de ser lo que era que me daba existencia en un determinado espacio y tiempo como el de la cárcel, y una nueva identidad que me construía en un tiempo y espacio cualitativamente diverso al de la prisión”La oportunidad y el privilegio de poder estudiar en una universidad implicó tomar una decisión: entre dejar de ser lo que era que me daba existencia en un determinado espacio y tiempo como el de la cárcel, y una nueva identidad que me construía en un estudiante universitario que se conforma en un tiempo y espacio cualitativamente diverso al de la prisión. Este período de incertidumbre, entre dejar de ser el preso y ser un estudiante universitario, me posicionó en una bisagra entre una forma de ser y otra de estar en mi propio mundo.La educación universitaria conjugada con las prácticas que brinda el Centro universitario de San Martin (CUSAM) no sólo garantiza el derecho a la educación, sino un proceso colectivo que no había vivido, ni sentido antes. Para la mayor parte de las personas que estudiamos en la cárcel, la educación constituye una identidad que había sido desarmada y expropiada. Las historias de las personas que se encuentran en estos lugares se enmarcan en determinadas prácticas sociales más o menos institucionalizadas como los “institutos de menores”, donde la subjetividad y la identidad no son efectos de acciones individuales. Fábricas donde ingresan desde temprana edad los niños y que producen un proceso de deterioro institucional en cada uno de ellos construyendo un zombi social, sin sentido de vida.La educación universitaria y el grupo de personas que conforman estos espacios constituyen un componente insoslayable de la coproducción social de subjetividad, distribuyen el capital cultural, socializan y asocian saberes, incorporan actores y tejen vínculos con lo desconocido.“Para la mayor parte de las personas que estudiamos en la cárcel, la educación constituye una identidad que había sido desarmada y expropiada”El sentido de estudiar en el CUSAM me permitió un imperativo de inscripción en la identidad de estudiante. Esta construcción de sentidos, esos saberes empiezan a emerger junto a un movimiento interno dentro de uno mismo. Significa un horizonte donde uno puede verse, una prolongación de vida donde la educación empieza a dejar huellas en su propia historia. Un sujeto que empieza a poder representarse con un tiempo educativo cualitativamente diverso en su acción. Es decir, llegar a cuestionarse si se puede estar libre a pesar de estar encerrado. En ese instante, es donde la educación pone en cuestión su percepción con relación al mundo.
La educación construye una apertura al conocimiento que involucra este significado de estudiar en la cárcel. ¿Por qué sigo estudiando en la cárcel? El afuera empieza a ser parte del adentro: las relaciones que se desarrollan en este centro universitario se podrían comparar con esa libertad hecha práctica de la que hablaba Kant, allí donde muchas veces se había impedido.“El afuera empieza a ser parte del adentro: las relaciones que se desarrollan en este centro universitario se podrían comparar con esa libertad hecha práctica de la que hablaba Kant, allí donde muchas veces se había impedido”Este significado educativo me atravesó también en lo personal y en lo familiar, la educación adquirió un carácter valorativo en mi familia, estimulando y acompañando mi presente universitario. Poder ver los ojos de mis padres luego de mi presentación en un stand de la 42º exposición en la Feria del Libro, en la cual pudo estar mi madre sin saber leer y escribir significó un gran orgullo como hijo. No sólo por la paradójica participación de mi madre, sino por ver sus ojos brillosos que me abrazaban con el alma. Este impacto de lo afectivo se incrementa al poder utilizar ese aprendizaje junto a mis hijos como una herramienta.Una herramienta que emerge entre el diálogo y la educación, que unió el tiempo de mi familia con el tiempo de la universidad. Las prácticas educativas produjeron un quiebre en torno a mi familia, construyendo en mi núcleo familiar una temporalidad de afectos y no de violencia como los de la prisión. Se empieza a desnaturalizar esa inestabilidad e incertidumbre que construye la pena y la cárcel. En este escenario, la lógica educativa se instituye estructural y subjetivamente. Estar en la universidad y participar en sus actividades fueron los inicios en sentirme universitario, no sólo en el mundo académico; sino que al mismo tiempo dentro del entorno familiar fui adquiriendo cierto prestigio por “ser universitario”. En palabras simples, mi familia empezó a creer en mí, ya que soy primer universitario en mi generación familiar junto al privilegio de recibirme en una universidad Nacional. Esto me atraviesa profundamente, es un sentido de vida: sentirme útil por medio de comprender la enseñanza y percibirla como una tarea social constituyendo un futuro que me hace pensar en las generaciones que vienen. Se podría decir, el devenir de un sujeto que no estaba escrito en la historia y construye una subjetividad que la dialéctica de Hegel no tenía contemplada.