por María Belen Gonzalo

El miércoles 25 de noviembre, el mundo despidió a Diego Armando Maradona. La prensa internacional elogió al astro del fútbol, al mejor jugador de todos los tiempos, al ídolo imperfecto. 

El diario The Sun, tabloide británico de tradición amarillista, lo define en la edición que lo despide como la “némesis del seleccionado inglés y uno de los más grandes de la historia”. El Daily Mail, de similar estilo a The Sun, es uno de los pocos medios ingleses que no despide a Maradona en su portada. En su lugar, elige publicar un descargo del ex-arquero británico Peter Shilton, ese al que Diego le hizo un gol con la mano. Parece que Shilton todos estos años esperó disculpas por parte de Maradona. Me causa gracia su inocencia: ¿el capitán de un equipo del Dr. Bilardo pidiendo disculpas por una picardía argentina en cuartos de final de una copa del mundo? Parafraseando a Arthur Fleck: Peter, no lo entenderías. 

Por su parte, el diario galo L’Equipe -menos chiva calenchu que los medios británicos- publicó en su portada una hermosa foto de un joven Maradona vistiendo la celeste y blanca con la leyenda “Dios ha muerto”, y la prensa Liberation, también francesa, lo despide con la bajada “Celestial”. Está claro que la metáfora que emparenta a Maradona con Dios no es solo un delirio local producto de nuestra devoción por exagerar las cosas. 

Mientras el mundo despide al mejor jugador de fútbol de la historia, al Dios humano salido de Villa Fiorito, en Argentina miles de devotos buscan la forma de expresar su dolor: las redes colapsan con fotos de Diego, y en la ciudad de Buenos Aires hay procesiones a Paternal, La Boca y el Obelisco. Tan argentino fue Diego que su despedida no cabe en un solo lugar. 

Escribo esta crónica como una maradoniana conversa post-mortem. Sí, ya sé, es bastante hipócrita de mí parte. Es que las causas penales iniciadas contra la madre de sus hijas, la denuncia de ésta en la OVD por violencia psicológica, los hijos e hijas no reconocidos de Maradona que aparecieron por el mundo y las denuncias por violencia de género de Rocío Oliva, también son parte de Maradona. Y no hay justificación ni excusa posible. 

En otro nivel de importancia, como hincha de Independiente tampoco le perdonaba su reconversión al bosterismo -aunque le concedo que nunca ocultó que Bochini era su ídolo máximo-.  

Pero aquí todo lo otro que he aprendido sobre él en los últimos días, al verlo con los ojos de los creyentes más antiguos que yo. Rehusándome a quedarme en casa ante tamaño hecho histórico, me dirigí al Obelisco. Pasadas las 19 horas, cuando la multitud comenzaba a ser más abultada, empecé a entrevistar a quienes se congregaron para despedir al Diez. Las preguntas que pensé eran muy sencillas: por qué viniste al Obelisco, cuál es tu primer recuerdo de Maradona y cómo imaginas el fútbol sin él. 

Aprendí de ellos, de quienes lo aman, que Diego era más que un jugador de fútbol. He aquí una primera diferencia entre nosotros y el resto del mundo: Argentina no lloraba al genio imperfecto ni a la mano de Dios. Lloraba a Diego, a Diegote, a Pelusa, a su hijo pródigo, a su cebollita preferido. Al contradictorio héroe nacional. En las entrevistas se lo comparó con Perón, el Papa y San Martín, como si los fieles manotearan referencias para tratar de explicar la magnitud del personaje que acababa de dejar la Tierra.     

Aprendí que hay muchos Diegos: el argentino, el pasional, el picante, el pícaro y el polémico. También el machirulo, por qué no. Aunque en realidad, bien sabemos que hubo uno solo con todas esas facetas o personalidades. Voy a concentrarme en las siguientes: 

El vengador

Es quizás la faceta más identificable de Maradona. Es la Mano de Dios y el Gol del Siglo relatado entre las lágrimas de Víctor Hugo Morales. El Diego vengador es orgullosamente argentino. Otras imágenes complementan las dos anteriores: la mirada que le lanza a los ingleses antes de disputar el partido en el Mundial ‘86 y las puteadas a los italianos que silbaron nuestro himno en el Mundial ‘90. 

El Diego vengador nace en el partido contra los ingleses, también conocido como la revancha simbólica de los pueblos oprimidos contra las potencias imperiales: 

Estoy acá porque Maradona es mi más grande ídolo desde chiquito. Tengo 45 años. Soy de una generación que no le dio bola a los superhéroes de los Estados Unidos, Superman y esos. Y yo a los seis años viví la guerra de Malvinas. Y vi lo que sufrió mi familia y padres de amigos que tuvieron que ir a la guerra. Y cuatro años después, Maradona nos estaba vengando. Yo tenía diez años, en una edad donde se forma toda la personalidad de alguien. Mi papá era un tipo serio, no era pasional, un tipo tranquilo. Pero cuando Maradona le hizo el segundo gol a los ingleses yo lo vi como nunca lo vi en mi vida. Y esas cosas te quedan para siempre. Y yo a mi viejo lo perdí hace dos años y lo sufrí un montón. Pero ahora pierdo a Maradona y pierdo algo que es imposible de explicar. (…) Maradona es un ser amado más. Es la venganza de Argentina contra los ingleses, y fue para todos los pueblos del mundo, la venganza de los pobres contra los ricos” (varón, 45 años). 

Es, posiblemente, el Diego al que le estamos más agradecidos: 

“Nos representó mejor que todos, aún con sus contradicciones. Nadie le dio al pueblo tantas alegrías como él” (varón, 29 años). 

El villero

“Vengo a reivindicar al tipo que salió de la marginalidad más extrema” (Varón, 29 años)

El Diego villero es el Diego de Fiorito. Es el hijo de Don Diego y Doña Tota. Es el Diego de potrero. Amamos a este Diego porque nunca olvidó sus orígenes: 

“Diego es la lucha contra el poder. Es estar comiendo en Dubai con la mochila de Fiorito siempre al lado” (Varón, 50 años). 

“Maradona es la venganza de los pobres contra los ricos, por más que a veces jugara para ellos. Pero se les metía en la fiesta sin ocultar que era el villero que era. Cuando jugaba para ellos, seguía siendo uno de nosotros” (Varón, 45 años)

El Diego villero es uno de mis favoritos, porque su historia es la versión local del sueño americano: el pibe que sale de la villa y lo consigue todo. Pero por sobretodo quiero mucho a este Diego porque habiendo podido ser el exponente ejemplar del discurso neoliberal -ese que propone que todo se consigue con talento y esfuerzo, que forjamos nuestro propio destino y que las condiciones estructurales en las que nacemos poco condicionan nuestro devenir si tan solo perseveramos-, nunca creyó en la meritocracia. Y nunca lo escuchamos responsabilizar a un pibe de su propia pobreza. 

Diego, paseando por el mundo con el otro gran argentino tatuado en el brazo, nunca olvidó Fiorito, pero nunca hizo de eso una epopeya personal. Por eso, quienes creemos que la desigualdad social existe más allá de las voluntades individuales de quienes la padecen, amamos a este Diego. 

El luchador

El Diego luchador es también el Diego político. Es el del Tren del ALBA, el que abrazaba a Fidel Castro, por quien expresaba admiración públicamente. Es el Diego que nunca quiso conocer al Príncipe Carlos y que eligió ir a Cuba antes que a los Estados Unidos. Es el Diego de la remera de Stop Bush. Es el Diego de corazón palestino con Estela de Carlotto. El que tenía tatuado al Che y que exigía que los ricos como él pagaran más impuestos. Es el Diego irreverente, con conciencia de clase, que se ponía de culo a la AFA y a la FIFA. Oh, sí, queremos mucho a este Diego. 

Este Diego también es aquel que es grande hasta en los fracasos: 

-“Mi primer contacto con él fue el Mundial ‘90, cuando perdimos la final contra Alemania. Yo tenía 8 años y mi papá me dijo ‘no llores más, que salimos subcampeones y vamos a ir a festejar igual’. Cuando levanto la cabeza, veo que en la tele está llorando Maradona, con 30 años, de la misma manera que estaba llorando yo con 8. Y dije ‘¿quién es este tipo, que llora porque perdió un partido de fútbol?’ O sea, yo lloraba cuando perdía en la placita. Pero yo iba a la cancha y los tipos no lloraban cuando perdían un partido: se saludaban, se iban a cambiar y de ahí a la casa. Y bueno, después vino el Mundial ‘94 y otra vez un fracaso, una frustración para Diego (…). Después con el tiempo me enteré por qué lloraba Maradona, y no era solamente por haber perdido el partido de fútbol, era porque le habían dicho que Argentina no podía salir campeona de nuevo. Y en el ‘94 porque Maradona ni siquiera podía viajar a los Estados Unidos. Clasificó Argentina, viajó igual y así lo sacaron. Maradona es la lucha contra el poder, ponerse siempre del lado del más vulnerable” (Varón, 50 años).

Una bandera que diga Maradona

Este sábado, Francia se movilizó contra el proyecto de Ley de Seguridad Global, cuyo punto más polémico es el artículo 24, que restringe la filmación de las fuerzas de seguridad durante las protestas y operativos. Los manifestantes consideran que esta ley fomenta la ya existente violencia policial. Lo llamativo del asunto fue la bandera con la cara de Maradona en las calles de París. 

Su imagen recuerda a la del Che Guevara. El Che luchó toda su vida contra el capital y tras su muerte, este lo convirtió en mercancía. Diego fue una mercancía (rebelde) toda su vida, que el capital del fútbol maximizó a sus expensas. Aún sabiéndolo adicto, aún sabiéndolo débil. Quizás, tras su muerte, se cumpla el sueño materialista histórico y por fin Dios baje a la tierra, se embarre en el potrero, y en cada lugar donde luchen los pueblos oprimidos haya una bandera de nuestro villero vengador. Porque como cantaron a coro todos los que asistieron al Obelisco: Diego no se murió, Diego vive en el pueblo, la puta madre que lo parió.

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