Un recorrido por la fábrica Escorial desde la doble mirada de un estudiante de Sociología y ex obrero metalúrgico. Un recorrido, también, por las transformaciones productivas recientes, el saber y la experiencia obreras, el “toyotismo criollo” y unos cuerpos no tan dóciles.

A un viejo militante obrero

“La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía que su propietario, el obrero asalariado, vende al capital. ¿Para qué la vende? Para vivir.”

Ahora bien, la fuerza de trabajo en acción, el trabajo mismo, es la propia actividad vital del obrero, la manifestación misma de su vida. Y esta actividad vital la vende a otro para asegurarse los medios de vida necesarios. Es decir, su actividad vital no es para él más que un medio para poder existir. Trabaja para vivir. El obrero ni siquiera considera el trabajo parte de su vida; para él es más bien un sacrificio de su vida. Es una mercancía que ha adjudicado a un tercero. Por eso el producto de su actividad no es tampoco el fin de esta actividad. Lo que el obrero produce para sí no es la seda que teje ni el oro que extrae de la mina, ni el palacio que edifica. Lo que produce para sí mismo es el salario; y la seda, el oro y el palacio se reducen para él a una determinada cantidad de medios de vida, si acaso a una chaqueta de algodón, unas monedas de cobre y un cuarto en un sótano. Y para el obrero que teje, hila, taladra, tornea, construye, cava, machaca piedras, carga, etc., por espacio de doce horas al día, ¿son estas doce horas de tejer, hilar, taladrar, tornear, construir, cavar y machacar piedras la manifestación de su vida, su vida misma? Al contrario. Para él, la vida comienza allí donde terminan estas actividades, en la mesa de su casa, en el banco de la taberna, en la cama. Las doce horas de trabajo no tienen para él sentido alguno en cuanto a tejer, hilar, taladrar, etc., sino solamente como medio para ganar el dinero que le permite sentarse a la mesa o en el banco de la taberna y meterse en la cama. Si el gusano de seda hilase para ganarse el sustento como oruga, sería un auténtico obrero asalariado.

Karl Marx, 1847

— I —
Una mirada sobre la organización del trabajo en la fábrica Escorial

Noviembre de 2013. Aquí está la fábrica Escorial, y aquí un grupo de estudiantes de Sociología que entran al taller.

Un día de noviembre de 2013, la Sociología regresó a la fábrica. Desde los duros años 90, la Sociología se había refugiado en las universidades mientras el proletariado industrial resistía los rigores del Capital en sus lugares de trabajo. Nuestro país no estuvo al margen de la situación abierta en los países centrales en la década de los años 1970, replicados aquí con especial violencia desde mediados de ese decenio, y con renovado vigor en los años 1990, como continuidad de las políticas antiindustrialistas de la dictadura. Como tantas industrias, Escorial, fábrica de cocinas y termotanques, se quedaba con 30 trabajadores a fines de esa década, cuando había tenido un plantel estable de unos 150 operarios.

Los estudios sociológicos se habían dirigido en esos años a conocer, interpretar y explicar la nueva situación social abierta con los sucesos del año 2001, donde se incorporaron actores sociales revitalizados, como los piqueteros, y además la recuperación de fábricas y lugares de trabajo abandonados apresuradamente por patrones sorprendidos por la nueva dinámica económica, pero también social. Asimismo, sorprendió a militantes, politólogos, sociólogos y antropólogos, el desarrollo de las llamadas asambleas barriales, que llegaron a confundir a no pocos avezados marxistas.Pero coincidiendo con la nueva situación de impulso a la industria y de un renovado interés por la cuestión del trabajo, un pequeño pelotón de jóvenes y algunos no tan jóvenes como yo, encabezados por los profesores, irrumpía en el taller, armados de cámaras, grabadores, anotadores y preguntas que el angustiado ingeniero respondía como podía, mientras algunos obreros nos observaban como a los tomatiempos que controlan el ritmo del trabajo.“Pero el dueño no termina de irse. Cada tanto regresa, siempre con gesto altivo. Y aunque el que ahora se encarga del diálogo con los delegados es su sucesor, don Fernández mantiene su autoridad”.La empresa Escorial ya es una fábrica antigua en San Martín, que fue iniciada por un empresario, Fernández de apellido, quien ya pasó los ochenta años. Ahora un sobrino está a cargo de la firma, según algunos trabajadores. Pero el dueño no termina de irse. Cada tanto regresa, siempre con gesto altivo. Y aunque el que ahora se encarga del diálogo con los delegados es su sucesor, don Fernández mantiene su autoridad.

Hace poco, Lipietz (1994: pp. 25-26) decía que en nuestros países existía un taylorismo periférico, y en algunos casos, primitivo, que además llamaba taylorismo sanguinario. Y aunque Lipietz abandonó esta última definición, es probable que muchos obreros de Escorial la prefieran. En el portón de la calle Francia hay una pintada: “Basta de esclavitud”, escribió con letras verdes que todavía se ven, algún obrero durante aquel conflicto de 2008, también por las condiciones de trabajo en las líneas de producción. Como ocurrió hace poco, en los días de marzo (de 2014) cuando se animaron a parar la fábrica en solidaridad con los compañeros despedidos y a cortar la importante avenida 25 de Mayo, frente a la fábrica.

Es hora que entremos a la fábrica por la esquina de 25 de Mayo y Francia, justo frente a la entrada de la UNSAM. Son cerca de las 11. En tanto, recordemos algunas palabras conocidas: fordismo, taylorismo, Kan-ban, Justo a Tiempo (JIT), operarios, obreros calificados, jerarquía, disciplina, poder, tecnología, productividad, y también el trabajo intelectual y el trabajo manual. Tal vez demasiado, por ahora.

El joven ingeniero que nos acompaña en el recorrido por la fábrica, nos lleva primero por donde comienza la actividad productiva, es decir, por donde entra la materia prima en los camiones por la calle Francia. Igual que hace cuarenta años. En el depósito, se amontonan las bobinas de acero laminado que traen directamente de Siderar. Acá nos encontramos con una primera diferencia con los procesos de aquellos años 80, como recuerda un obrero (ex camarada) que ya no está en la fábrica, y que trabajó en el sector de Estampado y Guillotinas. En esa época, se descargaban los grandes paquetes de las chapas de acero ya cortadas de 2×1 metros que los trabajadores de las guillotinas cortaban en distintas medidas. Hoy día, unas guillotinas automáticas cortan las diferentes chapas a determinadas medidas, mientras hay algunas máquinas accionadas manualmente para piezas más pequeñas, como la que maneja ese obrero, con la soltura que da la experiencia, que mientras observa nuestros movimientos, no se priva de ubicar su mejor perfil para la foto.

Podríamos recordar con mi viejo amigo que la chapa de las cocinas, o las usadas en la industria del automóvil, por ejemplo, son ahora de menor espesor que hace 30 años. No por casualidad, justamente. Coriat (1996: p. 129) ha sugerido que “En un momento en el que todo el mundo concuerda en reconocer un fuerte acortamiento del ciclo de vida de los productos (en la industria automotriz la vida de un producto pasó de 8 a 4 años durante la última década), se comprende que esta ventaja sea de gran alcance”.

Volviendo al taller, también hay un sistema de prensas automáticas de origen brasileño, de unos 8 años de antigüedad, con las que se realizan otras tareas de prensado para dar las primeras formas a las chapas. Tres prensas atendidas por un trabajador. Pero también están las prensas de accionamiento manual, de diverso origen.Sobre prensas y ritmos de trabajo

Ahora examinemos este sector, el de Estampado.
En una prensa mediana, un obrero manipula las piezas con destreza, al parecer acostumbrado a la rutina que impone el ritmo. El trabajo rutinario modela a los hombres. Foucault (2003: p. 141) ha sugerido que en las fábricas como en los cuarteles, existe una coacción ininterrumpida sobre los movimientos del obrero, una coacción “constante, que vela sobre los procesos de la actividad más que sobre su resultado, y se ejerce según una codificación que reticula con la mayor aproximación el tiempo, el espacio y los movimientos.“Sin embargo, no todos los cuerpos parecen ser tan dóciles como pensaba Foucault. Hay obreros que modelan su cuerpo, sus movimientos en el trabajo diario, pero también en el afuera, en los lugares todavía inasibles del Capital”A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se puede llamar las ‘disciplinas’”. Sin embargo, no todos los cuerpos parecen ser tan dóciles como pensaba Foucault. Hay obreros que modelan su cuerpo, sus movimientos en el trabajo diario, pero también en el afuera, en los lugares todavía inasibles del Capital: la canchita de fútbol, el club, el bar… y algún trabajo en la casa, los domingos.

El trabajador opera con chapas de unos 50/60 cm de lado. Coloca la pieza en la matriz, hasta que encuentra el tope con el tacto, y aprieta los dos botones al costado de la máquina para que baje la otra matriz para darle la forma a la chapa. La matriz vuelve a subir y queda inmóvil arriba hasta que se accionen de nuevo los dos botones. Pero el operario no pierde tiempo. La prensa es una máquina más lenta que los movimientos del operario, y éste no espera que la matriz termine de subir. Inmediatamente después del golpe, y antes que la matriz llegue a su punto superior, introduce la mano y saca rápidamente la chapa, ya moldeada, y con la misma rapidez, introduce otra para seguir el ciclo. Necesita ganarle a la máquina para poder cumplir con la cantidad de piezas pedida por el supervisor, y quizás pueda tomarse unos minutos para ir al baño, o tal vez, hacerse un café. Quizás.

Llegado a este punto, confieso que la figura típico-ideal que he construido en años de trabajo metalúrgico, no siempre se repite en el trabajador que específicamente estamos tratando de conocer, interpretar y, finalmente, intentar comprender. “Comprender”, nos dice Bourdieu (1999), “intentar situarse mentalmente en el lugar que el encuestado ocupa en el espacio social…”. “(…) ponerse del lado de las cosas” –citando a Francis Ponge–, no es efectuar la “proyección de sí mismo en el otro”. Es darse una “comprensión genérica y genética de lo que él es”. Y mientras tanto, sigo interrogando

¿Cuántas piezas hace por hora? Le pregunto. Tantas, me dice, y yo calculo que casi no tiene tiempo de ir al baño. ¿Cómo hace? “Como está tratando de ganarle a la máquina, el trabajador trata de reducir el ciclo, pero no gana mucho tiempo, y lo que pone en peligro son sus manos. Porque si la máquina no cierra el ciclo y vuelve a bajar sin detenerse porque la leva que sostiene el dispositivo ha fallado, vaya a saber si se salva la mano o las manos del compañero” me decía mi viejo amigo metalúrgico, quien no necesita de calculadoras y además, irónicamente dice tener “piedras en la cabeza”.

Pero sigamos el recorrido que nos propone el ingeniero, siempre en el sector de Estampado donde, según dice, trabajan 35 operarios. Luego de pasar por un sector de grandes prensas donde algunos obreros trabajan sentados, a un cierto ritmo de movimientos, llegamos al final del sector. Y aquí, una máquina CNC (Control Numérico Computarizado). Esta máquina debe tener unos diez metros de largo por dos de ancho, o más. Nuestro guía dice que se trata de una máquina de multiprensado, que realiza varias operaciones sucesivas, atendida por un operario. Es una máquina Fagor, fabricada en el País Vasco, programada por el ingeniero, quien debe indicar a la máquina los parámetros (valores) de mecanizado.Volvamos a detenernos y observemos a todo el sector en conjunto. Siempre consultando al viejo obrero de la fábrica sobre las diferencias con los años 1980, me dice que ya no llenan el espacio de Estampado aquellos viejos balancines, pequeñas máquinas similares a las prensas, pero más rápidas (y menos seguras). El balancín ha sido (y quizás siga siendo en algunos talleres) la máquina emblemática de la industria metalúrgica. El obrero acciona la máquina con el pie, mientras utiliza las dos manos para poner la pieza con una y sacarla con la otra, y así cientos de veces por hora. Y así los días, los años trabajando en el balancín. En el año 1988/89, esos balancines fueron reemplazados por una máquina automática que terminó haciendo el trabajo de aquellos. Un balancín automático, que todavía funciona, una máquina destinada a reemplazar viejas máquinas manuales y también a los operarios que las accionaban. Pero todavía quedan dos balancines para conocer esas reliquias del trabajo metalúrgico.

“La maquinaria no es sólo un inofensivo dispositivo utilizado en la lógica de la valorización del capital. También es un arma poderosa”.La maquinaria no es sólo un inofensivo dispositivo utilizado en la lógica de la valorización del capital. También es un arma poderosa, que nos lleva a pensar junto con Marx (1986: p. 161) que no sólo produce una enorme plusvalía relativa, y que “no actúa solamente como competidor invencible e implacable, siempre al acecho para ‘quitar de en medio’ al obrero asalariado. Como potencia hostil al obrero, la maquinaria es proclamada y manejada de un modo tendencioso y ostentoso por el capital. Las máquinas se convierten en el arma poderosa para reprimir las sublevaciones obreras periódicas, las huelgas y demás movimientos desatados contra la autocracia del capital”

Ahora pensemos en la máquina a Control Numérico. Las máquinas CNC (MHCNC) funcionan en base a programas que el sistema puede interpretar, específicos para cada marca. ¿Quién realiza el programa? Lo realiza el ingeniero en la oficina técnica, o un/una programador/a contratado/a por la empresa. ¿Y quién opera la máquina? El operario, que a lo sumo trata de corregir algunos problemas específicos que surgen en el proceso productivo.

La división del trabajo intelectual y el manual

Aquí encontramos una de las figuras básicas del taylorismo: la división tajante entre trabajo manual y el trabajo intelectual. El taller y la oficina técnica. El operario y el técnico o ingeniero. El taylorismo que se instituyó en los EEUU a fines del siglo XIX, dio el gran impulso a la nueva revolución en las relaciones de producción capitalistas al lograr, entre otras cosas, separar el saber y el hacer del obrero, apropiándose de lo primero para utilizarlo desde la oficina técnica por expertos dedicados a garantizar tal apropiación, utilizándola para la optimización de los procesos productivos y, por lo tanto, para un nuevo salto en la valorización del capital. Coriat (2001: p. 35) recuerda que Taylor fue derribando una tras otra las barreras que separaban a los capitalistas de los saberes obreros a quienes acusaban de “una holganza obrera sistemática” –Taylor la llamó también “lentitud sistemática”–. La oficina de métodos y tiempos fue así una de las instituciones del taylorismo, y por lo tanto del fordismo, que profundizó la apropiación del saber obrero. Pero esa lucha por el saber obrero nunca fue saldada por el capitalismo, y por más experimentos que se han realizado con las formas de organización del trabajo, nunca se llegó al núcleo del conocimiento de los trabajadores. En esta máquina termina el sector. Las chapas, cortadas y prensadas, deben pasar por un sistema de desengrase, ya que toda la chapa viene aceitada para su mejor corte y moldeado. Estos procedimientos se realizan con elementos altamente tóxicos para el organismo humano. Porque además de soda cáustica, se deben utilizar ácidos para el decapado, y ácido fosfórico para el fosfatizado, el paso previo a la pintura.

Entonces, llegamos a las cabinas de pintura, donde se realiza un procedimiento que ha ido reemplazando a los sopletistas de pintura de los años 80. Se trata de un sistema de pintura electroestático, una técnica de pintura desconocida en la fábrica aquellos años, pero que ya era utilizada en las automotrices como Ford Motor Argentina.

Luego las chapas pasan a las cabinas de enlozado, donde adquieren el color definitivo, y luego del secado en horno, están listas para las líneas de armado. Este sector tiene alrededor de 28 trabajadores. Pero el calor de los hornos es intenso, y en el exterior de éstos, la temperatura es alta, constituyendo uno de los más duros lugares de trabajo, junto con el forjado.

Ahora pasamos al sector de tornería y forjado, donde hay unos 25 a 27 operarios.
Allí se trabaja con bronce y aluminio a distintas temperaturas, para lograr que las piezas queden al rojo vivo, sin llegar a ser fundidas, para luego ser prensadas y procesadas. Según el ingeniero, la temperatura de los hornos no baja de 400ºC. En el sector de tornería, hay tornos automáticos que realizan varias operaciones en base a un sencillo programa provisto por la oficina técnica. Los operarios solamente corrigen algún problema en las medidas y controlan las piezas. Dos inyectoras de aluminio completan el cuadro, atendidas por un solo trabajador. Las dos máquinas, con una antigüedad no mayor de dos años, realizan el trabajo en forma semiautomática una, y automática la otra.

Varias máquinas automáticas se encargan del resto de las piezas pequeñas, como los caños de aluminio, las electroválvulas y los robinetes, así como la prueba de todos los componentes. Aquí, un operario realiza el agujereado de las válvulas, también de los robinetes, con dos o tres gestos básicos y repetitivos: tomar la pequeña pieza con una mano, colocarla en un dispositivo, con la otra mano agujerear la pieza, y sacarla colocándola en un cajón, mientras con la otra ya tiene la siguiente pieza y repite el primer paso.

Ahora estamos listos para entrar a las líneas de armado. Pero antes, no debemos olvidar un sector muy importante para la fábrica: el taller de Matricería. En esta sección, de alrededor de 17/18 personas, trabajan obreros altamente calificados. “El herramental (matrices sobre todo) es diseñado afuera y fabricado acá” indica nuestro guía. En este lugar me detengo, interesado por cuestiones de mi última experiencia personal en fábrica.

Los artesanos del nuevo tiempo fabril

Los oficiales: en el escalafón metalúrgico ocupan los escalones más altos. La gran mayoría son oficiales y oficiales múltiples, encargados de la confección y reparación de las matrices que se usarán sobre todo en el sector de Estampado. Son los artesanos del nuevo tiempo de Escorial. Por un lado, los veteranos matriceros con muchos años de trabajo sobre las complejas matrices, utilizando herramientas especiales –algunas diseñadas y realizadas por ellos mismos– y maquinaria convencional: tornos, fresadoras, electroerosionadoras, una gama importante de máquinas, de las cuales sólo el saber obrero, sedimentado en años de experiencia, es capaz de extraer el máximo de rendimiento.

Por otro lado, están los jóvenes técnicos mecánicos. Son los nuevos artesanos del último escalafón de los metalúrgicos: los oficiales superiores y los oficiales múltiples superiores, las dos máximas categorías metalúrgicas incorporadas a fines de 2013. Egresados de alguna escuela técnica de la Capital Federal con la que Escorial tiene un convenio, estos técnicos manejan las nuevas MHCNC. Interpretan los planos, preparan los programas y las máquinas.Además, tienen conocimientos de AutoCad y Cad-Cam, programas de diseño por computadora que permiten generar los códigos que interpretará el software de las máquinas, para el desplazamiento y accionar de las distintas herramientas. Se los ve en una actitud relajada, seguros de que sus conocimientos son tomados en cuenta para el otorgamiento de las nuevas categorías, que para diciembre de 2013 (un mes más después de nuestra visita), recién estaban en proceso de discusión por fábrica. Estas nuevas categorías, agregadas al viejo escalafón del convenio de 1975 de la UOM, vienen a reconocer las nuevas tareas llevadas adelante por los trabajadores en las máquinas CNC, con un retraso de más de 20 años, porque estas máquinas irrumpieron en los noventa con la renovación tecnológica de aquellos años.“Las nuevas tecnologías introducidas en la industria han ido transformado la estructura social de las fábricas, donde los obreros involucrados en esas tareas fueron mejorando su poder de negociación con la empresa”.Y mientras que trato de demostrar mis saberes sobre el tema con los jóvenes del sector – paradójicamente dos o tres generaciones posteriores a la mía–, Coriat recuerda que: “La máquina herramienta de control numérico es ante todo una herramienta individual cuyo valor estriba sobre todo en que permite realizar operaciones complejas, relativamente largas, poniendo en juego diferentes tipos de herramientas pertenecientes a la misma máquina, y eso a partir de un mismo programa. Para decirlo de otra manera, tanto la línea de traslado es un instrumento de la producción de gran volumen repetitiva, como la MHCN es una herramienta adaptada a los pequeños volúmenes de piezas complejas, que deben obedecer a especificaciones, normas y tolerancias finas y extremadamente precisas.” (Coriat, 1996: pp. 44,45)

Las nuevas tecnologías introducidas en la industria han ido transformado la estructura social de las fábricas, donde los obreros involucrados en esas tareas fueron mejorando su poder de negociación con la empresa. Womack (2007) parafraseando a Dunlop (1944) habló de “posiciones estratégicas” de sectores de la clase obrera con gran poder de negociación “ya sea por poseer una habilidad poco común, por su ubicación en el flujo de las operaciones…”, mientras hay otros que ocupan “posiciones extremadamente ventajosas por la simple virtud de la tecnología” (Womack, 2007: p. 67)

Tecnologías que requieren un alto nivel de abstracción, y para ello se necesitan trabajadores que sepan interpretar los planos de fabricación que están llenos de signos. Símbolos que son usados por convención y que son construcciones de la realidad, como bien lo estudió Peirce (1986): “Un Signo que está constituido como signo mera o fundamentalmente por el hecho de que es usado y entendido como tal, sea el hábito natural o nacido por convención”.

Lectura e interpretación simbólica que representan diferentes niveles de abstracción que parecen propios de esta nueva generación de obreros, pero que de ninguna manera han dejado de usarse en las generaciones anteriores. Lectura simbólica que a su vez lleva a representaciones mentales tridimensionales, todo en el marco de profundos conocimientos de los diferentes aceros a transformar.

Queda planteado aquí el tema del grado de autonomía de estos trabajadores, y hasta qué punto los hilos del poder pueden llegar a sujetarlos a la alienación del sistema. No se trata seguramente de la desafección total de la alienación, pero es probable que ésta no llegue al mismo nivel que los trabajadores de la línea de producción.En línea

Es duro el trabajo en la línea. Personalmente no lo he soportado más de algunos días. La línea cansa, agobia y marca el ritmo. El operario del puesto anterior te ayuda cuando puede para que no se te vayan las unidades, pero no todos están dispuestos. No es fácil adaptarse y, después, ayudar a tu compañero al que le pasa lo mismo. Marx (1986: p. 349) decía citando a Engels: “Esa triste rutina de una tortura inacabable de trabajo, en la que se repite continuamente el mismo proceso mecánico, es como el tormento de Sísifo; la carga del trabajo rueda constantemente sobre el obrero agotado, como la roca de la fábula. El trabajo mecánico afecta enormemente el sistema nervioso, ahoga el juego variado de músculos y confisca toda la libre actividad física y espiritual del obrero”“Los obreros resisten a cada instante ese ritmo mortecino de la cadena. Juegan, bromean, hablan de fútbol, mujeres y a veces también, de política (…) Y en el juego, el obrero lucha contra la rutina y, por ende, contra la alienación”.La rutina. La rutina y la alienación en el trabajo de la línea. Y los obreros que resisten a cada instante ese ritmo mortecino de la cadena. Juegan, bromean, hablan de fútbol, mujeres y a veces también, hablan de política. Juegan también con bromas a veces salvajes. Más salvajes cuanto más brutal es la cadencia de la línea. Y en el juego, el obrero lucha contra la rutina y, por ende, contra la alienación. ¿Lo logra? ¿Todos lo logran? La heterogeneidad de ideas, ideales, valores y representaciones de la clase obrera parece llamarnos a la realidad.

Marx (2006) había considerado el acto de alienación desde dos perspectivas: “1. La relación del trabajador con el producto del trabajo como un objeto ajeno y que lo domina” y “2. La relación del trabajo con el acto de producción dentro del trabajo. Esta relación es la que existe entre el trabajador y su propia actividad como algo ajeno, que no le pertenece; la actividad como padecimiento, la fuerza como impotencia, la propia energía física y espiritual del trabajador, su vida personal como una actividad vuelta en su contra, independiente de él, que no le pertenece” (Marx, : pp.110-111)

Pero también Marx nos ha recordado que dentro de las relaciones de producción capitalistas se presenta el conflicto entre Capital y Trabajo en forma latente, y la intensidad del conflicto nos propone distintos niveles de superación –temporal– de la alienación. Conflicto que en nuestro recorrido en noviembre nos parecía alejado, pero que en diciembre, y más tarde en marzo, se desarrolló tal vez no tan sorpresivamente para los actores involucrados.

En tanto, aprovechemos para observar y terminar el recorrido por la planta Escorial. Recorrer las líneas de producción donde confluyen las líneas específicas y los trabajos de conjuntos subarmados, como los afluentes en el río, al decir de Coriat (2001)

“La línea tiene 12 puestos, ‘consume’ de 15 a 17 operarios. Hay puestos fijos y puestos para abastecer y para reponer” dice el ingeniero. Y mientras nos sigue contando como se realiza el proceso en las líneas, los trabajadores van armando las cocinas. Arman los hornos, los laterales, barrales, y todas las chapas que se fabricaron en Estampado.

Y mientras colocan, aprietan, atornillan, controlan posibles pérdidas de gas, ponen los frentes, las perillas, quemadores, planchas, bisagras, caños, robinetes, vuelven a controlar pérdidas de gas, las etiquetas y la terminación, salgamos un poco de la línea y observemos más de lejos. Ahí, un obrero que tiene ropa distinta que los de Escorial. “¿Hay operarios de agencia?” Alguien pregunta. “Sí, alrededor del 25% del personal. Son temporarios, personal flotante. El personal estable son unos 100 operarios” dice nuestro interlocutor. Estos trabajadores “flotantes” realizan los mismos trabajos que los operarios estables en las líneas de producción, aunque no así en los sectores más calificados. Miremos más de cerca. Es probable que tal “flotación” tenga que ver con la estacionalidad de los pedidos, como decía nuestro guía.

La fábrica se maneja, según él, con el sistema de Kan-Ban, tratando de no acumular mucho stock. El Cero Stock es quizás un objetivo de máxima de los industriales, pero la práctica ha demostrado las dificultades de este sistema si se lo piensa como típico ideal. Lo ha sugerido Lipetz, por ejemplo, al estudiar los procesos de algunas fábricas automotrices (Lipietz, 1995: p. 44). Volveremos sobre el tema después de hacer como si fuéramos los “tomatiempos”

Para eso, hay que tomar el cronómetro, o en su defecto un reloj con segundero, y tomar el tiempo en que sale cada cocina. Supongamos un punto de referencia fijo, en mi caso, en el final de la línea, un arco por donde pasan las cocinas después de la termocontracción del plástico que las cubre, controlemos varias si vienen a una velocidad constante, y tomemos un punto de la cocina, que es lo que se mueve. Aquí está el tiempo de producción: ¡45 segundos por cada cocina! Y aquí ya podemos considerar la producción, productividad, tiempo de trabajo, etc.

“¿Qué producción hay de cocinas?” Alguien interroga: “En el año 2003, cuando entramos varios técnicos e ingenieros, se hacían 360 cocinas por día. Hoy se fabrican 1200 por día, con el plan de poner una tercera línea y llegar a 1600 el año que viene” dice el ingeniero, al parecer con cierto orgullo.

“¿Y cuántos trabajadores hay en la fábrica?” Pregunta otro/a compañero/a

“En el 2003 eran 130 trabajadores, y hoy son 140, incluidos un 25% de personal flotante, o sea que en el año 2003 se fabricaban 360 cocinas con 130 operarios. Esta fábrica tuvo una época en que estuvo semicerrada, y una época en que perdía plata. Había problemas con los techos, con los pisos… En el 2003 se cambió el modelo de cocina, y el mercado ayudó también, y se decidió reinvertir en la fábrica y a automatizar. Entonces, se pasó de 5000 cocinas a 10000, a 15000 y hoy día estamos fabricando 23000” concluye el ingeniero.

Ahora bien, en otra entrevista a algunos trabajadores de la fábrica, éstos aseguraban que aunque la cantidad de unidades se ha ido superando, hoy (mayo de 2014) están saliendo 612 cocinas de una línea de producción, mientras en estos días se está poniendo en marcha la segunda, mientras se incorporan más trabajadores. En este caso, trabajando las dos líneas a pleno, se llegarían a las 1200 que asegura el ingeniero.

Sin embargo, tengamos en cuenta que es posible que las cifras que nos brindó en nuestro recorrido de noviembre correspondan más bien a las expectativas de la empresa para los próximos meses, y que junto con Weber (1997) podemos acordar que para los capitalistas, la motivación del trabajo “facilitaba buenas razones… para consagrarse, sin descanso y conscientemente a su tarea; para emprender la racionalización implacable de sus negocios, indisolublemente ligada a la búsqueda del máximo beneficio; o para la búsqueda de ganancias” (Weber, 1997). En tanto, Luc Boltanski y Chiapello (2010) sugieren que: “…los cuadros, en particular los cuadros jóvenes, necesitan también, como los empresarios weberianos, encontrar motivos personales para el compromiso. Para que el compromiso valga la pena, el capitalismo debe presentarse ante ellos en actividades que… pueden ser calificadas de ʻexcitantesʼ, es decir, portadoras de posibilidades de autorrealización y de espacios de libertad de acción” (Boltanski y Chiapello, 2010: p. 56)

Toyotismo criollo

¿Qué es el Kan-Ban? Un sistema que tiene menos relación con la tecnología que con la Organización del Trabajo, como plantea Coriat (1996): “El Kan-Ban no exige en absoluto como condición necesaria el uso de nuevas tecnologías de procesamiento de la información. Por el contrario, consiste en un tipo de innovaciones referentes propiamente al terreno de la organización del trabajo y de la producción…. Todo el sistema de circulación de las informaciones se realiza mediante “cajas” en las cuales se colocan “carteles” (cartel es la traducción de la palabra japonesa Kan-Ban, de allí el nombre genérico dado al método), donde se inscriben los “pedidos” que se dirigen entre sí los diferentes puestos de fabricación” (Coriat, p. 84)

Según el ingeniero, el sistema de pedidos y stocks funciona con ese sistema: “Este sector (Estampado) funciona con un Kan-Ban, éste otro sector (Pintura) trabaja con otro Kan-Ban… las piezas que están en Estampado pasan en el día a este otro lado, y como no alcanza a abastecer por completo el pedido, hay un sobreturno de cuatro horas en el sector…. Como los modelos varían de acuerdo al pedido de producción, los supervisores calculan la distribución del día, y en base a eso, se hacen los pedidos del Kan-Ban”.

“¿Trabajan con Justo a Tiempo (JIT)?” Pregunto: “No. Trabajamos con sistema de Kan-Ban. El JIT se pondrá en funcionamiento cuando el KB funcione al 100%. Ahora el KB está en un 70%. Uno tira y el otro empuja. Estampado pide tantas piezas, Corte de Chapa entrega tantas piezas. Hasta ahora hay un día de stock. Tenemos 4000 cocinas, stock para uno o dos días”.

La idea del “Justo a Tiempo” (JIT), es, como lo dice el ingeniero de Escorial, un objetivo mucho más complicado, que según relata Coriat (1993), llevó un considerable tiempo efectuarlo en Toyota desde aquel viaje de Kiichiro Toyoda a EEUU en 1930, en que conoció el sistema de los supermercados norteamericanos y lo trató de implementar en su fábrica. En primer lugar tuvo que doblegar la resistencia de los trabajadores, lo cual le llevó más de 20 años, y en segundo lugar “la formidable logística que era necesaria para la realización de semejante idea aún no estaba lista” (Coriat, 1993, p. 44)

Tenemos entonces algunas cuestiones fundamentales para el pleno funcionamiento de lo que llaman el “flujo continuo” de las unidades de fabricación, ya que el Kan-Ban llevado a su grado de perfección, tiene implícitos el sistema de los “cinco ceros”, de los cuales Coriat (1996, p. 87) destaca el “cero error” y el “cero avería”, lo cual implica también el total involucramiento de los trabajadores en el control de la calidad de los productos.Sobre algunas jerarquías en la fábrica y en la clase

Con estos elementos, y atendiendo a la particular configuración de nuestro “fordismo periférico” que combina elementos atrasados con algunos nuevos realizados en los países centrales, podemos coincidir con Katz, quien después de rescatar los trabajos pioneros de Harry Braverman (1987), sugiere que “existen tres aspectos de las transformaciones laborales de las últimas décadas que la teoría del control patronal (Braverman) no permite comprender adecuadamente: la diversificación, la intelectualización y la dualización del trabajo” (Katz, 2000: p. 6). Este sistema de trabajo que combina por un lado trabajadores cada vez más rutinizados con los nuevos obreros que aplican el trabajo intelectual a las máquinas, ha sido estudiado últimamente por algunos autores (Bowles, Gintis y Gordon, Reich) citados por Katz, quien sugiere: “La dualización del proceso de trabajo es la forma capitalista actual de combinar el trabajo informacional con el degradado. Esta polarización entre actividades intelectualizadas y brutalizadas no es nuevo, pero se ha reforzado notablemente en las últimas dos décadas” (Katz, 2000: p. 7).

 “La estructura de jerarquías de la fábrica reproduce a grandes rasgos la famosa pirámide jerárquica del taylorismo/fordismo, jerarquías que también se revelan al interior de la clase obrera en función de su diversidad categorial”Ahora, si consideramos el esquema de la estructura jerárquica en el taller, Neffa nos dice que “La organización científica del trabajo no es una técnica neutra, ya que cumple una importante función en el proceso de acumulación… que desde comienzos de siglo (XX) adopta la estructura siguiente: cuadros directivos y ejecutivos, supervisores y capataces, técnicos, empleados, y obreros, distinguiéndose dentro de estos últimos varias categorías en función de su calificación profesional…” (Neffa, 1987: p. 53). Y agrega nuestro ingeniero: “Hay un jefe de fábrica, tres ingenieros, dos gerentes de ventas, uno de compras, empleados administrativos, que son unos veinte, y un supervisor por sector, teniendo en cuenta que en Estampado es un turno y medio y hay dos supervisores”. Es así que la estructura de jerarquías de la fábrica reproduce, a grandes rasgos, la famosa pirámide jerárquica del taylorismo/fordismo, como nos han indicado los autores clásicos del tema jerarquías que también se revelan al interior de la clase obrera en función de su diversidad categorial.Saberes obreros

Volvamos a nuestro amigo que trabajó en la fábrica en otros tiempos. Él recuerda muy bien a aquel viejo ingeniero que se arremangaba para arreglar las máquinas que se malograban o que se habían salido del punto de preparación, por lo que las piezas salían falladas. “Aquel ingeniero sabía más por la práctica que tenía en las máquinas que lo que había estudiado en la facultad de Ingeniería”, y como él dice, se ponía al mismo nivel que los preparadores de las prensas, sin importarle mucho la pirámide jerárquica.“Saberes de la experiencia que los trabajadores aprenden en la tarea cotidiana, y superan largamente lo que dicen los manuales de las máquinas, manuales que casi siempre vienen en inglés, en alemán o en francés, pero igualmente vedados a los trabajadores”Saberes prácticos. Saberes de la experiencia que los trabajadores aprenden en la tarea cotidiana y superan largamente lo que dicen los manuales de las máquinas, manuales que casi siempre vienen en inglés, en alemán o en francés, pero igualmente vedados a los trabajadores. Manuales que son propiedad de la oficina técnica. Pero… ¡Cuántos habremos fotocopiado clandestinamente esos manuales!

Preguntémonos entonces, si el proceso de aprendizaje no es más contradictorio de lo que parece, y si los saberes escolarizados están muchas veces a una gran distancia de los aprendidos en la experiencia práctica. Recordemos el trabajo de Rojas (1994: p. 68) que señala: “Un trabajador escolarizado que ingresa a una planta carece de referencias que le permitan ubicarse en instalaciones fabriles de complejidad. No es que deba tener, se dice, un conocimiento previo y detallado de plantas industriales específicas sino ‘haber entrado a una fábrica y conocerla, por lo menos, saber cómo funciona’. El aprendizaje de la realidad productiva es una subcultura cuyos códigos normativos se aprenden en la experiencia de la planta, en la interacción con actores y contextos reales”.

Hemos observado la fábrica Escorial por dentro y hemos señalado que es posible que no responda específicamente al patrón del paradigma taylorista/fordista, justamente por tener en cierta manera el carácter dual que sugiere Katz. Sin embargo, podríamos decir también que intervienen muchos de los parámetros básicos del fordismo, ya que es casi completa la división entre concepción y ejecución de los productos, tomando como ejemplo las líneas de producción en las que los operarios realizan la tarea rutinaria de la cadena. “El trabajo es estandarizado, y en la línea la gente se cansa, no hay rotación de la gente entre los sectores, sí puede haber dentro de cada sector. En Loza es insoportable, pero la gente se acostumbró. En Decapado, lo mismo”, decía nuestro guía, reconociendo en cierto modo las deficiencias en las condiciones de trabajo.

Es justamente en la cadena donde mejor podemos apreciar el abismo entre la Oficina Técnica y el Taller. Citando a Tanguy, Rojas apunta sobre “‘la subestimación del saber obrero… el obrero puede a menudo aportar un mejor diagnóstico que los captores, al estar atento a los ruidos, a los colores de la chispa o al tamaño de la viruta”. Según la categórica opinión de un especialista en gestión citado por esta investigadora, en la tradición francesa: “los servicios centrales de concepción (los ciegos), ausentes de los talleres, no pueden conocer todos los imprevistos que allí sobrevienen y no pueden, por consiguiente, tomarlos en cuenta. La gente de los talleres (los mudos), que conocen las incertidumbres, no tienen la posibilidad de hacerse escuchar y menos aún de intervenir sobre la concepción del proceso” (Rojas, 1994: p. 61).

Las sirenas, los sindicatos y una pregunta

El ruido estridente de la sirena marca la hora del almuerzo de la primera tanda de trabajadores, que pasan al lado nuestro presurosa y sugestivamente joviales. Se llena de voces el Comedor, que todavía no ha sido puesto en sintonía con la modernización de la planta. Mientras tanto, los obreros hablan alborotadamente, con alguna broma en el medio. En media hora, la sirena vuelve a sonar, indicando el cambio de turno “para que no se pare la producción”, dice nuestro guía. Y los obreros que vuelven, lo hacen sin mucho apuro, como aprovechando cada segundo fuera de la línea –la “lentitud sistemática” de Taylor– mientras los que entran al Comedor, alborotan de nuevo el ambiente.La disciplina y sus laberintos. Disciplina y orden. Orden y disciplina. La sirena que ordena la ida al Comedor, y que de nuevo ordena la vuelta al trabajo. La línea que marcha a 45 segundos por unidad, y que marca el paso de los trabajadores. El poder circula estridente y silenciosamente, pero circula al fin, tratando de cerrar las grietas de los “tiempos muertos” como se dice en la jerga empresarial. Como decía Marx (1986), son los poros abiertos, las hendiduras del proceso de trabajo, que el capital en su constante presión hacia la valorización, intenta cerrar. Luchas silenciosas, movimientos temblorosos que disputan cada segundo del proceso productivo, que a veces se visualizan abiertamente, como hace unos días, cuando despidieron a dos trabajadores, y el sindicato tuvo que intervenir.“El poder circula estridente y silenciosamente, pero circula al fin, tratando de cerrar las grietas de los “tiempos muertos” como se dice en la jerga empresarial”Las relaciones de la empresa con el gremio metalúrgico (Seccional San Martín) parecían cordiales en noviembre, tal como lo manifestaba nuestro ingeniero: “Trabajamos con el sindicato, y hay seis delegados en la planta, aunque Tornería y Matricería no tienen delegados”. Sin embargo, no ha faltado el conflicto en la fábrica, sobre todo por los tiempos de producción que asigna la Oficina de Métodos y Tiempos: “El año pasado se llamó al INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) por el tema de los tiempos. Vinieron inspectores de la UOM, y se llegó a un acuerdo…. También en Estampado, los tiempos/base antes generaban conflicto”. Preguntado por los salarios, responde que “pagamos lo que dice el convenio de la UOM según las categorías, incluso se paga un premio que se arregla acá que debe andar por el 12/15% sobre lo que dice la UOM”.

Aquí nos preguntamos si los sindicatos, en este caso la UOM, no deben participar de la discusión de la organización del trabajo proponiendo sus propios proyectos, en colaboración con los obreros, para mejorar las condiciones de trabajo. Sin embargo, los sindicatos están llamativamente ausentes de estos procesos que solamente quedan en manos de las empresas, y no es que falten ejemplos de esta actividad. Algunos autores europeos (Offe, 1990, Coriat, 1996) refieren sobre la intervención de los sindicatos alemanes y los noreuropeos en las negociaciones por condiciones de trabajo.

— II —
Sobre la relación entre disciplina y conflicto

Permítaseme regresar a los años 80, presentarlos, y luego volver al presente. Vistos y sentidos desde la parcialidad de mi visión, valores e interpretación, quizás de forma más acentuada que en el resto de este trabajo. Volver atrás en el tiempo, a aquellos años post-dictadura, unos pocos “años de deliciosa anarquía” parafraseando el título de uno de los trabajos del sociólogo palestino Salim Tamari. Escritos que me han llamado fuertemente la atención.

Permítaseme, por último, un final panfletario.

1984. Militancias y transiciones

Reubicándonos en 1984, volvían los días de movimiento fabril en la zona industrial de San Martín. A las seis de la mañana se respiraba otro ambiente en los callejones. Parecía que regresaban los luminosos años 70. Las fábricas textiles volvían a echar humo y ruido. Como ese ruido monótono de los telares en Villa Linch, y por todos lados los talleres metalúrgicos que hacían sentir el golpeteo de los balancines y prensas. Y la clase obrera volvía a irrumpir tumultuosamente desde los barrios periféricos. Alguna mirada, una palabra y algún coqueteo en las calles cerca de las fábricas textiles con las chicas que entraban apresuradamente. Y las panaderías y bares que desbordaban a las cinco y pico de la mañana. Más de uno de aquellos obreros curtidos apuraba la ginebra de la madrugada.

Escorial no daba abasto con las cocinas y procuraba apurar la producción, pero no había renovado mucho las máquinas y equipos en los años anteriores. Tampoco los salarios.Este es un día de cobro y además hace calor. Un delegado (mi viejo amigo y camarada) se pasea por el sector en forma displicente, incluso desafiante. La camisa azul abierta, anudada a la altura de la cintura y los pantalones, también azules, arremangados. Camina despacio, como disfrutando el momento, y los compañeros observan. En una actitud teatral mete las manos en los bolsillos, los da vuelta, y sigue caminando, con los bolsillos para afuera, esta vez bajo una mirada más cómplice de los obreros, y quizás de algún capataz. Bolsillos vacíos, el signo. El signo de los salarios bajos, y los compañeros que siguen trabajando, pero algunos piensan: otra quincena más, cobrando lo mismo. Algunos, no todos. El apoyo al delegado nunca fue unánime, y esto le costó su despido a fines de la década.El signo de los salarios bajos y los compañeros siguen trabajando, pero ahora piensan: otra quincena más, cobrando lo mismo”.El delegado se aleja, entre las máquinas, y muchos se miran, como interrogándose. Todos saben que no es fácil hacerle un movimiento al dueño. Fernández también se pasea por los sectores, y su gesto también es altivo, y algunos viejos obreros, en silencio, siguen trabajando. Otro signo, el signo del respeto y sumisión al patrón. Más de uno que apura el ritmo, y los hilos sociales del poder (Villarreal, 1985) se anudan y se desanudan al ritmo del movimiento continuo de las relaciones de clase.El delegado vuelve a su máquina, se ríe de su ocurrencia, y muchos compañeros también. Alguien prepara el café. “Para mí con leche” grita otro, y los jarritos de aluminio circulan, invisibles a los capataces, por una y sección. Algún mate circula también, pero con más cuidado. Movimientos invisibles, y de los otros también.“Militancia sindical, pero también política. Y después del Congreso de Delegados, al local del partido, a comentar sobre todo las hazañas del enfrentamiento a Barrientos. Y a la noche, a tocar la guitarra, y tratar de seducir a aquella vecina de Villa Bonich”.Obreros que trabajan normalmente, pero pasan la voz, que sigue circulando al compás de la máquina. Movimientos de obreros. Movimientos abiertos o solapados. También movimientos indecisos, como tanteando el terreno. Y también está aquél que no quiere saber nada con los paros, que dice que la fábrica le mató el hambre. Movimientos por obreros despedidos, movimientos por la seguridad de las máquinas. Una dura, muy dura lucha. Tensión también entre los propios obreros. Algunos que no soportan a ese delegado, opositor a la dirección de la UOM San Martín. Movimiento. El orden de la fábrica que se desordena, y el obrero que levanta la cabeza y vuelve a mirar al patrón a los ojos. El signo del desafío. El conflicto entre Capital y Trabajo se despliega lentamente.

1984. Ese año, la militancia sindical en las fábricas parecía volver al esplendor de los años 70. Así lo creía aquel viejo delegado que, junto con varias decenas, había formado la lista 7 de Setiembre desafiando al antiguo dirigente de UOM San Martín, Mario Barrientos, a quien también desafiaba en los Congresos de Delegados. Había que plantarse y levantar la voz ante un aparato coercitivo como el de la UOM San Martín. Militancia sindical, pero también política. Y después del Congreso de Delegados, al local del partido a comentar, sobre todo, las hazañas del enfrentamiento a Barrientos. Y a la noche, a tocar la guitarra, y tratar de seducir a aquella vecina de Villa Bonich.

Ahí quedaron los años 80, con ese ligero tufillo a los recordados 70. Sin embargo, Guillermo O`Donnell (2010) nos recordó que se trataba de una etapa de transición de un gobierno autoritario hacia un régimen democrático pero que, justamente por ser de transición, sería una etapa inestable y no siempre previsible. Y también se fue aquel delegado, “un buen delegado” dicen todavía algunos que quedaron de aquellos años, pero él quedó en la calle como tantos. Por una llamativa complicidad entre sindicato y empresa, dicen estos trabajadore.

2013. Relatos obreros

No tengo registros de nuevos acontecimientos en la fábrica durante los duros años 90. La empresa siguió produciendo cocinas, con aumentos y bajas de personal, pero siempre se había mantenido con una base de 100 operarios más o menos estables, y el resto contratados por agencia.

Hace poco, participé de un evento de la mayoría de los trabajadores de la fábrica, donde aproveché a realizar algunas entrevistas, sin grabador y sin cámara, sólo tratando de seguir los relatos de algunos obreros en un anotador. Los entrevistados desistieron de la grabación, tratando además de mantener el anonimato. Pero el ambiente era festivo. Jugaban a la pelota en una canchita cerca de la fábrica, mientras alguno preparaba la parrilla para la choriceada luego del fútbol. Choriceada, no asado: consecuencias de sueldos no muy altos. Algún supervisor también participaba, y me invitaba cerveza. Y los jóvenes, la mayoría, jugaban o esperaban para entrar en juego, o alentaban a éste o aquél, mientras otros no se salvaban de las ocurrencias de los más pícaros.

En el ínterin, algunos perciben que este buen señor mayor no viene a arreglar un partido de fútbol con ellos, y mucho menos a jugar a la pelota, sino que enterado por algún contacto que le quedó de nuestro recorrido por la fábrica, vino a conversar con quien quisiera sobre los últimos acontecimientos, y otros anteriores que no conocía.
Lo que sigue, es producto de ésta y otras entrevistas que realicé.

De disciplinas, granaderos, cajitas de navidad y otros asuntos.

Es probable, como dije antes, que los duros años 90 en que gran parte de la industria fue desmantelada, hayan quedado semienterrados en la memoria colectiva, y que por esa razón muchos trabajadores no refieran a esa época. Como en general les planteé que hablaran de las cuestiones que más les interesaban, algunos más antiguos recordaban que después de la caída del gobierno de De la Rúa (20 de diciembre de 2001), la empresa entró en una crisis tremenda al igual que muchas industrias pequeñas y medianas, considerando a Escorial como una fábrica mediana, de más de 50 trabajadores.

“Quedamos treinta trabajadores como máximo”, dice uno de los compañeros. “De 150 quedamos 30, y nos bajamos el sueldo también. Ponele que si ganábamos $1.30 la hora, nos bajamos el sueldo a $1.00, por no perder el puesto de trabajo”.“Cuando esto levante, yo los voy a reconocer” decía Fernández. “¿Y los reconoció?”, pregunto inocentemente. Dos trabajadores juntan los dedos hacia arriba como preguntando si creo en los Reyes Magos. “Eso sí, echó a todos los supervisores”. “¿Y de donde salieron los actuales supervisores?”, sigo preguntando: “La mayoría eran obreros… uno tenía un taller que trabajaba para Escorial, y le propusieron armar una sección, así que vino y la armó”, después de la crisis, claro está.“La dura disciplina impuesta por el dueño es objeto de casi todas las intervenciones. Por momentos, los recuerdos se superponen (…) “La ley de Fernández”, dice otro, y recuerda aquel día en que el patrón quiso demostrar quién era el que mandaba en la fábrica”.La mayoría de los compañeros se queja por la durísima disciplina impuesta por el dueño. “¿Te acordás?” –le dice uno al otro– “ antes tenías que fichar la tarjeta para ir al baño… lo habían cerrado con llave al baño”. El otro obrero asiente con la cabeza, callado.

“La ley de Fernández”, dice otro, y recuerda aquel día en que el patrón quiso demostrar quién era el que mandaba en la fábrica. “¿Ves al clarkista?” Dice el dueño… y lo llama al clarkista. “¡Venga!” –le dice– “acomódeme bien estas pilas de chapa que están mal apiladas”. “Pero si están bien”, contesta el hombre, riéndose. “Bueno, ¡acomódelas!, ¡sino usted se va a enterar a las tres de la tarde!”. “El clarkista siguió su trabajo riéndose, pensando que el patrón estaba bromeando y a las tres de la tarde se encuentra con que lo habían despedido” me dice el trabajador. Y cuando pregunto: “¿y los delegados?”, no me contesta, se encoje de hombros igual que otro compañero que escuchaba mi pregunta. El gesto dice más que las palabras.

La dura disciplina impuesta por el dueño es objeto de casi todas las intervenciones. Por momentos, los recuerdos se superponen, y mientras uno habla, hay otro compañero que agrega nuevos datos. Las reuniones de los delegados con Fernández tomaban estado público, y siempre fueron duras, desde que puso la fábrica en marcha. Cuentan que alguna vez, alguien escribió en las paredes de la fábrica: “Gallego…” lo que provocó la ira del dueño, quien mandó inmediatamente a tapar la pintada, no sin antes llamar a los delegados, ante quienes arrojó sobre la mesa sus documentos argentinos, demostrando su nacionalidad.

Y siguen recordando. Era una entrevista muy poco direccionada, aunque ahora la direcciono un poco preguntando por el episodio de la caja de navidad. “¡Ah! ¿te acordás?” –le dice un trabajador al compañero que se rotaba en la conversación (los compañeros iban y venían)– “¡Claro! ¡El año pasado! Habíamos conseguido que alguien le haga una carta al dueño, bien redactada, explicando los motivos para pedirle la caja de navidad, que hacía varios años que no la daba” Y cuando se reunieron los delegados con Fernández por ese motivo, dicen que los increpó severamente reprochándoles el pedido: “¿No les da vergüenza? ¿No se pueden comprar un pan dulce y una sidra?” “¡Son unos miserables muertos de hambre!” dicen que dijo. De todos modos, ese año los obreros tuvieron su cajita de Navidad.

Se trata del ritual de Navidad, tan arraigado en la cultura obrera y popular argentina. Los obreros llevando la cajita de Navidad al hogar, sin importar el nivel ni el estatus.

Y mientras los muchachos vuelven de jugar a la pelota y se van reuniendo alrededor de la parrilla, el clima se va animando y algunos quieren que todo esto llegue más allá del ámbito académico. En tanto, siguen agregando motivos de descontento, ya sea por los descuentos en los premios a la producción, a la asistencia, o los descuentos de las horas que los delegados sacan de permiso gremial, o los problemas para dar parte de enfermo, ya que la clínica que contrata la empresa (Cemiba) los manda enseguida a trabajar. Y cuentan el caso del obrero que se desmayó en la sección y lo llevaron a la clínica, donde comprobaron que tenía apendicitis, y lo operaron en el momento. A los pocos días lo mandaron a trabajar, dicen.

Y así siguen contando las anécdotas de Fernández y los problemas con la clínica, los premios, y las sanciones… Disciplina. El panóptico está a la vista, en la persona del dueño. Fernández no necesitaba los mecanismos de control y disciplinamiento que son clásicos en las grandes industrias. El dueño sigue la lógica de su discurso ante los trabajadores: “Esta es mi casa, ¡y acá mando yo!” dicen que dice.

Sigamos al señor Fernández en uno de sus recorridos, y sigamos su discurso: Aquí el sector de Tornería, donde no hay delegado. Una máquina descompuesta y un mecánico arreglándola. El operador de la máquina se encuentra parado al lado de la máquina en actitud de espera. Sabe que los minutos corren y la posibilidad de llegar a la cantidad de producción exigida para la consecución del premio completo, se aleja. Sin embargo ahí está al pie de la máquina. El señor Fernández pasa por el sector, ve al operario y se acerca: “¿Éste granadero qué hace? ¡Está parado!”, dice en voz alta. Entonces alguien le indica que están reparando la máquina y el obrero espera que terminen. “¡No quiero tener granaderos!” enfatiza, y se aleja caminando por el sector, mientras el supervisor trata de conseguir que el obrero realice alguna tarea en tanto se arregla la máquina. Y en la otra punta, dos obreros, también con poco trabajo, lo ven a Fernández, y uno dice; “¡hagamos algo, que no nos vea parados!”.

Dos discursos complementarios, pero densos en sí. En el discurso del patrón está la articulación de la metáfora, “el signo (el granadero parado) que debe ser reconocido (y) lo semántico (el discurso) debe ser comprendido” (Benveniste, 1995: p. 68), y en el discurso de los obreros, está la incertidumbre, el temor, y la posibilidad. En suma, un diálogo tácito entre el patrón y los obreros que ven en el dueño el signo de la disciplina.

La disciplina está ligada al poder, y el poder a la relación de fuerzas en el taller. Pensemos en Foucault, que respondía a quienes veían en él una posición unilateral sobre el tema: “… hay que decir también que esas relaciones de poder no pueden concebirse como una suerte de dominación brutal bajo la forma de ʻhaces eso o te matoʼ. Solo sucede así en las relaciones extremas de poder. En realidad, las relaciones de poder son relaciones de fuerza, enfrentamientos, por lo tanto, siempre reversibles. No hay relaciones de poder que triunfen por completo y cuya dominación sea imposible de eludir…. Me refiero a que las relaciones de poder suscitan necesariamente, exigen a cada instante, abren la posibilidad de una resistencia… lo que trato de poner de manifiesto es la lucha perpetua y multiforme, más que la dominación lúgubre y estable de un aparato uniformador” (Foucault, 2012: p. 77)

Conflicto

Y luego de describir el fuerte disciplinamiento, ¿cómo puedo insertar los últimos acontecimientos que desembocaron en el paro de tres días en defensa de compañeros despedidos y en repudio al aumento del ritmo de la cadena, de la manipulación de los premios, del maltrato, de…?Entonces, le pregunto a los trabajadores que estaban al lado mío en el evento, y que se rotaban, inquietos y eufóricos: “Bueno, ¿y cómo comenzó el paro en la línea?” Los muchachos siguen dando vueltas y eluden la pregunta, y siguen eludiendo una respuesta clara y concisa. Todos saben que no saben cómo y quién comenzó todo. Y tienen razón cuando alguien dice que fue una acumulación de hechos, sanciones, descuentos, sanciones, descuentos, y más sanciones. Porque nadie sabe cómo se precipitaron los acontecimientos, si todo estaba tranquilo cuando recorrimos la fábrica. En noviembre.“La línea es siempre el punto de máxima tensión de las fábricas, donde se concentra la contradicción fundamental entre capital y trabajo”.Entonces, le pregunto a los trabajadores que estaban al lado mío en el evento, y que se rotaban, inquietos y eufóricos: “Bueno, ¿y cómo comenzó el paro en la línea?” Los muchachos siguen dando vueltas y eluden la pregunta, y siguen eludiendo una respuesta clara y concisa. Todos saben que no saben cómo y quién comenzó todo. Y tienen razón cuando alguien dice que fue una acumulación de hechos, sanciones, descuentos, sanciones, descuentos, y más sanciones. Porque nadie sabe cómo se precipitaron los acontecimientos, si todo estaba tranquilo cuando recorrimos la fábrica. En noviembre.

A mediados de marzo estaban los obreros de Escorial cortando la importante avenida 25 de Mayo que conecta San Martín con la Capital, ahí nomás, a pocas cuadras. Ahí estaban también los delegados de otras fábricas, convocados por el sindicato, y también las banderas de la “Agrupación Metalúrgica peronista Rosendo García. Lobato conducción”, dice abajo escrito en aerosol.

Pero los acontecimientos de marzo también fueron parte de un proceso. Recordemos las palabras de nuestro ingeniero en aquellos días de noviembre: “La línea tiene 12 puestos, ‘consume’ de 15 a 17 operarios. Hay puestos fijos y puestos para abastecer y para reponer”.

Latencia y visibilidad

La línea es siempre el punto de máxima tensión de las fábricas, donde se concentra la contradicción fundamental entre Capital y Trabajo. Es el forcejeo permanente por los tiempos de producción, y su velocidad depende de relaciones de fuerzas cambiantes. El tire y afloje se había despertado nuevamente en diciembre, antes de las vacaciones. En esos días de noviembre en que habíamos hecho el recorrido, los supervisores aumentaban la velocidad de la línea si había atraso por alguna parada ocasional. Aquellos 45 segundos que yo había cronometrado, eran excesivos para los trabajadores, y objeto de tensiones.

A mediados de enero, irrumpió el conflicto al ver que en los recibos de sueldo había bajado el premio a la producción del 35% al 10/15%, porque se habían producido menos cocinas al no haberse reintegrado todos los operarios que habían salido de vacaciones, lo que provocó el primer paro de dos horas y media. Si bien el problema se solucionó con el cobro de la siguiente quincena, la presión por los puestos en la línea siguió. Hasta que un día de marzo, el “tomatiempos” planteó que “en la línea sobra gente. Sobra uno”, decía. “Sobran dos”, decían los gerentes, y la tensión aumentó con asambleas en el medio, un obrero despedido en el ínterin, y otro después.

Y el paro. ¿Espontáneo? El viejo dirigente de la toma de Ford de 1985, Miguel Delfini, me decía hace unos años que no existe la espontaneidad, que todo es un proceso, que hay movimientos previos.

Y Melucci (1994) que habla de “redes sumergidas y acciones visibles”, parece darle la razón. “La fase de latencia… representa una especie de laboratorio clandestino para el antagonismo y de la innovación… La latencia hace posible la acción visible porque proporciona los recursos de solidaridad que necesita y produce el marco cultural dentro del cual surge la movilización. Esta última a su vez refuerza las redes sumergidas y la solidaridad entre sus miembros, crea nuevos grupos y recluta nuevos militantes atraídos por el movimiento.” (Melucci, 1994: pp. 146-147)

Hay que reconocer que Melucci no está estudiando al proletariado industrial, sino que se refiere a los nuevos movimientos sociales, pero la cita invita a pensar en que lo espontáneo es parte de un proceso latente, aunque es posible observar cómo la clase utiliza los momentos y oportunidades específicos para manifestarse, sorprendiendo a los más avisados.La huelga

La huelga. El instante supremo en que el par Capital-Trabajo llega a su máxima tensión. El momento en que el capitalista y el obrero descubren al fin sus grandezas y miserias. El preciso instante en que el obrero se descubre a sí mismo en su faceta desconocida. La desnudez absoluta, igual que el resto, cuando el histriónico calla, y el callado se vuelve locuaz. Y el representante, el delegado, tironeado por tres fuerzas: el patrón, los obreros y el sindicato, fuerzas que no siempre coinciden.

“La huelga. El instante supremo en que el par Capital-Trabajo llega a su máxima tensión. El momento en que el capitalista y el obrero descubren al fin sus grandezas y miserias (…) cuando el histriónico calla, y el callado se vuelve locuaz”Es el momento borroso e inasible donde uno, o dos, o varios, quién sabe, enojados, indignados, decididos, pegan el grito: “¡Basta! ¡Hasta acá llegamos! ¡Paro! ¡Paro! ¡Paro! Y el instante vibrante en que todo lo vacilante, dubitativo, irresoluto y conciliador se yergue contra el paro. Y todo se resuelve en esa tensión imposible. La asamblea, y la conciencia colectiva que impone por fin el nuevo desafío.

Y están los que no paran. Los que por ser nuevos no se animan a desafiar al patrón, y que esperan tal vez que con esa acción sean reconocidos y ser efectivizados, con un poco de suerte. Y son comprendidos por los que paran, porque ya pasaron alguna vez por esa instancia. Y están los que no paran porque se sienten diferentes, capaces de negociar con las autoridades más altas de la fábrica. Aquellos que desafían al desafío. Otros que avergonzados, no se animan a dar la cara. Y cuando pregunto cómo quedaron las relaciones con ellos, me dicen que se siguen saludando, pero que en algunos quedó “ese rencor…”

Dos trabajadores despedidos. Tres días de paro de la producción. Y los dos trabajadores reincorporados nuevamente, con la intervención del Ministerio de Trabajo el último día de paro. Detengámonos un momento en este último día, el tercero. En la UOM San Martín, habían decidido en un Congreso de Delegados, dicen, ir a la puerta de la fábrica con delegados de otras empresas de la seccional. Así, llegaron con las pancartas y carteles del sindicato, lo que produjo un efecto de retroalimentación en el conflicto, y “la gente atropella para cortar la avenida”, superando todos los acontecimientos de los últimos años, dice un delegado de otra fábrica: Emfer. Acciones no previstas, que obligan a nuevas respuestas.

Los trabajadores, entusiasmados por el apoyo externo, dieron un nuevo vuelco a la situación, lo que produjo la rápida intervención del Ministerio de Trabajo declarando la Conciliación Obligatoria e intimando a las partes a retroceder al momento previo al paro, es decir con la reincorporación de los operarios despedidos.¿Qué hay de nuevo en los movimientos de la clase obrera? Que los trabajadores parecen haber incorporado a su repertorio de luchas el corte de avenidas, rutas, etc. Como lo han mostrado hace unos años los trabajadores de Kraft, o los de Ford Motor Argentina y Volkswagen en 2005, cuando cortaron la Panamericana superando todas las recomendaciones del sindicato.“¿Es que el movimiento pierde su carácter de clase por acudir a métodos no tradicionales? No aparece como contradicción (…) Es la emergencia del movimiento”Se han ampliado las tácticas de los trabajadores al incorporar métodos de lucha que no son los tradicionales de la clase. De esa manera hacen visible lo que estaba oculto tras las paredes del taller. “Los medios de comunicación ayudan a los movimientos a obtener la atención inicial y esta puede ser la fase más importante de su impacto” (Tarrow, 2004: p. 222).

¿Es que el movimiento pierde su carácter de clase por acudir a métodos no tradicionales? No aparece como contradicción. Seguramente se trata del aprovechamiento de oportunidades que brinda la situación abierta después de la caída del gobierno de De la Rúa. Es la emergencia del movimiento. “La emergencia es pues, la entrada en escena de las fuerzas; es su irrupción, el movimiento de golpe por el que saltan de las bambalinas al teatro, cada una con el vigor y la juventud que le es propia” (Foucault, 1980: p. 16)

Después de varios días y de haber terminado la Conciliación Obligatoria, la situación continúa latente, ya que durante las últimas negociaciones, los trabajadores consiguieron que la empresa:

• acepte un “tomatiempos” del sindicato para hacer un relevo de producciones altas,

• un relevo de categorías por parte del sindicato,

• el reconocimiento de horas gremiales que no estaban pagando,

• el reconocimiento de certificados médicos por parte de la clínica laboral (CEMIBA), que no reconocía las horas de reposo.

• y el aumento del premio a la producción de $7.50 a $11 por hora.

Muchos trabajadores reconocen que en el último año han cambiado bastante las relaciones con el sindicato, ya que “hasta hace un año venían una o dos veces por año para las elecciones del gremio o la de delegados”, pero que “ahora vienen más a la fábrica”. Las relaciones del sindicato con el dueño también fueron tensas. Hasta había amenazado con pagar los aportes empresarios al gremio una vez por año, limitando claramente los recursos para la UOM, que se realizaban normalmente cada dos meses. Mientras dichas relaciones parecen haberse normalizado, nos preguntamos: ¿Si Fernández no cambió, entonces lo que cambió fue el gremio?

¿Nuevo sindicalismo?

El aparato sindical de la UOM San Martín –dicen- presionó a la empresa destacando un grupo de delegados que se apostaron en la puerta con bombos y otros instrumentos musicales. Asumamos que el sindicato actuó en solidaridad con los compañeros, y que maximizó las fuerzas disponibles para lograr la reincorporación.

¿Pero eso significa que los trabajadores de Escorial no fueron capaces de resistir y de torcer el brazo a la patronal por sus propios medios, como en los años 1980?

Es necesario caracterizar este nuevo sindicato y sindicalismo. El nuevo y viejo sindicalismo. ¿Es una mezcla de ambos? Sinceramente no veo mezcla, sino contradicción, todavía. La estructura sindical de la UOM ha cambiado. En el año 2010 pusieron en marcha la nueva sede del sindicato de la seccional San Martín, un moderno edificio en la calle Tucumán, que inauguró el secretario general Osvaldo Lobato, con la presencia del secretario general de la UOMRA Antonio Caló, sucesor de Lorenzo Miguel. Ahora bien, la estructura del sindicato no es la misma de los tiempos de la dirección única y mano dura del Secretario General (Lorenzo Miguel). En los últimos años, las seccionales se han ido independizando económicamente debido a la crisis del régimen de Obras Sociales, la columna vertebral de los recursos del sindicato. Entonces, las seccionales realizan la recaudación en base a los afiliados de cada dominio, y se las arreglan por sí solas con la Obra Social y el resto de las finanzas, pasándole una parte a la UOM Central. Es así que hay enormes diferencias en manejo de recursos de acuerdo a si son seccionales pequeñas y modestas como la de Ciudadela, o seccionales grandes y ricas como la de Vicente López. Pero hay que reconocer que se han convertido también en una suerte de empresas, al tercerizar gran parte de los servicios de la Obra Social.

También hemos dicho más arriba que la mayoría de los convenios colectivos de trabajo no han revisado las profundas transformaciones de la estructura fabril argentina (hablemos de la UOM). En los años 1970, los metalúrgicos no conocíamos todavía las máquinas herramientas MHCNC que empezaban a circular tímida y experimentalmente en los países centrales. Conocíamos lo que se llaman todavía las máquinas convencionales. En estos 39 años (el último convenio sobre condiciones de trabajo fue en 1975) no hubo un seguimiento ni mucho menos un estudio serio de lo que fue una revolución tecnológica que no sólo transformó la estructura productiva, sino también la organización del trabajo, y a los propios trabajadores.

¿Tenemos que decir entonces que se trata de un sindicalismo que se ha vaciado de contenido? El vacío no existe en la lucha sindical. Lo que se vacía vuelve a llenarse, no siempre con el mismo contenido. Una organización para la defensa de los intereses de los trabajadores o una organización que organiza… ¿clientes? He aquí una de las disyuntivas del nuevo sindicalismo.La palabra mágica: Unidad.

“Trabajar para vivir, decía Marx, y en ese trabajo es que se tejen las relaciones sociales de solidaridad y también de organización, y se siguen forjando las identidades obreras”.

¿Y qué queda de todo esto? La emocionante solidaridad de clase que he percibido en estos días. ¿Pero qué me quedó grabado una y otra vez? En el anotador tengo varias veces la palabra UNIDAD, repetida por diferentes trabajadores. La unidad de casi todos los trabajadores que demostraron que también hay “posición estratégica” (Womack, 2007) en el sector que parece más vulnerable. Unidad de esos sectores. Unidad relativa.

Unidad, la palabra mágica. El signo, reconocido desde dos puntos de vista. Desde los obreros, que han encontrado que unidos pueden lograr en tres días mucho más que en varios años. Y desde el punto de vista de la empresa, para entender que no todo se logra en base a disciplina, y que el poder no sólo está de un lado, sino que también puede invertirse. “Relaciones de poder y de fuerza… siempre reversibles” (Foucault, 2012)

Ahí quedaron los trabajadores. Los reincorporados, agradecidos por la acción de sus compañeros, habían planteado el encuentro en la canchita. Me retiro del evento, mientras los muchachos no paran de festejar. Aprovechan el momento. Alguien nombra a alguien, y todos aplauden.

Confieso, sigo aprendiendo de los trabajadores, que siguen la dura tarea de trabajar. Trabajar para vivir, decía Marx, y en ese trabajo es que se tejen las relaciones sociales de solidaridad y también de organización, y se siguen forjando las identidades obreras.

Y aquel viejo militante obrero, vuelve a sonreír con esa picardía… como cuando se paseaba por la sección con los bolsillos dados vuelta. Era el signo. El signo de los salarios bajos, de las condiciones de trabajo, y el signo de la lucha de clases que late en la profundidad de las líneas de producción, donde los “mudos” también se hacen escuchar.Bibliografía

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Grabación del recorrido y conversaciones en la fábrica Escorial (Noviembre de 2013)

Entrevistas varias a trabajadores de Escorial

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