por Javier Benitez

Es complicado realizar el ejercicio de la escritura cuando una persona deja el plano terrenal y se vuelve un espíritu libre. Mucho más, cuando se trata de un ídolo, de un ícono popular y de un símbolo con una envergadura cultural inigualable. Los recursos estilísticos, la poesía o cualquier forma de ponerle palabras al dolor, se agotan. Pero lo que nunca se va a agotar, serán los firuletes de un estandarte de las causas justas y humildes como los que nos regaló Diego Armando Maradona. 

Para algunos, un héroe; para otros, un dios; para los que no tienen empatía será un simple jugador de fútbol. Nadie tiene ninguna autoridad moral, para ser juez de nadie. Los filósofos griegos, llaman a la suspensión de juicio, Epokhe. Bien sería ponerla en práctica para aquellos que no pueden comprender todo lo que “Pelusa” significó.

De Fiorito al mundo. De una villa miseria, a estar chocando copas de cristal con los principales líderes del mundo. Diego era eso y más. Es la conjugación perfecta de la idiosincrasia argentina, para ello, hay una regla sociológica que nos invita a comprender que el individuo es considerado en gran medida un producto de su cultura y de su sociedad. Y es eso mismo. El que insultó  a todo un estadio por silbar nuestro himno. El que estuvo del lado de los jubilados. El que nunca se olvidó de sus orígenes. El de las frases memorables. En definitiva, el que siempre supo estar del lado correcto, como supieron estar aquellos defensores acérrimos de las causas nobles. Su palabra clara, sencilla y valiente, estaba destinada a herir en lo más íntimo a aquellos que siempre fueron dueños de la razón.  

Ya hace varios años el maestro charrúa Eduardo Galeano, dijo que es el “Más humano de los dioses” y es evidencia clara que no se equivocó en brindarle esa categoría tan excepcional. Justamente, ¿qué es Dios? No es mi intención dar una respuesta a esa pregunta pero podría decir que, desde la prehistoria hasta la edad moderna, de Oriente a Occidente, de Norte a Sur, en todas las latitudes y en todos los tiempos, la especie humana ha dejado rastros indudablemente confirmatorios de su inclinación hacia la aceptación de la existencia, de una inteligencia o poder superior que rige directa e indirectamente, la vida de los hombres. La humanidad nace todos los días y con ella nacen las viejas preguntas del espíritu y del motor inmóvil que moviliza y puja el funcionamiento del mundo. 

Precisamente en nuestra sagrada tierra argentina tuvo que nacer un pibe que brindó esas respuestas. Se necesitaba que alguien con la integridad espiritual requerida y la enseñanza básica del hogar necesaria, pudiera llegar con su palabra, su ejemplo y su gambeta, al corazón del pueblo. El amor que brindó con su fútbol, dicen los que saben, que le dio las respuestas a todas las preguntas que había para este deporte. 

Es por ello que hombres y mujeres de todas las latitudes le brindan homenaje a su muerte. La humanidad está en condiciones de brindarse la licencia necesaria de estar con mucho dolor. Solamente así llegaremos a encontrarnos los habitantes del mundo material y del mundo espiritual que nos rodea, en el lugar prefijado como cita final y corolario de nuestros desvelos: la Casa Rosada, el último adiós. Los que tuvieron la fortuna de poder ingresar a despedirse, lo hicieron con sentimiento, con pasión, con lealtad a una figura de culto. Elevaron sus rezos, emprendieron la acción que da la unión, estrechamente fraternizados para conseguir la despedida que merecía. El maestro debía morir. Solo así pudo ser detenida aquella luz, solo así pudo ser acallada aquella voz. Vivió y murió como solo puede hacerlo un justo. Demostró en todos sus actos que él era un milagro viviente. Como el gol con la mano, o la desparramada a jugadores ingleses, (dicho sea de paso, luego de una sangrienta guerra) de un “barrilete cósmico”. Cinco minutos pasaron de un gol a otro, para consagrarse un Dios. 

Los mismos puntos aquí expresados pueden ser conceptualizados en diferentes términos, según el punto de vista desde el cual se observe. Simplemente con su juego, con su amor a la redonda, trajo la inspiración de su espíritu y la creencia sostenida por él en todos los instantes de su vida de un hombre amoroso, hijo, hermano, padre y amigo, cuya inteligencia superior era hacer el bien jugando a la pelota. 

El pibe de oro, murió masacrado por la misma ignominia que iba a usar su cuerpo para una comedia humana cuyos trágicos contornos todavía sufre la humanidad: la ofensa y los prejuicios que atacaban su dignidad. Los graciosos se sacaron una foto con su ataúd. Sin una razón y fundamento, rodeado de un profundo misterio y cerradas las puertas a todo ápice de luz, se sigue sosteniendo la idea que es un simple jugador de fútbol. Si queremos encontrar el camino, tenemos que buscar la verdad, practicarla y entonces habremos vencido.    

Con palabra serena quiso corregir los viejos conceptos del fútbol y su juego. Con la valentía propia de quien se siente asistido por la verdad, enseñó al pueblo cuáles eran los fundamentos de las causas justas. Fue la luz en la noche de los pueblos oprimidos, de los pobres, de los humildes, de aquellos que no tenían más que alentarlo, amarlo y disfrutarlo. Si la ley de Dios es amar. Amar por sobre todas las cosas, amar a pesar de las divergencias, a pesar de las razas, a pesar de los credos. Lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo por los siglos de los siglos, amén. Gracias por tanto fútbol. 

Con amor y afecto, donde quieras que estés, seguí desparramando fútbol. Cuando llegue la hora, te alentaré desde la tribuna. Estoy más que seguro, que seremos varios los que nos empujaremos en la fila para verte de nuevo.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *