Ante la huida repentina y el abandono de las fábricas por parte de muchos empresarios industriales frente a escenarios económicos desalentadores, los trabajadores toman la iniciativa y asumen el control y organización del proceso productivo, dando forma a una experiencia innovadora de autogestión obrera de las empresas que se conoce como “recuperación de fábricas”.El desempleo es una de las mayores amenazas a las que nos expone el mundo en el que vivimos. La pérdida del trabajo suele implicar la dilución de las certidumbres, seguridades y protecciones asociadas, en nuestra sociedad, a un empleo registrado y estable. Esta situación es particularmente crítica para los trabajadores de menores ingresos ya que su dependencia respecto del salario es mucho más rigurosa y la interrupción de este flujo de ingresos los coloca en una situación de extrema vulnerabilidad social. El cuadro se agrava aún más si la pérdida del empleo está asociada al cierre de una empresa, ya que la desaparición de la fuente de trabajo deja literalmente desamparados a estos trabajadores privándolos, en muchos casos, de las indemnizaciones y coberturas que la ley garantiza en los casos de despido. Ante tal escenario, la “recuperación de fábricas” surge como una estrategia que permite a los trabajadores la preservación de los puestos de trabajo, al asumir los mismos el control de la gestión y organización del proceso productivo. Las “fábricas recuperadas” constituyen un fenómeno digno de nuestra atención ya que emergen como una innovación social que conmueve el marco de referencia dentro del cual se desenvuelve el sistema económico capitalista.

La economía capitalista reserva a los empresarios, en su carácter de propietarios de los medios de producción, un rol privilegiado como impulsores y orientadores del proceso de producción de bienes y servicios. Ellos definen la ecuación a través de la cual se establece el balance entre los recursos que convergen en el proceso productivo y se apropian de las ganancias generadas como resultado del mismo.Los trabajadores constituyen uno de los términos de la ecuación económica establecida por cada empresario. Desde esta perspectiva, no son más que uno de los recursos que intervienen en el proceso de producción de bienes y servicios. Aportan su fuerza de trabajo y perciben a cambio una retribución específica: el salario.

Sin embargo, a diferencia de otros recursos de la producción tales como máquinas, equipos, materias primas e insumos, los trabajadores no son seres inanimados: son personas. Como tales, su participación en el proceso productivo no se limita a una fría relación de reciprocidad en la cual, a cambio de una prestación que asume la forma de trabajo físico e intelectual, reciben una contraprestación consistente en un salario que apenas asegura la reproducción cotidiana de dicha fuerza de trabajo. Los trabajadores son sujetos de derecho y, en tal condición, les asiste a ellos y a sus familias el derecho a condiciones de vida dignas.

En una sociedad que aspira a niveles de integración social crecientes a través de una progresiva ampliación del reconocimiento efectivo de derechos, se entiende que estas garantías no se hallan limitadas a las condiciones materiales de existencia necesarias para asegurar la reproducción cotidiana e intergeneracional de la fuerza de trabajo, sino que incluyen el acceso igualitario a las seguridades, protecciones y oportunidades de las que se encuentran excluidos amplios sectores de nuestra sociedad. Pero el significado social del trabajo va mucho más allá de lo dicho hasta aquí: el lugar de trabajo es un ámbito de socialización donde se establecen relaciones sociales que brindan un marco para la construcción de identidades y sentidos de pertenencia.Durante la década del 90, las políticas económicas neoliberales redundaron en un agudo proceso de desindustrialización que se tradujo en el cierre de numerosas empresas. En la década siguiente, escenarios económicos igualmente desalentadores para la actividad industrial se tradujeron en idénticos resultados. En muchos de estos casos, los empresarios literalmente “huyeron” de sus empresas, dictando unilateralmente la quiebra de las mismas y resignando el rol dirigencial y de liderazgo que la economía capitalista les atribuye. Ocasionalmente, la llegada de la tormenta era anunciada por ciertos indicios, como la suspensión del pago de sueldos, vacaciones y cargas sociales o los intentos de vaciamiento. En estas condiciones, la pérdida de la fuente de trabajo tuvo un impacto diferenciado sobre las condiciones de existencia material y social de los trabajadores ubicados en distintas posiciones de la pirámide ocupacional. Por este motivo, las estrategias que los mismos desplegaron ante este escenario difirieron ampliamente.En un extremo de este continuo encontramos a quienes ocupaban cargos gerenciales o ejecutivos y a los profesionales con elevado nivel de formación y portadores de saberes especializados. Estos trabajadores, que en algunos casos acceden a una parte del paquete accionario de las empresas, compartiendo de esta manera la propiedad de los medios de producción y beneficiándose con las ganancias empresarias, son quienes se encuentran en mejor posición ante una pérdida del empleo, aún en los casos que estamos analizando. Las redes de relaciones sociales en las cuales están inmersos, tanto dentro como fuera de la empresa, les permiten anticipar las situaciones críticas y acceder rápidamente a nuevas oportunidades. Si se tiene en cuenta, además, que estos trabajadores cuentan habitualmente con una importante capacidad de ahorro, se entenderá que hayan estado en condiciones de afrontar esta coyuntura sin mayores sobresaltos y como una simple transición hacia un nuevo estado de estabilidad ocupacional y certidumbre social y económica.

En cuanto a los trabajadores de las áreas comercial y administrativa que ocupan posiciones subordinadas y poseen menor nivel de calificación, la pérdida del empleo puede resultar para ellos más desestabilizante en términos económicos y sociales. Sin embargo, debido al escaso grado de sindicalización y a la pobre experiencia de lucha y organización de estos grupos, generalmente no se organizan para defender sus intereses ni se pliegan a la lucha de los trabajadores más organizados.

Para los trabajadores ubicados en la base de la pirámide ocupacional de las empresas industriales (personal de planta constituido por operarios con distinto grado de calificación, personal de maestranza, etc.) la situación difiere respecto de la observada en los grupos ocupacionales anteriores. Como dijimos en un principio, el cierre de las empresas debido a la partida intempestiva de los empresarios los expuso a una situación de gran fragilidad social como resultado de la interrupción de la percepción de sus salarios y de la pérdida de todas las protecciones y seguridades asociadas al empleo registrado y estable, sin siquiera contar con las indemnizaciones que la ley prevé en casos de despido. Pero además, la pérdida de los puestos de trabajo en muchos casos sumergió a estos trabajadores en una crisis identitaria debido a la desvinculación del ámbito de trabajo como espacio de pertenencia privilegiado. La pérdida del empleo, finalmente, asesta un severo golpe a la autovaloración personal y al reconocimiento social de los trabajadores que se intensifica en la medida en que tiende a estabilizarse la situación de exclusión del mercado de trabajo.

Ante el cierre de las empresas como consecuencia del retiro de los empresarios, los trabajadores más desprotegidos no parecían tener muchas alternativas: “tomar” las fábricas y manifestarse reclamando por sus puestos de trabajo o por el pago de indemnizaciones, accionar legalmente contra los empresarios recurriendo a la asistencia legal de sindicatos u otras organizaciones sociales o resignarse a la pérdida del empleo e intentar reinsertarse en el mercado de trabajo. Hasta aquí, se trata de actitudes en las cuales los trabajadores recurren a las instituciones jurídicas, políticas y económicas para resolver su situación.

La década del 90, sin embargo, fue testigo del surgimiento de una experiencia que se multiplicó durante esos años y en la década siguiente y que se debió, en una primera etapa, a la fuerte desindustrialización producida por el modelo económico neoliberal: la “recuperación de fábricas”. Esta estrategia, desplegada por los trabajadores más vulnerados por el cierre de las empresas en defensa de sus puestos de trabajo, representó una forma innovadora de hacer frente a esta crisis que puso en cuestión la validez de las instituciones jurídicas vigentes para resolver este tipo de situaciones y forzó los límites de las instituciones económicas del sistema económico capitalista.

En efecto, en un número creciente de casos, al retirarse los empresarios resignando la dirección de sus empresas y abandonando las instalaciones productivas, los trabajadores de planta tomaron la iniciativa y asumieron el control y organización del proceso productivo, garantizando, de este modo, la continuidad de la producción y la preservación de los puestos de trabajo. Sin contar por lo general con el esperado apoyo de los sindicatos, los trabajadores autogestionarios constituyeron cooperativas de trabajo y recurrieron a la experiencia y solidaridad de otros trabajadores que habían atravesado el mismo proceso, dando forma a nuevas redes de ayuda mutua que se plasmaron en el Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas.

El fenómeno de las “fábricas recuperadas” coloca en el centro de la discusión pública y académica el problema de los límites y posibilidades de la gestión obrera del proceso productivo. ¿Se trata de trabajadores asumiendo el rol de empresarios que, como tales, no representan ninguna impugnación de las instituciones sociales y económicas de la sociedad capitalista? ¿Puede hablarse de un nuevo paradigma económico a partir del surgimiento de “empresas sociales” organizadas según el modelo de gestión obrera de la producción, cuyo fin no sería el de maximizar las ganancias sino el de crear empleos y valores sociales? ¿Acaso se trata de incipientes experiencias revolucionarias que constituyen los gérmenes de radicales transformaciones del orden social y económico capitalista? ¿O será la autogestión de las empresas por parte de los trabajadores tan sólo una estrategia desesperada para garantizar la continuidad de la producción y la preservación de los puestos de trabajo en las actuales condiciones, sin perspectivas ni aspiraciones de crecimiento, hasta tanto aparezcan nuevos empresarios dispuestos a asumir la dirección del proceso productivo? ¿Son las “fábricas recuperadas” barcos que se mantienen a la deriva a expensas de una tripulación que apenas logra mantenerlos a flote a la espera de un capitán que les dé un rumbo definido?

Las preguntas anteriores y muchas otras que pueden surgir justifican una reflexión sociológica sobre el tema de las “fábricas recuperadas”, recurriendo a autores como Antonio Gramsci, Mark Granovetter, L. Lomnitz, Julián Rebón, y Eduardo Rojas que nos permitirán echar luz sobre la cuestión.