No es un vengador, no es un héroe, o por lo menos no el típico. En Mr. Robot, serie estrenada en 2015, nos instalamos en la mente de Elliot, joven programador de día y hacker por las noches. Depresivo y ermitaño, pero observador agudo de la realidad social que lo envuelve, emprende entre las sombras un peligroso camino que revela los límites difusos de lo legal, lo moral y lo justo.

Día a día “el mundo” es atravesado por la tecnología (o tal vez definido por ella) y de una manera particular por las tecnologías de la información. El acceso a la información se encuentra desde hace tiempo mediado por los diarios, la radio y la televisión, pero internet y las redes sociales adquirieron en la última década un peso notable hasta el punto de intervenir en el modo en que las personas se relacionan. En este contexto, las grandes empresas se establecen con fuerza en el terreno de las tecnologías informáticas y la demanda de trabajadores del sector IT es cada vez más elevada. Un informático es siempre un activo fundamental para estas empresas y, recíprocamente, la profesión informática es deseada, aparentando ser un camino directo al ascenso social –o hacia la felicidad, equivalente en este contexto.

Mr. Robot,  creada por Sam Esmail, nos presenta la contracara de esto. No nos propone al informático modelo o “exitoso” –productivo y proactivo– sino a un técnico cuyo dolor, de esos difíciles de medicar, no parece concordar con aquella descripción. Desde el comienzo, somos instalados en la mente de Elliot Alderson, empleado de Allsafe (Todo A Salvo)  –una compañía de seguridad informática que protege la información de grandes empresas– y hacker por las noches.

Es un joven con gran dominio de las tecnologías de la información, y especialmente de lo que se requiere para romper las barreras que las empresas como Allsafe se dedican a construir. Pero estas habilidades, en vez de convertirlo en el nuevo Steve Jobs, le hicieron huir de la sociedad. Visto desde fuera, Elliot es un joven aislado y retraído, sufre de paranoia y alucinaciones. Visita esporádicamente a su psicóloga, aunque está convencido de la inutilidad de tal ejercicio, y es un consumidor de drogas “auto-controlado”, como si fueran un remedio temporal a su depresión. Elliot no puede acercarse a los demás por su problema de “ansiedad social”, pero también porque cree haber visto de frente la verdadera naturaleza de la sociedad.

Sus habilidades como hacker le permitieron de alguna manera evadir su falta de sociabilidad buscando lo peor de la gente. Esas fueron sus herramientas para “leer” a quienes no podía o no quería acercarse. Y gracias a la “privacidad pública” de las redes sociales, cree descubrir el problema fundamental de la sociedad: todos sus individuos se encuentran “sedados” y parecen querer estarlo. Se ve en el consumo indiscriminado de bienes, de obras de ficción que insultan el pensamiento, de noticias que bombardean tonterías con el objetivo de distraer, así como el incesante fluir de posteos en las redes sociales que intentan fingir un pensamiento individual que no existe.”En todo momento somos empujados a preguntarnos si tal o cual evento está “realmente” ocurriendo porque el propio Elliot duda, y si no somos otra cosa que un producto de su imaginación, habremos de caer en la misma duda”.Además, para Elliot el dinero ejerce una fuerza de la que no se puede escapar una vez que se ha ingresado al flujo de la vida social, mundo dominado por las corporaciones que “juegan a ser Dios sin permiso”. Es lo que sufre su amiga de la infancia, encadenada a su trabajo por deudas de estudio que la agobian y que parecen nunca acabar. Y aunque nuestro amigo vea en la sociedad la voluntad de estar sedada, también existe la posibilidad de “despertarse”. Tarea que no es nada fácil como la destrucción de los archivos de la más grande multinacional E-Corp (también cliente de Allsafe). Emprender ese arriesgado y enorme camino será lo único que mantenga a Elliot en movimiento, más allá de algún trabajo como hacker vigilante o justiciero.Su viaje es también personal y de autodescubrimiento. Con el correr de su historia iremos descubriendo aspectos que definen su personalidad y nos revelan su pasado.  Algo destacable es la forma de su narrativa. Los eventos son presentados como si los experimentáramos al mismo tiempo que Elliot, quien se dirige a nosotros como visitantes en su mente. En efecto, la serie nos instala allí desde su primer monólogo (o diálogo con nosotros), donde se describe al espectador como alguien que está “sólo en su mente”.

Percibir el mundo ficcional “en primera persona” difiere de hacerlo a través de un narrador omnisciente. En primer lugar, por el simple hecho de que somos puestos “en el lugar” del personaje. Esto nos acerca más al devenir de los hechos, como si pudiéramos “palparlos”, aunque eso implica un conjunto de dimensiones que deben ayudar a “dar el pego”, como la actuación y la dirección. Pero también se rompe el sentido de “objetividad” que pretende un relato semejante. El narrador omnisciente no tiene en juego intereses ni sentimientos propios, sino que nos relata la historia por alguna razón desconocida. No tendríamos razones para dudar: “sus hechos” son “los hechos”.Pero en Mr. Robot somos llevados a dudar de la realidad de lo presentado. Porque no sólo sabemos que la mirada del mundo presentada es “una” mirada, sino que la mirada de nuestro individuo bien puede encontrarse alterada por alucinaciones y paranoia. En todo momento somos empujados a preguntarnos si tal o cual evento está “realmente” ocurriendo porque el propio Elliot duda, y si no somos otra cosa que un producto de su imaginación, habremos de caer en la misma duda.

Los tópicos que aborda Mr. Robot no son del todo novedosos, y la implementación de su narrativa ya fue vista (queda para el lector la búsqueda de ejemplos). Aun así, la serie propone una premisa provocadora, con una crítica lo suficientemente actual como para interpelar al espectador, y un relato inteligentemente desarrollado que ayuda a ponernos en la mente y en la piel de Elliot a través de sus pensamientos más profundos y sus defectos más humanos. El resultado es un conjunto de cohesión destacable cuyo “enganche” es construido a cada momento mediante los eventos del mundo interior y exterior que bordean entre realidad e ilusión así como entre razón y locura.

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