La proliferación de expertos en los tiempos actuales no es una novedad. De forma
creciente, mundos profesionales radicalmente apartados -como la economía, la medicina, las
artes o el deporte- cuentan con personas que ostentan un saber especializado y restringido
sobre el cual se asienta una autoridad ineludible en la toma de decisiones de importancia.
De este modo, la sociología de las profesiones constituye un enfoque que no sólo pone en
relación ámbitos muy diversos del mundo social, sino que además propone explicar cómo se
organiza el poder en los mundos profesionales.

Expertos, jurisdicciones y saberes
¿Qué diferencia al conocimiento experto de otros tipos de conocimiento? ¿Cuáles son
las especificidades de las intervenciones basadas en este tipo de conocimiento? ¿Quiénes
cuentan con la autoridad para encarnar distintas formas de expertise? ¿Quiénes deberían
ocuparse de curar enfermedades, decidir sobre la economía de un país o seleccionar obras de
arte en un concurso? ¿Cómo se trazan estos límites en la sociedad contemporánea?
En un trabajo seminal, Andrew Abbott (1988) definía a los profesionales como grupos
cuyo propósito es ligar un conjunto de actores sociales a un conjunto específico de
problemas, es decir, las profesiones se definen por el objetivo de conquistar una jurisdicción
propia. El modo particular en que las profesiones llevan a cabo esta tarea es mediante el
control de saberes prácticos determinados. Lo que diferencia a las profesiones de los oficios y
les otorga así su especificidad es que, para estos últimos, el control del saber práctico reside
exclusivamente en el dominio de una técnica, mientras que las profesiones ejercen tal
dominio a través de un sistema abstracto de conocimiento. Sólo el manejo de un saber
abstracto y no meramente técnico les garantiza la supervivencia a las profesiones, ya que este
tipo de conocimiento les permite tomar nuevos objetos del mundo social permanentemente y
ajustarse con efectividad a los cambios de contexto.
La historia de las profesiones puede comprenderse como la sucesión de
confrontaciones entre profesionales para construir autoridad sobre una jurisdicción y expulsar
a los outsiders. La propuesta metodológica de Abbott consiste en indagar detalladamente
aquellos momentos en que un grupo de profesionales conquista una jurisdicción y una serie
de tareas es “asignada” a un grupo de actores. Como los escenarios son cambiantes, tanto en
la conformación de los grupos como en las tareas que adoptan, no basta con enfocarse
exclusivamente en aquellos expertos que lograron formalizar con éxito sus instituciones y
delimitar su jurisdicción. Por el contrario, Abbott sugiere prestar especial atención a los

moribundos, en otras palabras, aquellas profesiones que no triunfaron y acabaron por
desaparecer frente a la preponderancia de otras.
Entre el cierre y la adaptación: de una sociología de las profesiones a una
sociología de la expertise
La sociología de las profesiones resulta especialmente apta para reconstruir aquellas
coyunturas críticas en que grandes grupos relativamente consolidados conquistan
jurisdicciones propias de manera estable, lo que suele incluir además el establecimiento de
barreras de entrada de naturaleza institucional. Aunque este perfil suele ajustarse a los casos
con jurisdicciones claras, colectivas y formalmente delimitadas como la medicina, la
contabilidad o el derecho, las competencias de la mayor parte de los especialistas brotan de
fuentes mucho más heterogéneas, individualizadas y -por qué no- un tanto oscuras.
La gestión de la incertidumbre sobre temas específicos es lo que más caracteriza a la
actividad de los expertos. Si bien esto traza un límite respecto al público hacia el que dirigen
sus intervenciones, ese límite es un lugar en constante transformación. Las estrategias
desplegadas por los expertos son de naturaleza contingente, donde el éxito es producto de
factores sobre los que sus protagonistas tienen un grado de control variable. Gil Eyal (2010)
propone un modelo para el estudio sistemático de dicho límite.
El trabajo de los expertos sería el lugar de una constante tensión entre dos dilemas.
Uno entre la autonomía y la heteronomía: ¿qué tan capaces son los expertos para determinar
las necesidades de su público? Los grupos que pretenden materializar sus recomendaciones
sin importar las necesidades declaradas de sus destinatarios (por ejemplo, un grupo de
economistas que pretendan llevar hasta sus últimas consecuencias un plan de ajuste
estructural contra la voluntad de una gran parte de la población) corren el riesgo de aislarse y
perder en la competencia contra otros más dispuestos a comparecer. No obstante, atender sin
mediaciones las necesidades del público (por ejemplo, un médico que prescribiera cualquier
droga que se le pida) amenaza el carácter mismo de “experto”, ya que no aporta una mirada
alternativa específica. No propone un curso de acción que contribuya a resolver la
incertidumbre basándose en un conocimiento especializado.
El otro dilema es entre esoterismo y generosidad: ¿A cuánto conocimiento experto
tiene acceso su público? ¿Cuál es el grado de accesibilidad al conocimiento experto de que
dispone el público? Si todo el mundo pudiera interpretar un sueño o predecir la tasa de
devaluación, no existiría incertidumbre que amerite la necesidad de la intervención experta.
Sin embargo, para que esta última resulte exitosa o siquiera inteligible, debe poder articularse
con el conocimiento general. Por ello, es relevante atender al trabajo “pedagógico” que
realizan a menudo los expertos para acercar los esquemas interpretativos del público a los
propios, siendo sus intervenciones mediáticas un ejemplo típico de este tipo de esfuerzos.
Analizar las intervenciones expertas como abanico de posibilidades en un doble
continuum que cruza los ejes autonomía/heteronomía y esoterismo/generosidad permite

iluminar pistas generales sobre el objeto de estudio. Esta perspectiva puede ser
potencialmente complementaria con aquellas provenientes del pragmatismo, que se sumergen
en los detalles específicos del trabajo que realizan los portadores del saber especializado.
De cómo estabilizar una realidad incierta
¿Cuál es el margen de error aceptable en las predicciones de un economista para ser
considerado confiable? ¿Cuántos años de terapia hace falta hacer para declarar competente (o
no) a un psicoanalista? ¿Cómo medir la eficacia de una práctica de yoga?
Los expertos responden a estas preguntas (latentes o manifiestas) participando de
determinadas pruebas. La teoría del actor-red es especialmente adecuada para aproximarse a
ellas, por su especial atención a las estrategias que despliegan los actores y a los objetos que
se ven involucrados en las pruebas que los convocan, y su énfasis en las metodologías
utilizadas para evaluar el carácter de verdad de una intervención. La autoridad de los expertos
no se asienta en una supuesta superioridad de status social, sino en su capacidad para
componer y estabilizar una realidad de cara a las versiones y conflictos provenientes de otros
actores sociales. La tarea de los expertos por excelencia consiste en movilizar aliados,
traducir los intereses de los involucrados en una controversia y transformar sus resultados en
una caja negra, es decir, en dispositivos que funcionan de manera aparentemente automática,
y cuya manipulación es una prerrogativa exclusiva de determinados actores.
Los expertos asumen tareas notablemente diferentes: explicar en qué dirección nadan
los ostiones, demostrar que el petróleo es un bien “necesario” -estimulando su consumo- y
“escaso” -paralizando su explotación-, indicar la forma correcta de conservar y exponer una
obra de arte en un museo, o probar que los títulos de vivienda estimulan la cultura
empresarial. Para todo ello, hace falta movilizar aliados humanos -organismos multilaterales,
gobiernos, curadores de arte- y también aliados no humanos -ostiones, petróleo, materiales,
tablas, fórmulas, teorías- en la causa propia. La destreza de los expertos consiste en hacer
confluir humanos y no humanos en ensamblajes que les permitan formular problemas o áreas
de la realidad sobre las cuales actuar, presentarse como los únicos capaces de resolverlos y,
finalmente, resolverlos.
En nuestro país, varios investigadores han estudiado el surgimiento de grupos de
expertos haciendo uso de estas herramientas analíticas. Entre ellos, Mariana Heredia (2015)
analiza la Ley de Convertibilidad abrevando en esta perspectiva. A raíz de la política
económica de la última dictadura militar, la hiperinflación y su control servirían
crecientemente como arena de disputa entre economistas de distintas corrientes,
convirtiéndose el control de la inflación en una verdadera prueba. Puesto que su principal
autor -el entonces Ministro de Economía Domingo Cavallo- así como el FMI -que
supervisaba la política económica tras el default- se habían opuesto a la fijación del tipo de
cambio; la Convertibilidad, proyectada como una medida de emergencia transitoria, fue
aclamada en el país y a nivel internacional como una medida no sólo virtuosa para contener la
inflación, sino también sostenible en el tiempo. Al surgir de un cuidadoso arbitraje operado

por los expertos locales entre los intereses del gran empresariado local, las elites políticas, la
opinión pública y los organismos multilaterales de crédito, la Convertibilidad se convertiría
en un verdadero dispositivo de control de la inflación, una caja negra que articulaba -y por
ello estabilizaba- las voluntades de un grupo heterogéneo de actores.
Sensibilidad artística y expertise: ¿cómo evalúan los expertos en arte? El mundo del
arte se destaca especialmente por las dificultades para elaborar un saber estable con el cual
evaluar las obras, ya que los criterios con que se define el valor de las mismas son realmente
enigmáticos y raramente explicitados por sus actores.
La dificultad para delimitar una serie de saberes y técnicas en la evaluación artística
provoca la permanente sospecha de que sea la subjetividad de los evaluadores y no un
conocimiento acordado entre expertos el que incline hacia un lado u otro la balanza. En el
caso de los críticos literarios norteamericanos estudiados por Philippa Chong (2013), los
propios expertos se imponen tareas para evitar la aparición de juicios subjetivos al momento
de escribir reseñas: desde no leer otras reseñas antes de la lectura de la obra, no revisar las
solapas ni los envoltorios que la editorial añade al libro, hasta tener presentes las afinidades y
rechazos personales por ciertos géneros y tópicos en caso de que eventualmente éstos
aparezcan en el texto.
Pero existen prácticas donde los expertos en evaluación artística deben debatir entre sí
y dar pruebas y argumentos para alcanzar un veredicto final. Marian Misdrahi (2015) estudia
el caso de los jurados de artes visuales en sus reuniones donde deciden cómo entregar becas
de fomento. La primera tarea es “purificar” el corpus de trabajos y apartar aquellos que no
calificarían como arte contemporáneo. Luego, los jurados ponen en juego seis tipos de
criterios para llegar a un decisión conjunta: la singularidad de la obra, la “profundidad” del
significado, la belleza armoniosa y de calidad técnica de la pieza, el efecto provocado en
quien la ve, la trayectoria del artista y, por último, un criterio moral que verificaría la
honestidad, el desinterés y el involucramiento del artista.
Reflexiones finales: ¿quién necesita un experto?
La proliferación de expertos colisiona ciertamente con la ética de los sistemas democráticos,
ya que la existencia de un saber especializado supone toda una zona de decisiones que no
puede supeditarse al control de las personas comunes. De este modo, las prerrogativas de los
expertos pueden presentarse como una amenaza en tanto los saberes sobre los que asientan su
autoridad corren el riesgo de producir cajas negras, es decir, dispositivos que coordinan los
intereses de distintos actores de manera aparentemente automática y cuyos mecanismos son a
menudo difíciles de deconstruir.
Sin embargo, el saber experto resulta a su vez un elemento de importancia fundamental en la
vida contemporánea. Sea para optar entre distintas terapias, orientarnos sobre el destino más
conveniente de nuestros ahorros o elegir adecuadamente una obra de teatro, el conocimiento
especializado permite reducir los márgenes de incertidumbre que suponen muchas de

nuestras decisiones más cotidianas. Es por esto y aquello que la comprensión de las
intervenciones expertas y los efectos sobre la realidad que tienen en cada caso fue y seguirá
siendo un desafío pertinente para las ciencias sociales.

Referencias bibliográficas
Abbott, A. (1988). The system of professions. An essay on the division of expert labor.
Chicago and London: The University of Chicago Press.
Chong, Ph. (2013) “Legitimate judgment in art, the scientific world reversed?
Maintaining critical distance in evaluation” Social Studies of Science, 43, 2. Pp. 265-281.
Eyal, G. (2010) “Spaces between fields. In P. Gorski, Pierre Bourdieu and Historical
Analysis” (pp. 158–182). Durham: Duke University Press.
Heredia, M. (2015). Cuando los economistas alcanzaron el poder. O cómo se construyó
la confianza en los expertos. Buenos Aires: Siglo XXI.
Misdrahi, M. (2015) “Être “découvert” ou se faire “reconnaître” ? Le processus de
détermination de la valeur artistique dans l’attribution de bourses en arts visuels” Sociologie
et sociétés, vol. 47, n° 2, p. 65-83.

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