En primer lugar y antes que nada una reflexión general sobre la calidad de los artículos que conforman esta publicación. En todos ellos leo los efectos de un proceso de formación que ha estimulado el criterio propio, la comprensión rigurosa de los textos y, sobre todo, la preocupación por configuraciones y procesos que son los que disparan interpretaciones, maniobras de validación empírica e invocaciones a la acción en los más diversos planos. No es poco si pienso que en otras épocas, muchos de los que forman parte de mi generación de profesores, investigadores y analistas teníamos preocupaciones normativas antepuestas a cualquier análisis y ansiedad de reconocimiento de nuestro “marco teórico”. Y es gratificante si pienso que quienes realizaron estas contribuciones se han formado en un dispositivo que se fundó, justamente en la necesidad de superar esos límites ahora tan lejanos que ni siquiera es evidente su carácter de obstáculo histórico y, menos, son parte de la agenda de nuestras discusiones actuales. Hay en eso algo para festejar aun cuando, con razón, tal vez, se les pueda reclamar a las ciencias sociales un compromiso en la producción de grandes convocatorias y de imágenes panorámicas (algo que no podría ocurrir de forma productiva actualizando viejos profetismos sino adoptando una relación más elaborada con lo público).

En segundo lugar quiero hacer una reflexión algo más extensa sobre lo que está en juego en el título de “posmodernidad” y en los diversos puntos de convergencia que encuentran los textos aquí reunidos. Hace ya mucho tiempo que ha irrumpido entre nosotros esa expresión y ha recibido todo tipo de impugnaciones. Y sin embargo se insiste en ella con lo que cabe colegir que tal vez diga algo que no sabemos decir de otra manera y que, al mismo tiempo, no podemos aceptar. El carácter post de lo post- moderno ha sido enjuiciado por su eventual genericidad y falta de contenido positivo: que viene después no quiere decir nada al mismo tiempo que presupone una cronología que todo sabemos se puede cuestionar. Sin embargo desde la irrupción de esta voz en el mundo académico, precedida por la idea de sociedad post-industrial sobre la que alertaban autores tan distintos como Alain Touraine y Daniel Bell, el término retorna con nuevos bríos y nuevas capas de significación. Otrora, hace casi 40 años, iluminaba el carácter contingente, no lineal, no necesario y no teleológico de la experiencia histórica y ponía en discusión el estatuto de las visiones progresistas y científicas de la historia y la sociedad al mismo tiempo que polemizaba fuertemente con la decepción por las emancipaciones auguradas por estas, pero no acontecidas jamás. “Posmodernidad” contenía así el balance de una especie de derrota histórica. Y como suele suceder con las reflexiones que suceden a un fracaso histórico, la idea de posmodernidad, que explicaba las condiciones de posibilidad del fracaso de las profecías optimistas, era confundido con la intención de renunciar a los ideales emancipatorios asociados a esas profecías  o con una visión de la historia y la sociedad que, cómplice con la dureza de los poderes establecidos, ablandaba la voluntad de resistencia y transformación que debía oponerse a las injusticias y desigualdades. La idea de posmodernidad aparece hoy con otra connotación: ya no se trata de un adiós a las ilusiones revolucionarias sino de un una visión más pesimista respecto ilusiones que se habían renovado en torno de las promesas creíbles de la democracia y de los nunca creíbles horizontes utópicos de la globalización.Achille Mbembe http://operamundi.uol.com.br/dialogosdelsur/achille-mbembe-la-era-del-humanismo-esta-terminando/12022017 nos alerta sobre el sentido que puede tener la expresión pos-modernidad en el presente. Nos revela una historicidad áspera y una estructura de disimetrías desesperante sin garantías ni de reversión ni de moderación:  El mundo tal como lo conocemos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, con los largos años de la descolonización, la Guerra Fría y la derrota del comunismo, ese mundo se acabó. Domina una “creciente posición anti-humanista que ahora anda lado a lado con un desprecio general por la democracia. Llamar esta fase de nuestra historia de fascista podría ser engañoso. A menos que por fascismo estemos nos refiriendo a la normalización de un estado social de guerra” “una guerra contra los pobres, una guerra racial contra las minorías, una guerra de género contra las mujeres, una guerra religiosa contra los musulmanes, una guerra contra los minusválidos. En un mundo centrado en la objetivación de todos y de todo ser vivo en nombre del lucro, la eliminación de la política por el capital es la amenaza real. Si la civilización puede dar lugar a alguna forma de vida política, este es el problema del siglo XXI”.

Este es el contexto en el que debemos comprender más ampliamente los destinos de la política, la tecnología, la ciencia y el amor que se abordan en los artículos que siguen. La expresión “contexto” suele contener un equívoco: no se trata de lo que rodea a los hechos definiéndolos sino más bien de la totalidad de mediaciones en las que los hechos finalmente son tales porque en esa totalidad adquieren sentido e inteligibilidad. Lo que aparece como necesario de contextualizar es lo “inmediato”. Lo inmediato es que los gobiernos postergan “al futuro” incierto y rehúyen conflictos que resuelven a su favor, en otro plano, y duermen con ilusiones a los contendientes. Lo inmediato es que el amor atravesado por las redes digitales guarda continuidades y discontinuidades evidentes con el amor de otros tiempos. Lo inmediato es que los grupos sociales y étnicos se enfrentan en una batallas que no tienen final asegurado a los que las interpretaciones de la ciencia social no pueden concebir como “muertos”. Lo inmediato es “la ciencia” despojada de la trama histórica en que se constituye el paradigma de cientificidad que la consagra. Esa inmediatez debe ser reconducida a una totalidad, a una relación de fuerzas histórica que atraviesa cada una de esas realidades inmediatas, para tornarlas parte de un concreto histórico social que es el que describe en tono apesadumbrado Achile Mbembe. La posmodernidad en esta nueva significación histórica muestra su faz más oscura y es mucho más que una atmósfera de época la trama de relaciones sociales en la que cada punto de la actualidad tiene su sentido y su determinación (con todas las especificidades y singularidades que asisten a los campos de acción y a los contextos nacionales).

Sin renegar de lo que se observa y se ve venir, estos textos indagan por la posibilidad histórica de la esperanza, por la posibilidad de una crítica inmanente al proceso que analizan, estableciendo maniobras analíticas y críticas que nos permitan ubicar esas posibilidades en la historicidad contemporánea distinguiendo a ésta última de nuestros ánimos impresionados por un futuro que se insinúa metafísicamente negro.

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