En 1990 el silencio se propagaba para protestar por lo que aún no tenía nombre: el femicidio. En 2015, las muertes de mujeres se multiplican, las redes convocan y muchas gritan su primer #Niunamenos. Pocas semanas después de la última marcha, los autores indagan en los vericuetos de un tema que, no sin lamentos, va interpelando a toda nuestra sociedad.Diez años atrás la palabra feminicidio era ajena al vocabulario cotidiano, un término sin referente inmediato, un significante sin significado. Sin embargo, los centenares de mujeres muertas violentamente por su condición de mujeres constituyen una realidad cercana y en ascenso en las últimas décadas. En la Argentina, cada 30 horas muere una mujer por su condición de mujer. Por lo que hablar de violencia machista y feminicidios exige recomponer un mapa mental de casos resonantes y agites mediáticos que hicieron visible un escenario en el que la intervención del Estado mostró limitaciones y la voluntad política brilló por su ausencia. Los actos de crueldad y violencia contra las mujeres no son nuevos pero su visibilidad, expuesta discursivamente, da cuenta de una expresión de terror que cobró dimensiones exacerbadas. La palabra feminicidio es parte de esa condición de visibilidad de un tipo de violencia en particular: “Los feminicidios, conocidos como tal a partir de las luchas feministas por enmarcar el epifenómeno en el discurso de los derechos humanos, ostentan una exhibición profundamente obscena de las violencias contra nuestro género. Se sitúan en un extremo de un continuum de violencia de género ejercida contra las mujeres, que debe ser constantemente refundado por el patriarcado en un sistema de representaciones que ordena, domestica y disciplina a los cuerpos feminizados”1Pero es necesario entender que el germen de la violencia extrema, el del golpe, el de la mutilación física, fue sembrado mucho antes y las conductas violentas tienen múltiples caras. Si el líder de una banda de rock exitosa, con miles de seguidores expresa con total naturalidad en una entrevista que “hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo” es porque subsiste un entramado de prejuicios, sentidos comunes y complicidades que gozan de buena salud y seguirán encontrando estructuras de pensamiento en las cuales descansar. Porque hasta los nuevos paradigmas culturales, necesitan una habilitación social (¿mediática?) para decir de qué se puede hablar, de qué no se puede y qué decir de aquello que está habilitado de ser dicho. Cordera ya había hablado a través de sus canciones: “(…)Ya con algunos tragos me dio por encarar me contestó sonriendo ‘sos como mi papá’(…) Si es regalo de Dios no lo puedo rechazar” (…) “Ay ay nena si te mueves así mirá que pierdo la cabeza nena si seguimos así hoy caigo en manos de una jueza” (Muero por esa nena, 2016) Sin embargo, su popularidad y buena imagen, sólo se vieron trastocadas cuando sus palabras sobre las mujeres y el sexo, se hicieron virales. La violencia machista existe, se nutre de otras violencias y encuentra buenos ecosistemas para vivir mejor en donde las desigualdades sociales florecen. Los medios masivos, lejos de preservar la condición humana, operan a favor de esa violencia que se impone sobre el cuerpo de las mujeres. Primero sometiéndolas a máximas crueldades y cuando al final no queda nada, el despojo se exhibe una y otra vez, dibujando círculos de morbo infinito. Cuando lo siniestro del hecho no alcanza, se suman la exhibición de la vida: sus amigos, su familia, sus actividades, su manera de vestir. Existe una “pedagogía de la crueldad” en la que “el público es enseñado a no tener empatía con la víctima, que es revictimizada con la banalidad y la espectacularización con que se la trata en los medios”2“Existe una “pedagogía de la crueldad” en la que “el público es enseñado a no tener empatía con la víctima, que es revictimizada con la banalidad y la espectacularización con que se la trata en los medios”Hace 26 años, en la provincia de Catamarca, la muerte de una adolescente a manos de un grupo de delincuentes hijos del poder marcó un antes y un después en las luchas por la justicia. El nombre de María Soledad Morales remite a una de las resistencias simbólicas más significativas en los últimos tiempos en nuestro país. Las marchas del silencio lideradas por los padres de la adolescente asesinada y una religiosa que se alzó frente al despotismo de las autoridades locales, alcanzaron a más de 90 procesiones que sacudieron a un pueblo entero.La muerte de María Soledad, estuvo inscripta en un marco doblemente opresivo. Ser adolescente mujer y pobre en una sociedad signada por la desigualdad social y la violencia machista. Violencia solapada por las autoridades y legitimada por valores arcaicos que rigen tanto en la educación, como en los hábitos y costumbres de la vida pública. El colegio “Nuestra Señora del Carmen y San José” adónde asistía María Soledad, educaba a sus alumnas bajo la premisa “es mejor ser una mujer buena que sabia”.“Las marchas del silencio lideradas por los padres de la adolescente asesinada y una religiosa que se alzó frente al despotismo de las autoridades locales, alcanzaron a más de 90 procesiones que sacudieron a un pueblo entero.”En 1990, la palabra “feminicidio” no aparecía en las coberturas periodísticas, ni en los fueros judiciales. No había término para designar crímenes como el de María Soledad y otras tantas mujeres y niñas ejecutadas en condiciones similares o peores. Las marchas del silencio hicieron visible lo que hasta el momento era invisible para el resto de la sociedad. Esa condición de visibilidad, ese primer paso firme, impulsó el inicio de una acción colectiva que mantuvo su oposición al poder corrupto por años. Motorizadas por la indignación y la impotencia, las marchas sumarían cada vez más voces para llevar su lucha hasta el extremo. Se convirtieron en disparadores de nuevos sentimientos e ideas de solidaridad, reconstruyendo el lazo social en búsqueda de justicia. María Soledad, también estuvo presente en Plaza de Mayo ese 3 de junio del 2015.Dos décadas más tarde, las muertes violentas de mujeres cobran una identidad diferente. Las nuevas tecnologías de la información configuran un panorama en el que no es posible mantenerse aislados unos de otros. Los relatos circulan rápidamente, las noticias explotan en segundos, las vivencias personales se hacen públicas y el universo de lo privado evidencia límites débiles. En este contexto, el asesinato de Wanda Taddei, quemada viva por su cónyuge en medio de una discusión en 2010, vuelve a sacudir las conciencias adormecidas de la sociedad. A partir de esa muerte y de la liberación del ejecutor “por falta de mérito” en una primera instancia, los casos como el de Wanda se multiplican, 11 feminicidios con fuego en el 2010, 29 mujeres en 2011, 19 en el 2012. Comienza a instalarse una sensación generalizada de que algo debe cambiar y serán los movimientos de mujeres y las voces femeninas, las encargadas de sacudir a la sociedad a través de las redes sociales. En junio del 2015, Marcela Ojeda fue una de las periodistas que convocó vía twitter a través de la incipiente consigna #NiUnaMenos: “Sentimos que había que salir porque nos estaban matando y queríamos saber qué otro tipos de violencia sufrimos las mujeres: violencia psicológica, violencia sexual, violencia económica, violencia reproductiva y no es un fenómeno de una clase social, le puede pasar a cualquiera en mayor o menor medida”. En 2012, tras los numerosos hechos de violencia de género registrados y las muertes que pasan a engrosar las estadísticas de la violencia machista, la Cámara de Diputados aprueba por unanimidad una norma que agrava la pena del homicidio de una mujer o persona trans cuando esté motivado por su condición de género, aplicando perpetua “al hombre que matare a una mujer o a una persona que se auto-perciba con identidad de género femenino y mediare violencia de género” (Código Penal, art. 80 bis). Es tal vez el primer impulso para transformar la realidad pero no el único ni el último. En este sentido, Ojeda afirma: “Ningún cambio ni político, ni de paradigma puede suceder primero si no hay un cambio cultural, si no entendemos que vivimos en una sociedad en la que tenés que ser blanco, heterosexual y estar subsumido a una cultura patriarcal, es muy difícil salirse de esa situación”.Una diversidad de actores desde todas las esferas y diferentes banderas políticas, pusieron en relieve la necesidad de conformar un frente de lucha orientado a hacer visible y denunciar un tipo de violencia que se ejerce diariamente y tiene su origen profundo en estructuras mentales colonizadas por prejuicios y valores morales sexistas en cuya profunda naturalización se sustenta su eficacia. “Escritores, periodistas, artistas, organizaciones sociales, sindicatos, estudiantes, movimientos feministas, de defensa de derechos humanos y partidos políticos se hicieron presentes para darle forma a una acción colectiva que ya trascendió las fronteras y que se une a la larga lucha de los movimientos de mujeres de toda La Región.”Desnaturalizar y cuestionar esos preconceptos, es desde entonces un objetivo fundamental. Reconocer e identificar la violencia de género en todas sus formas (física, psicológica y simbólica) y denunciarla, es uno de los tantos fines que reúne el colectivo “#NiUnaMenos”, que llamó por primera vez a unirse a favor de una causa a nivel nacional el 3 de junio de 2015, en una marcha que convocó a más de 50 mil personas frente al Congreso. Escritores, periodistas, artistas, organizaciones sociales, sindicatos, estudiantes, movimientos feministas, de defensa de derechos humanos y partidos políticos se hicieron presentes para darle forma a una acción colectiva que ya trascendió las fronteras y que se une a la larga lucha de los movimientos de mujeres de toda La Región. Del silencio que caracterizó las marchas en la Catamarca de los 90 al grito colectivo del 3 de junio del 2015 en el Congreso, muchas cosas cambiaron. En marzo de 2009, con la sanción de la ley 26.485 de protección integral contra la violencia hacia las mujeres, impulsada por el Consejo Nacional de Mujeres en conjunto con el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, parece consolidarse un espacio político para la lucha desde el cual se proyectan otras conquistas en materia derechos humanos.

Conviene sin embargo, estar atentos sobre los alcances de las acciones, teniendo en cuenta que la sensibilidad que rodea al tema, refuerza muchas veces la necesidad de asumir discursos políticamente correctos a los que es fácil adherir desde la palabra y desde un cierto repertorio de acciones simbólicamente humanistas pero no por ello, garantes de un cambio real.

1 Bidaseca, Karina (2015) Escritos en los cuerpos racializados

2 Segato (2014) Las Nuevas Formas de la Guerra y el Cuerpo de las Mujeres

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