por Carla Coletta

En la angustia e incertidumbre de un contexto que pareciera que no tiene nada más para ofrecer, nos enfrentamos a la realidad de la muerte con una noticia que hizo estremecer a la argentinidad. Sumergidxs en la contradicción, vemos dolor, bronca, odio, empatía y pasión. Se nos pone la piel de gallina al ver en video sus piernas transitar el recorrido hacia el gol. Nos reímos con sus frases desopilantemente populares y cómo la gente las replica en las redes. Nos genera repulsión ver la imagen de él con dos chicas que parecieran ser menores en situación de prostitución. Nos indignan sus drogadicciones. Todo eso fue (y seguramente seguirá siendo en la memoria de muchxs), la misma persona. 

En Maradonna reconocemos algo de nosotrxs que con la pandemia nos habíamos olvidado que teníamos, o que quedó desplazado: el barrio, el amor a los padres, la irreverencia política, la caradurez y la fe de saber que podemos tener sueños cumplibles. Ese es el dolor y la nostalgia del pueblo. Por esto, nos encontramos en la disyuntiva de que queremos ver cuando nos recordamos feministas.

Señalamos automáticamente las falencias. Las violencias injustificables y repudiables. Era putero, padre ausente, golpeador, misógino… falopero, negro, villero, cachivache. Pero la gente lo ama, el pueblo lo recuerda con amor, dolor y muchísimas lágrimas, el mundo entero lo coloca en la tapa de sus revistas. ¿Cómo lo entendemos entonces? ¿Qué nos falta  percibir? 

Un importante sector del país, provenientes de clases sociales, géneros, trayectorias profesionales e ideologías políticas diferentes afirma con alguna u otra frase, la importancia de esta figura en sus vidas. Hubo sentimientos inexplicables en ese mítico gol contra los ingleses. ¿Fue solo un gol? No. Fue el desahogo que se decía necesitar en un momento de tristeza, repudio e indignación política y civil. Muchxs lo agradecen. También agradecen y remarcan la importancia que tuvo su postura política (de la que poco se habla). Se posicionó a favor de las madres, abuelas, Nestor, Cristina, Fidel y Francisco. Cantó la marcha peronista. Concedió regalos de todo tipo, inclusive brindó asistencia económica a quienes no podían costearse un tratamiento. Se lo vio jugando con la remera de la selección y puteando a los tanos cuando sacaron la bandera de su amado país del mástil. No cantó el himno, pronunció “hijos de puta” entre silbidos ajenos. Se lo vio pedir perdón ante Dios y al pueblo argentino por sus errores, pronunció con arrepentimiento en un estadio lleno que “la pelota no se mancha”. Todo esto no es menor, no es menor para la argentinidad. Muchísimo menos si nos detenemos a ver todo lo que implicó su muerte.

Encontramos incomodidad en estas múltiples facetas, casi inconciliables desde un punto de vista racional. Pero es una incomodidad que debemos habitar. Es una incomodidad que es parte del estar-siendo humano: lo que no logramos comprender si categorizamos en binomio.

Si nos proponemos abrazar la contradicción, en lugar de negarla, y ver por qué es recordado en los corazones y en la memoria, podríamos entender el fanatismo y el odio. Evitar la romantización de sus hazañas y señalar, en lugar de negar, sus múltiples violencias para conquistar una mirada que trascienda lo inequívoco. Tal vez si viéramos su figura como la contradicción que hallamos en el día a día patriarcal, con el cual todxs y cada unx de nosotrxs luchamos por desheredar, podríamos pensar, inclusive, mejores y más íntegras formas de abordar la problemática de la violencia machista y su reproducción. 

El feminismo construye y transita un debate interseccional y transgeneracional que busca, a partir de la escucha de lx otrx, comprender (mas no justificar) las biografías individuales y sus sentires como un conjunto de experiencias en red. Permite ser interpeladx por la sensibilidad de lo social. Por eso repetimos como eslogan “lo personal es político”. Es un proceso inacabado, y que no pretende llegar a ningún fin, más que a la reflexión como método de intercepción en la realidad efectiva. Algo con lo que transitamos cotidianamente lxs feministas en nuestras militancias, convivir con la diversidad de miradas en el movimiento. Persistimos no a pesar de ellas, sino por ellas.

¿Es la violencia de género lo único que importa cuando inspeccionamos la vida de un hombre blanco cisheterosexual? ¿Implica necesariamente desterrar cualquier otro factor y anular todo lo “bueno” que se hizo?

Esta es una invitación para reflexionar sobre qué detalles, acciones y decires, ponemos bajo el foco. Por qué decidimos tomar ciertas miradas y no otras como punto de referencia. Quienes conforman y replican los discursos sobre alguien, y por cuales medios.

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