Dice no tener una receta. Más bien busca, con cada investigación, nuevas estrategias para llegar a un objeto de conocimiento que sea, al mismo tiempo, solo un atisbo de la ciudad. Por eso, le resulta incómodo abogar por una teoría única y cerrada de lo urbano. Porque desde su mirada, la ciudad está compuesta por calles, pavimento y acueductos, así como por relatos, fotografías, prosas, películas y deseos.

A contramano de los tiempos actuales de investigación, su programa intelectual piensa lo urbano desde una superposición de disciplinas: la historia, la antropología, la arquitectura, la sociología y los estudios culturales. Una perspectiva que además, trata de mantener, al menos como utopía, ese horizonte universal de pertenencia, construido por las ciudades expansivas.

En esta entrevista, Adrián Gorelik, autor de La grilla y el parque y Miradas sobre la ciudad, entre muchos otros ensayos, aceptó hablar sobre el modo en el que aborda la historia de la metrópoli, pero también sobre su presente, en un tono “más político”, como ciudadano y “sin pretensiones de objetividad científica”.

La conversación, de casi dos horas en su estudio del barrio de Caballito, transitó por su trayectoria; los distintos modos de estudiar y pensar a la ciudad; el pasaje de la ciudad expansiva a la ciudad archipiélago, lo que tienen en común y de diferente las metrópolis latinoamericanas; el problema de las villas y asentamientos; la difícil relación entre técnica y política y lo que puede suceder en el área metropolitana ante esta nueva coyuntura política.Estudiar la ciudad: hacia un modelo de desespecialización

Su mirada sobre la ciudad mezcla la arquitectura, la historia, la sociología, los estudios culturales, ¿cómo logra combinar todas esas disciplinas?

Hay cierta demanda de la propia ciudad de multiplicar las perspectivas de abordaje; yo creo que la ciudad es un objeto que, a lo largo de la historia, ha sido abordado desde muchas disciplinas. Cada una de esas disciplinas hace un recorte particular, especializado, y ve algún tipo de cosas.Por ejemplo, la sociología urbana ha estado siempre en la búsqueda de construir una teoría de la ciudad. Pero me parece que por ese camino se llega a definiciones que son muy reductivas. Una de las ventajas de la perspectiva cultural es que hace de la carencia de una teoría, virtud.No se puede hacer teoría de un objeto que puede ser tan legítimamente abordado por la literatura como por la antropología o la ingeniería; un objeto que, para poder entenderlo, hace falta saber algo de cloacas y algo de representaciones culturales. Porque no se puede hacer teoría de un objeto que, en realidad, puede ser tan legítimamente abordado por la literatura como por la antropología o la ingeniería; un objeto que, para poder entenderlo, hace falta saber algo de cloacas y algo de representaciones culturales. Entonces, el potencial que ha descubierto la historia cultural sobre la ciudad está justamente en la carencia de una teoría, en no tratar de salvar esa carencia sino darse cuenta de que esa carencia hace de la ciudad un objeto muy poliédrico. Uno debe tratar entonces de conocer las distintas disciplinas sobre la ciudad para poder decidir, en cada momento, desde qué lugar hacer las preguntas. Y eso, obviamente, no lo da ninguna formación disciplinar, sino el trabajo con distintas teorías y distintos objetos.Para poder estudiar nuestros temas cada paso de la formación es una nueva desespecialización. No tengo ninguna receta. Sigo buscando, en cada caso y en cada investigación, cuáles son las estrategias más adecuadas para producir ese objeto de conocimiento que será, en todo caso, un atisbo de la ciudad. ¿Cómo llevar adelante este ejercicio con las exigencias académicas actuales?

La carrera de investigación, con los tiempos que pone el CONICET,  está pensada como una especialización continua, como si fuera una especie de telescopio, cada vez se toma un objeto más pequeño dentro de un mundo que ya conoce. Y en realidad, para poder estudiar nuestros temas cada paso de la formación es una nueva desespecialización. Ninguna de las carreras que conocemos prepara a alguien para entender, ni siquiera mínimamente, qué es la ciudad. Este objeto nos obliga a una fuertísima tensión teórica, a interrogarnos sobre las preguntas concretas, pero también sobre la entidad misma del objeto.Esa es una aventura continua para la cual yo, personalmente, no tengo ninguna fórmula ni receta, porque todavía sigo buscando, en cada caso y en cada investigación, cuáles son las estrategias más adecuadas para producir ese objeto de conocimiento que será, en todo caso, un atisbo de la ciudad, una perspectiva acerca de lo que la ciudad es. Entonces, no se trata tanto de cuál fue mi formación, sino de cómo la ciudad obliga a una suerte de reflexión continua que combina teoría social, teoría cultural e historiografía permanentemente.¿Cómo fue construyendo su trayectoria?

En realidad es muy sencillo. Estudié arquitectura en el peor momento de la historia argentina. La universidad de la dictadura, a diferencia de las dictaduras de otros países, no tuvo un proyecto académico de derecha, sencillamente se dedicó a destruir todo lo que había. Por supuesto, como todo este tipo de ciclos genera sus contracaras, eso nos obligó a los más inquietos a generar alternativas, dentro de las posibilidades que daba el tipo de control dictatorial que había en la universidad. Yo tuve una formación donde el arquitecto no era un profesional de la construcción sino una figura de la cultura, vinculada con el arte, la sociología, la antropología. Eso fue generando ciertas disposiciones y afinidades electivas, porque eso es algo bueno de la arquitectura, detrás de un nombre oculta infinidad de formas de practicarla. Así que apenas recibido me vinculé con el grupo que venía armando Jorge “Pancho” Liernur, arquitecto formado en la mal llamada “Escuela de Venecia”, y fue, a través de él que nos pusimos en contacto con Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, con Punto de vista, con los exiliados de México y el centro de estudios socialistas. Nuestra formación fue a través de cursos breves, dictados por toda esta gente, Jorge Dotti, Juan Carlos Portantiero. Fue una experiencia extraordinaria, una inmersión intensiva. Eran cursos de tres horas, porque era el modo en que funcionaban los grupos de estudio privados en la dictadura. Lo que nos dieron, sobre todo, fue un modo de ser intelectual, de aproximarse a la disciplina, un modo todavía muy vocacional, muy poco profesional, sin ningún contacto con las rutinas académicas. Aprendí una posición ante los problemas sociales, una manera de interrogarlos, de leer, de estar, creo que eso fue fundamental, en esta formación tan autodidacta. En ese sentido, creo que mi generación es una generación de transición. Ese era un contexto de mucho optimismo intelectual, donde se pensaba que a través de las formas y prácticas intelectuales se podía incidir en la política y en la realidad. Hoy tenemos muchísimo nivel académico, más posibilidades de formaciones y formaciones autodidactas, pero en aquellas épocas las fronteras disciplinarias realmente no existían.La estabilización académica tiene enormes ventajas pero tiene el costo de la cerrazón de las fronteras disciplinarias, de la especialización profesional, que es un proceso lógico y que obviamente tiene que ocurrir para poder ser permanentemente cuestionado. La ciudad en particular vivió en esa época una gran efervescencia política. La idea de intervenir con ideas y estudiar la ciudad también estaba asociada a transformar la vida de las personas y poder incidir de alguna manera en los destinos políticos del país.Si ese presente es denso políticamente, y si uno tiene una inserción en él, de proyección imaginativa, las preguntas que se haga sobre el objeto van a tender a ser mucho interesantes y densas. Usted menciona que esa especialización dejó de lado una proyección sobre la ciudad, una idea de cómo la ciudad podría o debería ser ¿Cuáles son las ventajas de esa imaginación?

Cuando esa proyección está, produce cosas más interesantes. Uno construye su objeto de interés de acuerdo a preguntas y problemas que tiene en el presente. Si ese presente es denso políticamente, y si uno tiene una inserción en él, de proyección imaginativa, las preguntas que se haga sobre el objeto van a tender a ser mucho interesantes y densas. El problema está en que muchas corrientes historiográficas no sólo se alimentan de ese presente para hacer las preguntas, sino que quieren encontrar las respuestas que les convienen para ese presente.El historiador no encuentra en el pasado la solución a los problemas del presente. El aporte que pueden hacer los historiadores es mostrar que el presente forma parte de una duración en la cual el pasado es un componente fundamental.Ahí es cuando el trabajo intelectual comienza a convertirse en una suerte de práctica militante. Yo creo que el secreto es estar muy imbuido en los problemas y las preocupaciones de un presente que uno quiere modificar, porque eso va a densificar el modo de interrogar el objeto que uno construye, y no esperar encontrar la respuesta que ya sabe de antemano. Uno debe ser capaz de sorprenderse con respuestas que no esperaba, y a partir de esa sorpresa, construir preguntas que nunca hubiera imaginado.Tulio Halperín Donghi dice que es imposible para un historiador no partir con las preguntas de su presente, pero el historiador no encuentra en el pasado la solución a los problemas del presente. Esa idea de la historia maestra de la vida en realidad es una visión muy tradicional que hoy nadie comparte en serio. El aporte que pueden hacer los historiadores es mostrar que el presente forma parte de una duración en la cual el pasado es un componente fundamental, y así darle densidad histórica. Esa construcción de las continuidades en una sociedad como la argentina, que tiene visiones congeladas del pasado y que tiene mucha dificultad para entender dónde el pasado se toca con el presente, permite imaginar un futuro.

¿A qué se refiere con “visiones congeladas del pasado”?

Creo que somos una sociedad a la que le cuesta mucho tener representaciones ajustadas respecto de sí. Todavía hoy Buenos Aires sigue generando esa idea de la capital imaginaria de una nación que nunca existió, de un país que nunca pudo ponerse a su altura, una gran ciudad europea perdida. Y no estoy diciendo esto en términos latinoamericanistas. Esa representación supone que los problemas son transitorios porque en realidad está condenada al éxito. Parece mentira, pero pasan las crisis y vuelven a crecer esas autorrepresentaciones desajustadas, y eso que le pasa a la sociedad se refleja en la política. La sociedad no le puede demandar a la política cosas que ella misma no ve ni comprende.Somos una sociedad a la que le cuesta mucho tener representaciones ajustadas respecto de sí. Todavía hoy Buenos Aires sigue generando esa idea de la capital imaginaria, de un país que nunca pudo ponerse a su altura, una gran ciudad europea perdida.¿Una Ciudad Latinoamericana?

¿Hay un modelo de ciudad latinoamericana?

Yo creo que no. Pero existe toda una tradición de estudios urbanos formada en esa idea. Los estudios urbanos de los años 50 y 60 marcaron un modo de acercarse a la ciudad: una línea de conocimiento basada en los procesos de urbanización, en los parámetros sociodemográficos. Pero esa perspectiva, que estuvo en sus orígenes vinculada al protagonismo de la CEPAL o CLACSO, no se hace cargo de que, a partir de los años 80, el modo de abordar la ciudad ha estallado en mil fragmentos, en perspectivas culturales, antropológicas. Al mismo tiempo, esas nuevas perspectivas, que trabajan sobre ciudades específicas, no han logrado una conexión productiva. Yo creo que las ciudades latinoamericanas necesitan ser reconocidas y agrupadas de otra manera. Hay algunas que tienen más conexión con el sur de Asia o de la India. ¿Puede compararse México D.F, que durante los 3 ó 4 siglos de la colonia fue una suerte de capital fundamental para el desarrollo cultural, científico, urbano; con Buenos Aires, que fue una aldea de barro hasta que se nombro capital del Virreinato? Ahí está la dimensión histórica.Los estudios urbanos de los años 50 y 60 marcaron un modo de acercarse a la ciudad: una línea de conocimiento basada en los procesos de urbanización y en los parámetros sociodemográficos. Pero esa perspectiva no se hace cargo de las perspectivas culturales, antropológicas, surgidas desde los 80.Hay un origen común vinculado a la colonización, pero México fue fundada sobre Tenochtitlán, reaprovechando buena parte de la savia que venía de esa capital indígena extraordinaria; es una ciudad con Edad Media que ha vivido cada etapa con una gran intensidad política y cultural. Al mismo tiempo, Buenos Aires tiene una predisposición a la modernidad completamente diferente de la que puede tener México. Entonces, la pregunta es ¿Hasta qué punto sirve dar índices (pobreza, seguridad) que colocan a las ciudades latinoamericanas en el mismo mapa? ¿Qué es lo relevante o lo productivo de esa conexión? Eso es lo que me parece que esos estudios han dejado de interrogar.Algo que se menciona como característico de las ciudades latinoamericanas son las villas, ¿Cuál es su opinión sobre los intentos por darle una “solución”?

Es un gran tema. Por un lado, ése ha demostrado ser un tema estructural en las grandes capitales, y ahí ya hay un primer paso: no se puede hablar de ciudades latinoamericanas, sino que es un tema de las grandes metrópolis, vinculado con un elemento estructural del sistema de urbanización latinoamericano, con el gran contraste social y con la ruptura ciudad-campo. Estas ciudades concentran todas las energías económicas y políticas de los países y absorben, con grandes deficiencias, gran parte de la población del interior. Esto ya lo dijeron estudios de los años 50: las villas no son el problema sino el síntoma de una enorme diferencia estructural en la economía. El problema es que hay ciudades en donde el modo de construcción de la villa se ha vuelto dominante. Lima, Caracas, Río de Janeiro tienen porcentajes elevadísimos de su población, en Buenos Aires nunca pasamos el 15%. Yo creo que una manera de abordar este tema de un modo realista es en dos planos: por un lado, haciendo políticas socio-económicas que tiendan a superar la enorme diversidad de ingresos. Pero además no reducir las soluciones a lo que está de moda en el pensamiento.En los 50 era la erradicación; ahora, la urbanización. De ninguna manera, la urbanización puede ser usada para consolidar situaciones de hecho que impiden toda planificación, toda política urbana. Estoy tan en contra de los barrios cerrados producidos sin una legislación general como de la villa miseria, porque en ambos casos lo que se impide es un uso racional del espacio.¿Hasta qué punto sirve dar índices (pobreza, seguridad) que colocan a las ciudades latinoamericanas en el mismo mapa? ¿Qué es lo relevante o lo productivo de esa conexión?¿Y los asentamientos?

El asentamiento es una estructura urbana que me parece bien interesante para interrogar. En primer lugar, tiene el mismo marco de ilegalidad que la villa pero, tiene una vocación, desde el comienzo, de integración a la trama urbana, a los barrios linderos. Los loteos masivos y la autoconstrucción fueron durante años la posibilidad de acceso a la propiedad de los sectores populares, así se expandió la Ciudad. Los planificadores progresistas, con la intención de cortarle el negocio a los grandes loteadores, pensaron el fin de esos loteos.Lo dramático de esos asentamientos es que ponen a la vista que finalmente esa posibilidad expansiva e integradora ya estaba cortada, y que ningún cambio político que vino después estuvo dispuesto a reiniciar. Esa medida, que tenía en sus orígenes buenas intenciones, puesta en marcha en el contexto de dictadura, impidió el acceso a la tierra y fue lo que generó las tomas de tierra. Yo participé en la experiencia de las tomas a comienzos de los 80 y la filosofía era “no vamos a hacer una villa”, porque teníamos una sociedad donde primaba la idea del ascenso social.Lo dramático de esos asentamientos es que ponen a la vista que finalmente esa posibilidad expansiva e integradora ya estaba cortada, y que ningún cambio político que vino después estuvo dispuesto a reiniciar. Entonces son barrios con una trama regular para integrarse al resto de la ciudad y que no han logrado nunca salir de su etapa más precaria. No casualmente es de esos barrios de donde salen los piqueteros.

 

¿No hubo al menos cierta voluntad política?

No, esa voluntad política no existió durante toda la expansión del GBA. ¿Cuáles fueron las políticas públicas? Bueno, préstamos muy bajos, subsidios al transporte. Todo eso obviamente funcionó como una política que favoreció un tipo de urbanización integrativa, con educación y salud. Todo eso se corta en los 70 y el problema es que eso no se recuperó. O sea, lo que hemos visto a partir de ese momento como más progresista es el asistencialismo, no la recuperación de políticas estructurales que favorezcan la consolidación de los asentamientos. Es evidente que los asentamientos no se pueden consolidar con la AUH, que no alcanza. Es importantísima y es una base fundamental, pero de ninguna manera puede ser la única política destinada a ese tipo de sectores.El sueño eterno de la planificación: técnica y política

Existe un reclamo histórico vinculado a la falta de planificación en las políticas urbanas pero también en muchas otras áreas de gobierno, ¿la dificultad es política o es técnica? ¿Cómo salir de ese entuerto, del deseo de planificar y la sensación de impedimento permanente para hacerlo?

Si, es curioso. Se ha llegado a un callejón sin salida. Durante muchos años hubo una relación mucho más productiva entre técnica y política. En el caso de Buenos Aires es muy notable. Pedro Pires tiene un libro, Buenos Aires metropolitana, donde analiza la imposibilidad de pensar el conjunto metropolitano, y encuentra una explicación en el modo de acumulación política de los jefes municipales.Su modo de acumular no pasa por articular con el conjunto sino justamente por distinguirse, por establecer políticas diferentes. Incluso los gobiernos militares, que venían con una visión tecnocrática, supuestamente carente de política, demostraron que detrás de su autoritarismo y su represión, venían a reproducir todos los males de la política. O sea que ni siquiera en esos momentos hubo posibilidad de tener una política ordenada. Y eso es realmente una carencia muy grande. Hay quienes dicen que hay algunos intentos de coordinación.El problema metropolitano no aparece en las campañas, los discursos. Ningún candidato, ningún sector político. Y si eso no está en la política es porque la sociedad no lo demanda. En este tipo de temas, entonces, la política debería ser mejor que la sociedad. Sin embargo, en las campañas, en los discursos políticos, el problema metropolitano no aparece. En ningún candidato, en ningún grupo político. Y si eso no está en la política es porque la sociedad no lo demanda. En este tipo de temas, entonces, la política debería ser mejor que la sociedad. Porque la política es la expresión de la sociedad, obviamente, pero hay momentos, en los que la política tiene consecuencias también transformadoras sobre la sociedad. Pero eso no ocurre ni ha ocurrido en Buenos Aires. Por ejemplo, ningún político en Buenos Aires comienza obras que sepa no puede terminar. Y por eso no hay gobiernos de la Ciudad que puedan mostrar nada cuando están un solo mandato. La ciudad requiere tiempos largos, pero eso no está dentro del chip que tienen construido los políticos. Entonces es muy difícil hacer políticas urbanas cuando no existen condiciones de continuidad estructural.Usted decía que no tiene rédito político elaborar medidas a largo plazo, ¿hay alguna experiencia exitosa?

Hay un único caso exitoso de esa voluntad política, y creo que su éxito tuvo que ver con un contexto muy particular y con que todos vieron que iban a sacar mucho dinero de ahí, que fue Puerto Madero. Allí se logró una ingeniería institucional muy ajustada que permitió coordinar jurisdicciones muy diferentes: la ciudad, la Nación, puertos, Prefectura. Lo mismo que habría que hacer con el Riachuelo. Pero bueno, en el Riachuelo no hay nada para repartir. Después se intentó hacer con la Corporación del Sur, pero fue un fracaso total, no se hizo absolutamente nada. Entonces evidentemente es muy difícil.Somos una sociedad cortoplacista, no nos gusta que nos den malas noticias, que nos digan que hay que hacer esfuerzos y sacrificios, que le gusta seguir creyendo que vive en una ciudad del primer mundo gobernada por políticos del tercer mundo.¿Y eso no está en la sociedad porque sigue operando esa fragmentación y esa oposición entre la ciudad de Buenos Aires y el GBA?

Sí, además la sociedad no está dispuesta a hacer las inversiones necesarias para construir una ciudad más lógica y equitativa. Eso requiere de mucho dinero, trabajo, inversión a largo plazo, y esta es una sociedad que se queja de los subsidios irracionales de este gobierno, pero que cuando el próximo gobierno se los baje va a salir a la calle.Somos una sociedad cortoplacista, no nos gusta que nos den malas noticias, que nos digan que hay que hacer esfuerzos y sacrificios, que le gusta seguir creyendo que vive en una ciudad del primer mundo gobernada por políticos del tercer mundo. Entonces me parece que ese es un problema muy serio, ningún político gana diciendo lo que se necesita hacer, sino diciendo lo que la gente quiere escuchar. Empecemos por lo básico. Esta ciudad tiene un 10% de villas miseria y una cantidad no medida, pero que no puede ser menor a un 30% un 40%, de viviendas vacías. Yo no digo que tiene que haber una revolución comunista y repartir esas viviendas vacías a los habitantes de las villas miserias. Lo que digo es que Inglaterra, el país más capitalista del mundo, tiene una Comisión de Viviendas Vacías, que estudia quiénes son los propietarios de las viviendas vacías y les sube los impuestos o lo administra para alquilarla inmediatamente. En Londres, el eje, la ciudad global de la capital financiera del mundo capitalista. Porque, ¿cuál es el sentido de que el Estado gaste dinero en construir miles de viviendas cuando en realidad hay miles de viviendas vacías? Es una irracionalidad también en el mundo capitalista. Pero la sociedad argentina no toleraría ese tipo de intromisión pública al punto de que el propio kirchnerismo, que en un momento jugó con la idea, lo tuvo que sacar inmediatamente del discurso público. Hay ciudades latinoamericanas que tienen impuestos muy fuertes a la renta para los grandes emprendimientos. Buenos Aires no lo pudo tener nunca. No lo pudo tener nunca ni Capital con Macri, ni Provincia con el kirchnerismo.En el ensayo Tierra Incógnita, hace mención a la muralla de prejuicios que todavía sigue operando sobre el conurbano. Pero también habla del surgimiento de una identidad con expresiones en la literatura y el cine…

Sí, a mí me parece un proceso muy paradójico, ¿no? En el universalismo de la ciudad expansiva había elementos positivos y progresistas. Y creo que con la factura de esa ciudad, en el pasaje de la ciudad expansiva a la ciudad archipiélago hay muchas pérdidas, en términos de integración y comunicación. Eso no quiere decir que la ciudad expansiva fuera perfecta ni mucho menos porque también estaba implícita en ella la desigualdad o la generalización centro-periferia. Ahora, como emergente paradójico de esa pérdida surge esta especie de estallido identitario en el Gran Buenos Aires que es lo que a mí más me interesa como historiador y como estudioso. Fue una verdadera sorpresa darme cuenta que durante todo su proceso expansivo, el GBA no había sido objeto de representaciones: no hubo una sola novela, una sola película que tematizara lo que significa ser de Lanús, o de Vicente López, o de Boulogne. Ya sobre el final aparece Flores robadas de los jardines de Quilmes, pero el libro nombra a Quilmes de un modo no tan distinto a como podía nombrarse un barrio de la capital. Además los dos protagonistas terminan en el centro, porque el centro formaba parte del imaginario metropolitano. Vox Dei era un grupo de rock de Quilmes pero no estaba Quilmes en sus letras, porque Vox Dei se imaginaba como un grupo de rock de la metrópoli de Buenos Aires que le hablaba a los habitantes metropolitanos. Entonces, a pesar de que me identifico en buena medida con ese universalismo, me doy cuenta que hay una carencia, una ausencia de construcción identitaria que evidentemente la fragmentación ha puesto en primer plano. Eso se combinó con una cantidad de procesos: las Universidades del conurbano están jugando un rol muy fuerte de construcción cultural de sus localidades y de identificación institucional. El GBA antes no tenía grandes identificadores institucionales, los clubes de fútbol en el sur y pará de contar.¿Qué rol tiene la educación en las distintas ideas de ciudad?

La educación en su mejor momento funcionó como una red articuladora que tenía un centro reconocible en la capital. Yo viví toda mi infancia y adolescencia en Lanús. Iba a un colegio de la red de colegios normales nacionales que había en Avellaneda, en Lomas, en Adrogué, en la zona sur, oeste y norte. Eran colegios que tenían planes que salían del Ministerio de la Nación. Aunque alguno nunca lo pensaba en estos términos, objetivamente uno formaba parte de una red que conectaba la capital con Lanús, Lomas, Adrogué, o Morón. Y a mí me parece que la descentralización, que fue un proyecto de la dictadura pero que terminó realizando en los 90 Menem, también es parte de esta nueva fragmentación donde ahora los colegios dependen de los gobiernos municipales que no tienen recursos, no solo económicos, tampoco tienen recursos simbólicos para poder reconstruir lo que era esa trama de pertenencia. En este detalle de la educación se ve muy gráfico cómo se cortaron esas redes metropolitanas con todos sus defectos, con toda su desigualdad, con toda su jerarquización centro-periferia, pero que al mismo tiempo daba un universo, un horizonte universal de pertenencia. Eso desaparece, y lo que aparece entonces como consecuencia es esta nueva voluntad identitaria que se traduce en dos cosas: por un lado, en la necesidad de afincar cada iniciativa cultural en una representación territorial, y por otro lado, en la aparición del GBA como un objeto de representación a los imaginarios generales: la novela del GBA, el cine del GBA, que ahora es un fenómeno, es un boom.2016: una única administración para el área metropolitana

¿Qué se puede pensar en este nuevo contexto político, en el que la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires quedaron en manos del PRO?

Algunos bastiones que parecían inamovibles del GBA han cambiado de un modo que nos dejó sorprendidos a todos. Personalmente creo que mientras la forma de acumulación política siga estando tan desgranada en las intendencias va a ser muy difícil hacer políticas de articulación. El otro tema es que tiene que haber políticas muy intensas, inversiones muy intensas, y el modo en que el Pro lo ha hecho en Capital a mí no me permite tener un optimismo muy exagerado. Tampoco creo que Macri sea el monstruo que no solo el gobierno sino que fundamentalmente la cultura progresista en Capital ha construido, creo que es más complicado que eso. En algunos temas puede llegar a haber sorpresas.Personalmente creo que la mudanza del gobierno al sur de la Ciudad es un hecho histórico, y que ni siquiera el gobierno ha usado en su potencialidad. Lo hizo como una medida pragmática. Pero en lugar de nombrar una corporación del sur totalmente inocua como la que puso el gobierno de Aníbal Ibarra, se llevó adelante una medida concreta , con fuertes inversiones. Eso se había abandonado por completo en los últimos cuarenta años.¿Cuál es el sentido de que el Estado gaste dinero en construir miles de viviendas cuando en realidad hay miles de viviendas vacías? Es una irracionalidad también en el mundo capitalista.¿La llegada del mercado no puede provocar un proceso de gentrificación?

Sí, por supuesto. Eso es algo que sólo se puede evitar con políticas públicas muy activas que no pueden depender sólo de la inversión puntual. Si deja todo librado a la función del mercado lo único que va a producir es gentrificación. De todos modos, en el caso de Buenos Aires ese tipo de proceso todavía no es muy evidente. Primero, por la historia de lo que yo llamo la urbanización hormiga de Buenos Aires. Es un patrimonio urbano dividido en muchos propietarios, de generaciones. Eso hace que la gentrificación no sea tan sencilla como en las ciudades inglesas o norteamericanas, que es donde el concepto se acuñó, y donde existen propiedades alquiladas. En Manhattan, los barrios tradicionalmente negros, peligrosos, incluso en el extremo de la isla, están casi completamente gentrificados. A mí personalmente me parece difícil por la dinámica económica de Buenos Aires que eso llegue a ocurrir. Se pueden gentrificar sectores muy pequeños. Por ejemplo, hay un proceso de palermización de todo el noroeste. Digamos, la línea que va de Palermo a Villa Urquiza. Todo ese sector está transformándose fuertemente, pero parece muy difícil que eso se extienda hacia el sur de la ciudad.¿Y el proyecto en el Abasto?

En el Abasto hubo un proyecto de gentrificación y no sucedió. Hay teatritos, edificios, pero siguen conviviendo con los conventillos. Me parece que el sur no está en un proceso de recambio social radical, que pusieron todos los cañones ahí, con los inversores que compraron todo, como en un momento hizo George Soros en el Abasto, que compró una parte importante y después se dio cuenta de que no iba a funcionar y se fue. Me parece que en general la iniciativa de la mudanza al sur está muy acompañada de negocios que estarían haciendo los miembros del gobierno, es probable. Habría que ver concretamente cuáles y cómo. En todo caso, el hecho de que se haya movido al sur a mí me parece una medida importante. Y sin embargo lo hizo este gobierno de derecha, no lo hizo un gobierno progresista que hablaba de mirar al sur. En ese sentido, las políticas urbanas traen sorpresas. Yo creo que, por ejemplo, el Metrobus es una medida muy parcial comparada con el problema del tránsito. Además, no es un Metrobus, es un carril exclusivo para colectivos.En el pasaje de la ciudad expansiva a la ciudad archipiélago hay muchas pérdidas, en términos de integración y comunicación.Pero es el primer gobierno que en ochenta años cambia masivamente los recorridos de las líneas de colectivo. Hubo gobiernos que cayeron por tratar de tocar a los colectiveros. Son cambios que van en una dirección adecuada para favorecer el transporte público y no el transporte privado, como las autopistas que construía Menem.¿A qué se debió el fracaso en el Abasto?

Soros abandonó el proyecto con una frase extraordinaria: “En Buenos Aires no hay espacio económico para dos Puertos Madero”. Creo que pescó algo muy importante, que la Ciudad tiene una dinámica económica mucho más conservadora, por ejemplo, que San Pablo, donde se rehacen zonas completas. Acá todo el dinero se puso en edificios de propiedad horizontal como inversión que hoy están el 30% ocupados y no sé si se van a ocupar alguna vez. No hubo dinero privado puesto para crear nuevas infraestructuras, para potenciar o crear alguna zona y crear una zona nueva. No ha habido propuestas de infraestructuras. Lo de San Pablo es impresionante, se está rehaciendo como Londres. Son sociedades que se rehacen todo el tiempo. Inventan una nueva zona, meten cualquier cantidad de infraestructura y de repente hay una nueva zona que atrae los negocios.

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