En el mundo globalizado en el que vivimos, las fronteras se tornan a la vez más fluidas y más problemáticas. Los migrantes atraviesan y se dejan atravesar por ellas, construyendo su identidad entre el aquí y allá de su trayectoria. Es el caso de la nueva migración africana en Argentina. Aquí un retrato de un grupo social que desafía el concepto mismo de lo nacional en pos de la libertad de movimiento y de la diversidad cultural.El notable incremento en las últimas décadas de individuos que construyen sus trayectorias de vida, encontrándose material y simbólicamente situados entre aquí y allá ocasiona el desarrollo de nuevas identidades y de empirismos culturales y religiosos transnacionales. Argentina cuenta con una nueva migración africana cuya experiencia sigue esta lógica. Desde fines de la década del 90 –acentuándose a principios del siglo XXI- comenzaron a llegar hombres jóvenes –entre 18 y 40 años- provenientes de diferentes países del África Subsahariana. Estos sujetos, mantienen de manera constante lazos materiales, culturales y emocionales con sus familiares que se encuentran en su lugar de origen a la vez que echan lazos en la propia comunidad migrante del país receptor. De este modo, construyen sus proyectos de vida como una experiencia que trasciende el ámbito local, que conecta en un solo espacio –la comunidad transnacional– los lugares de origen y destino.-¿Cómo tomó tu familia la decisión de que vinieras?

Nuestros viajes son una discusión más familiar que personal (…) no es que yo decidí salir de mi país solo, al contrario, yo no quise salir de mi país, pero tampoco me asustaba”.

– ¿Recuerdas Dicko que pensabas, que sentías el día del viaje?

– Ese momento fue muy raro. Ninguno de mis amigos lo sabía, sólo mi hermano. Me pasó a buscar por la facultad, tomamos un taxi. De camino al aeropuerto recibí un mensaje de un compañero diciéndome que había aprobado el ingreso a la Licenciatura en Letras. Me puso en un dilema que yo no sabía qué decir. (…) no sabía qué decidir, si bajar las valijas, regresar y seguir la escuela, o seguir el proyecto de intentar mi vida fuera. Fue muy difícil para mí pero luego recapacite un poco y entendí que ese era mi destino y lo tuve que enfrentar. En vez de bajar la cabeza y llorar, entendí que tenía que levantarla y seguir adelante (…) pero creo que mi destino también era estudiar, que eso era parte de mi destino tener que decidir eso y tratar de buscarlo en otro lugar. Por eso cuando llegué acá no podía vivir sin volver a estudiar.”

Cuando su familia le notificó a Dicko que había llegado el momento de migrar, él se encontraba desarrollando con éxito un proyecto personal: había logrado ingresar a la universidad en Senegal y gracias al alto puntaje obtenido, le habían asignado una beca de residencia en el campus universitario. Sin embargo, la decisión familiar prevaleció sobre sus deseos y sus miedos: era considerado el “elegido” de su grupo para viajar.

La decisión de migrar, lejos de ser una decisión individual, es un proyecto familiar, colectivo, comunitario y cultural. Migrar para estos jóvenes no es nada nuevo: sus abuelos, sus antepasados y parientes también lo hicieron, a raíz de guerras, en busca de trabajo, o tal vez, simplemente porque se habían cansado de vivir en el mismo lugar. La decisión de migrar, lejos de ser una decisión individual, es un proyecto familiar, colectivo, comunitario y cultural. En esta región de África, existe un sentido común instalado por el sistema cultural que supone la migración como una posibilidad de desarrollo económico y de superación personal, razón por la cual es considerada como un paso a la adultez. Además, la religión islámica legitima el viaje como práctica cultural: en el Corán el viaje aparece como la búsqueda de la recompensa o de un beneficio.- “Hay que explicárselo bien a la gente, que entiendan que no es fácil cruzar una frontera. Es muy feo, te lastima tu interior. Cuando vos estás a mitad de camino y no tenés la posibilidad de irte de un lado a otro legalmente, tenés la obligación de hacerlo”.Los momentos, situaciones y encuentros de carácter fugaz con los que el individuo se enfrenta durante su desplazamiento, son al mismo tiempo decisivos y arbitrarios. Encontrándose “a medio camino” entre el pasado –constituido por sus orígenes- y el futuro -contemplado como un porvenir desconocido- el migrante se enfrenta a situaciones en las que sus valores y creencias –constitutivas de su identidad- son puestos en juego. Esto refleja el paradójico protagonismo que adquieren las fronteras.Al no contar en Argentina con embajada de Senegal, los migrantes eligen viajar a Brasil o Ecuador –donde sí hay representación diplomática- y desde allí ingresar a Argentina: Al llegar a Brasil Dicko se enteró que para entrar a Argentina, al no tener visa de este país, debía hacerlo de modo ilegal, situación que generó en él muchas controversias.Una vez asentado en el lugar de destino, uno comienza a construir su identidad como sujeto migrante, partiendo de la realización de hechos que son totalmente opuestos a sus valores y creencias. Estas circunstancias son devastadoras para la identidad. Como afirma Homi Bhabha (2002), es en la emergencia de los intersticios donde se negocian las experiencias intersubjetivas y colectivas de nacionalidad, el interés comunitario o el valor cultural. De esta manera, una vez asentado en el lugar de destino, uno comienza a construir su identidad como sujeto migrante, partiendo de la realización de hechos que son totalmente opuestos a sus valores y creencias. La realización de estas prácticas es oculta a familiares y amigos, ya que generan vergüenza; pero son compartidas con otras migrantes que se enfrentaron a las mismas formas de ingreso, ocasionando esto el desarrollo de un vínculo muy fuerte entre pares.Si bien en este momento “entre-medio” los migrantes deben enfrentar diferentes situaciones desafortunadas, la historia de David también conocido como Black Doh –un migrante polizón que llegó a Rosario con 3 amigos luego de viajar 27 días escondido en un barco vietnamita-, nos demuestra que aún las condiciones más duras de viaje son objeto de inspiración para diferentes expresiones culturales.- “A mí siempre me gustó la música y cantar, pero en mi país no podía hacerlo. Cuando llegué a Rosario empecé a cantar en la calle; y así fue como conocí a Rubén Plataneo, un director de cine con quien estuvimos grabando un documental sobre mi historia”.

– ¿Y de qué tratan las letras de tus canciones?

– Me inspiro pensando en los momentos que pasamos con mis amigos en el viaje y en mi madre, que tanto la extraño. *Mientras se le llenan los ojos de lágrimas David tararerea* “vos que me diste la vida, que me enseñaste los primeros pasos, que me enseñaste tantas cosas, viajo por el mundo y estoy atrapado en extrañarte”.A raíz de su encuentro con el Rubén Plataneo, éste último realiza El gran río (2012), documental que narra el viaje de David y hace un ida y vuelta entre su vida en Rosario y la de su familia en Guinea. Además, el joven músico se hizo un nombre en la escena del rap rosarino y pudo grabar su primer disco Cruzando el mar, donde rapea su historia intercalando versos en español, francés y dialecto.– “La familia, todos te ayudan para viajar. Y siempre se conoce o se sabe de alguien que ya lo hizo. Entonces tratamos de conseguir un contacto, un teléfono, alguien a quien llamar cuando se llega a Argentina, una dirección donde acudir”.

Las redes migratorias, es decir, las redes interpersonales que vinculan a los sujetos migrantes y que permite que accedan a un conjunto de recursos que ya han sido adquiridos por los demás miembros de dicha red de relaciones, son de suma importancia para el recién llegado.

El contacto con el que cuentan en el país receptor, que en la mayoría de los casos no conocen personalmente, les da alojamiento, los presenta frente a la comunidad, les explica cómo es el modo de trabajo (dónde y qué comprar; cuándo y a dónde vender), les enseña lo básico del idioma, les consigue donaciones de los demás migrantes para que completen su primer maletín para salir a vender, los acompaña a la mezquita o lugar de rezo que tengan más cercano.Yacouba comprendió que su mundo se había reducido a la habitación del hotel, en una ciudad desconocida, en un país con una cultura muy diferente a la suya, a miles de kilómetros de su hogar y sus seres queridos, con un idioma totalmente extraño Pero también algunos arribaron a Buenos Aires sin ningún contacto, encontrándose solos, frente a un mundo desconocido. Tal como nos contaba Yacouba, un migrante senegalés que llegó en enero de 2002: “lo único que sabía es que había senegaleses, muy pocos (…) yo no tenía idea de nada, de nada, ni el idioma, ni de que trabajar, nada. En Ezeiza tomé un taxi y le dije “hotel”, el mismo taxi me llevó hasta Once y me señaló un hotel. Entré y hablaba con señas porque no entendía nada. Yo quería encontrar un paisano. Pero no había ninguno, porque estaban todos en la costa“.La incorporación del idioma resulta fundamental y depende en gran medida de las condiciones en las que el migrante se encuentra cuando llega. Como nos comentaba Yacouba, el hecho de “estar en un ambiente en el que nadie habla francés, nadie habla tu dialecto, no te complica tanto las cosas (…) cuando uno se mete en la cabeza que va a ser difícil, va a ser difícil. Pero cuando uno también se mete en la cabeza que si no hablo, no como, no trabajo, se pone las pilas para lograr esa meta”.Durante esos primeros días. Yacouba comprendió que su mundo se había reducido a la habitación del hotel, en una ciudad desconocida, en un país con una cultura muy diferente a la suya, a miles de kilómetros de su hogar y sus seres queridos, con un idioma totalmente extraño. Es en estos contextos en los cuales la afinidad religiosa resulta clave: a través de la lectura del Corán, los migrantes sufíes encuentran de algún modo cierta tranquilidad en un momento en el cual no gozan de una buena acogida por la sociedad receptora.

Pasadas las primeras semanas, cuando el migrante empieza a tener cierta autonomía, comienza su proceso de asentamiento, la creación de un refugio. Las diferencias culturales que se reflejan principalmente en las costumbres y en la religión, hacen que estos individuos mantengan latentes sus valores, pero su deseo de ponerlos en práctica -del mismo modo que los realizan en su país de origen-, se torna dificultoso. Es entonces cuando comienzan a desarrollar sus prácticas en el nuevo contexto, como una forma de mantenerse presentes y cercanos a su comunidad de origen.

La idea según la cual se vive mejor afuera que en el país de origen, es mantenida incluso a pesar de que las condiciones con las que se encuentran al llegar no sean las esperadas. Las situaciones desagradables que atraviesan los sujetos migrantes son muchas veces ocultas a sus familias por miedo a decepcionarlos o preocuparlos. Esto condiciona en gran medida la fluidez de la comunicación que mantienen con sus familiares y amigos. Quienes fueron los primeros en llegar -a principios del año 2000-, relatan que demoraban meses, incluso años en comunicarse con su familia: “después de tres años recupere la relación con mi mamá. Hasta no contar con un trabajo estable, una casa donde vivir, un número de teléfono fijo para poder darle a ella, recién ahí volví a tener contacto con ella” cuenta Abou.La vergüenza que implicaba para él y su madre regresar a su país sin haber logrado nada aquí, era peor que tolerar la discriminación. Al ser la decisión de migrar un hecho cultural, se deposita, de alguna manera, sobre el migrante la responsabilidad del porvenir de la familia, así como también el reconocimiento de la misma frente a la comunidad. Seydu, un migrante camerunés que llegó a Argentina con el deseo de desarrollar su profesión de futbolista, al pasar un tiempo de no ser aceptado en ninguna institución, cuando se le estaba terminando el dinero, decidió quedarse y buscar otro trabajo.– ¿Cuáles fueron los motivos por los que decidiste quedarte?

“Regresar era una vergüenza. Había terminado todos mis ahorros. ¿Qué le iba a decir a mi mamá precisamente? Volver a Camerún era no tener futuro. Acá bancándome la discriminación y las risas, yo sabía que iba a poder progresar y algún día volver con la frente en alto a mi ciudad natal”.

La vergüenza que implicaba para él y su madre regresar a su país sin haber logrado nada aquí, era peor que tolerar la discriminación.

Una de las principales afrentas a la que se enfrentan los migrantes y que tienen gran influencia durante su proceso de adaptación, es la discriminación, los comentarios xenófobos y racistas que tienen que tolerar. Maggatte, un migrante senegalés que ya lleva más de 15 años en Argentina, nos comentaba que sus valores culturales y religiosos le ayudaron a superar esta situación:

“Ya no tengo más problema con el tema de <eh Negro, eh Negro> hay que saber superarlo porque si no te voltean la cabeza y te volvés loco, no podes pasar todos los días peleando en la calle, vas a terminar mal algún día, vas a terminal mal, estoy seguro. Por eso hay que tratar de superarlo, ser más inteligente y dejar que pase, pasan muchas cosas sin darte cuenta. Como se dice, hay que volverse ciego, mudo, sordo, no escucho, no hablo, no veo. Y así te adaptas enseguida. Y después la gente te aprecia”.A partir del relato de los propios migrantes pudimos ver la manera en que se desenvuelven estos sujetos –en términos de Anthony Giddens- bajo la estructura dual de la sociedad. A pesar de que haya instituciones que constriñen sus comportamientos, sometiéndolos a diversas situaciones de vulnerabilidad y desigualdad -como por ejemplo, la imposibilidad de regresar a su país, la discriminación, la falta de recursos existen otros elementos culturales e instituciones que, en el mismo momento, habilitan su comportamiento, permitiéndoles sortear las dificultades y encontrar opciones. Tal es el caso de Maggatte, cuando nos comentaba cómo superó los hechos de discriminación, o el de Abou, quien nos demostró que aún los contextos más vulnerables son constitutivos de significados culturales.Frente a estas condiciones, es su capacidad de agencia lo que les permite afrontar un proyecto migratorio tan complejo como este, el cual se encuentra mediado por el desarrollo de sus objetivos materiales en su lugar de destino –subsistir, trabajar, enviar remesas, estudiar- y los intereses personales, familiares y religiosos que se encuentran arraigados en su lugar de origen.

El reconocimiento reflexivo de la acción, es decir, la capacidad de los individuos de registrar el modo en el cual acontecen los hechos, permite a los migrantes desarrollar sus objetivos pero también abordar su realidad de manera consciente, comprendiendo y repensando de modo reflexivo su accionar, el de las personas con las que se relacionan así como también el nuevo espacio y tiempo en el cual se encuentran.

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