Sentir dolor no es bueno. Infligirlo no es una conducta deseable y muchos menos esperable. Al menos así lo indican esas ideas que tenemos más a mano. Las que se nos presentan inmediatamente, en apariencia más generalizadas. Para ciertas personas el consentimiento desarma este sentido común. El acuerdo (bajo reglas) es un elemento de una situación en donde el dolor es una condición del placer. El siguiente texto tensiona y lastima estas ideas. Lean, y de estar de acuerdo, sufran.  Husos horarios y lenguas diferentes. Dos habitaciones, dos personas se comunican a través de una web cam. Ambas acordaron la cesión de algunos de sus derechos de una a la otra. Una  se ha despojado de la posibilidad de resistir a cualquier decisión sobre su cuerpo y a su propia voluntad de hacer. La magnitud del despojo puede acotarse a la actividad sexual o extenderse hasta las decisiones más pedestres o fundamentales de la vida cotidiana. Ahora son Amo y Esclavo. Aquella en posición de ser obedecida demanda a la otra que se realice quemaduras en su cuerpo. Con ciertas reservas y algo de frustración, el que no debería detener el juego, lo  suspende. Se corta la sesión.

Más tarde, el sumiso confía al resto de la comunidad virtual sus dudas acerca de seguir en ese juego porque ya no le gusta el tono extremo de las demandas de su amo ni sabe si debe aceptar absolutamente todo lo que le demanden.Esa consulta y las respuestas que conlleva tienen gran influencia en los individuos y lo que luego harán o no según las propias reglas de esa comunidad. Tienen la fuerza suficiente para regular las prácticas sobre su propio cuerpo, dolor o placer y a la vez la característica de ser parte de una  trama virtual que contiene y enseña a quienes probablemente nunca se conozcan cara a cara.“¿El placer en los roles de quién es? ¿De ambos o de uno sólo? No hay una respuesta definitiva para eso y es probable que no la haya”.El debate que se ha producido en la comunidad acerca de los límites de la violencia y las formas que puede adoptar muestran una intensa actividad. De manera constante los participantes producen y contribuyen a la acumulación de saberes y códigos comunes.  Como es de esperar también hay desacuerdos. ¿El placer en los roles de quién es? ¿De ambos o de uno sólo? No hay una respuesta definitiva para eso y es probable que no la haya.

Las discusiones revelan ciertos resquicios sobre los acuerdos generales que regulan las prácticas de los participantes. ¿Hay voces capaces de representar a todos los que allí se congregan? ¿Hay voces oficiales? ¿Es la motivación de todos los participantes de esa comunidad levantar una bandera sobre otro uso posible del cuerpo? O ¿Hay un impulso libertario de des-sujeción si luego inmediatamente tal acto se somete al debate entre pares en el foro? ¿Hay un impulso libertario si no se comparte con otros?

Es parte del sentido común de quienes participan de estas prácticas que la acción de las personas implicadas en este tipo de relación sexual, (hombre o mujer, quien sea que goza del poder eventualmente) es transparente, voluntaria, consciente, libre, igualitaria y consentida. Además, la práctica sexual amplía su territorio más allá del coito y de la genitalidad.

Pareciera que los participantes se despojaran de hábitos y roles de la vida cotidiana para vestirse con unos nuevos. ¿Es una ilusión? ¿Se develan brutalmente las relaciones de poder veladas en el transcurrir cotidiano? ¿Se invierten? ¿Se reproducen? ¿Se produce una resistencia a las prácticas sexuales normativas? ¿Es una resignificación de las prácticas normativas según los propios deseos de los sujetos involucrados? ¿Qué relación hay entre violencia, dominio y sexualidad?

Los debates dentro del pensamiento feminista nos proveen algunas claves para comprender qué de todo eso sucede allí. Catharine MacKinnon, una teórica del feminismo, expresa cómo la sexualidad es un resultado de las relaciones de poder, aquello que se entienda por sexualidad será lo que el poder masculino, de acuerdo a sus propios intereses, entienda por esa noción.

La mujer queda entonces construida como algo para ser usado sexualmente, a la medida de los intereses sexuales de los hombres, bajo el control masculino. Para Mackinnon no existe sexualidad femenina, como tampoco consentimiento. Éste es la apariencia de elección que les queda a las mujeres como consuelo.

En los juegos de dominación, la violencia física o verbal es explícita, acordada y necesaria como parte del juego y del placer sexual entre dos o más personas. Implican la transferencia de poder de una persona a otra, no necesariamente el coito ni los órganos sexuales. Si las normas de género (dimorfismo ideal, complementariedad heterosexual de los cuerpos, dominio de la masculinidad y la feminidad) asocian y naturalizan ciertos cuerpos con ideas  y usos posibles, este es el caso donde las  reglas, tal como las piensa MacKinnon, se desatienden. Se abre un interrogante: si no es en las prácticas, ¿dónde es posible subvertir la subordinación al dominio masculino?“La práctica sexual sadomasoquista, cuestionada por discursos médicos (tecnología que produce subjetividades) es narrada, construida y reapropiada por los actores apoyada en la idea de  consenso”.Cada parte del cuerpo posee su propia historia social. Para Paul Preciado, la existencia de “órganos sexuales” y “prácticas sexuales” son las formas en que el capitalismo contemporáneo, a través de las tecnologías de normalización y los discursos sobre el sexo procuran la producción de cuerpos heterosexuales como una forma de control de la vida. Sin embargo, los cuerpos sujetos a ese orden social, no son inertes, tienen la posibilidad de la resistencia. Preciado introduce la idea de potencia de vida, que permite a esos cuerpos la resignificación de las tecnologías de normalización de acuerdo a sus propios intereses políticos y subjetivos. Esa apropiación incorpora en el espacio público otros actores y  otra vinculación posible entre sexo, prácticas sexuales y género.Según este punto de vista, la práctica sexual sadomasoquista, cuestionada por discursos médicos (tecnología que produce subjetividades) es narrada, construida y reapropiada por los actores apoyada en la idea de consenso. El consentimiento les permite producir una forma de sexualidad no basada en el coito ni en la idea de complementariedad entre dos biologías diferentes.

El uso sexual del cuerpo no está vinculado con los “órganos sexuales” ni tiene una existencia discreta y definida sino que también es narrado como algo que excede los límites de la piel. Los objetos, los gestos, los insultos forman parte de la experiencia sexual que rompe fronteras, se extiende y erotiza otras prácticas que se ubican por fuera de las establecidas como sexuales. Las partes del cuerpo u objetos que provean placer a los involucrados no están dados previamente.

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