La hora pactada del primer encuentro vía Zoom se acerca. El reloj marca las seis de la tarde. Marcos se cambia la remera y se apresura a acomodarse el pelo. Sin embargo no va a encender la cámara, no es de esas personas. Prefiere esperar que otre lo haga primero para tomar la iniciativa, no quiere ser objeto de burla. Se mira en la cámara del celular antes de entrar al link de invitación. Mide el ángulo y practica cómo se vería tomando el té. Sin dejar de apuntarse con el celular acomoda unos libros detrás suyo: Marx, Nietzsche, Freud, maestros de la sospecha, no casualmente protagonistas de la clase de hoy.
El Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio debido a la pandemia de COVID-19 obliga a docentes y alumnes a encontrarse con un espacio poco conocido en la universidad: las clases virtuales.
Sin duda, es todo un desafío. La tecnología no es una novedad para Marcos pero, hasta el momento, casi siempre la utilizó de manera recreativa sin horarios para hacer una videollamada con amigues ni fechas de entrega para publicar un post en Twitter.
Su celular, computadora y auriculares pasaron de estar únicamente relacionados con el ocio a tener una otra función. En aquellas aplicaciones que Marcos suele frecuentar puede ver, entre las historias de Instagram, cómo se filtran clases en vivo y, en los grupos de Facebook, cómo abundan especialistas en tráfico de PDFs que le garantizan estar al día con las lecturas.
Marcos, una vez conforme con el entorno desde el cual participará de la clase, deja el celular a un costado de la computadora. Se suma a la clase cinco minutos tarde con la cámara y el micrófono desactivados mira cómo la mayoría de sus compañeres se presentan de la misma manera que él.  
Poco a poco se va llenando la sala de Zoom. A algunes se les olvida desactivar el micrófono dejando al descubierto sonidos que a Marcos le provocan risa. Se sonroja de solo pensar que otres escuchen algún sonido de su entorno.
Mantener el micrófono activado significa jugar con el límite de los sonidos hogareños: como su perro ladrando, sus hermanes disputando algún lugar de la casa, el chirrido de una puerta al abrirse. Esto vulneraría su espacio privado. Ese espacio donde se ejecuta todo lo que tiene que ver con él en su ámbito doméstico; donde desempeña los roles de hijo, hermano, nieto y también se manifiesta todo lo que tiene que ver con sus posesiones privadas, intereses, necesidades.

Ahora la casa, el hogar, el lugar al que se considera como propio, renuncia a pertenecer solo a lo privado. Un lugar, un rincón, una habitación, un living a puertas cerradas, se transforma en espacio público durante el tiempo que dure la videollamada. Esto hace aún más difícil resguardar la privacidad y no sentir que se la está invadiendo y obliga a Marcos a ser, siempre, un todo a todo horario.
Le docente casi sin aire concluye con una frase de Nietzsche para luego inclinarse hacia delante y agregar: “¿alguna pregunta?”. Marcos tiene miles pero espera que otre rompa el hielo.
Esto último parece que jamás sucederá. El silencio se hace eterno. Las cámaras desactivadas solo agravan el momento. Marcos mira la parte inferior de su pantalla. Los minutos corren pero nada.  La sonrisa nerviosa de le profesore lo pone en su lugar e imagina la incertidumbre de no saber quién se encuentra del otro lado, si te escucha, si te ve, si te saca una foto o se está riendo. De todos modos, finge hacerse el distraído de la situación.
Le profesore reacciona en busca de una salida rápida para irrumpir la tensión que se había generado. En un tono amable invita a sus estudiantes a que activen las cámaras. Les primeres en tomar la iniciativa son les más grandes. La mayoría, a medida que se van dejando mostrar, asoman su mano a la cámara en forma de saludo. Luego les más jóvenes se van animando por tandas hasta que, por fín, solo quedan unes poques sin mostrar la cara. Una vez todes presentades, le profesore con menos entusiasmo que la primera vez reformula la pregunta.
El pedido del docente parece en vano. Entre todes se miran las caras y Marcos se re acomoda en la silla. En las aulas virtuales no hay una última fila donde escabullirse, ni manera de evitar cruzar miradas con sus compañeres o que estes, por un error, se enteren más de lo que él se anima a mostrar tanto en las clases como en las fotos meditadas de Instagram.
Marcos confirma que su micrófono está desactivado pero, cuando se dirige a corroborar que está prolijo, una voz que no reconoce lo distrae. ¡Un micrófono se había activado! Y no es el último. 

Ahora sus ojos van de acá para allá contemplando los diversos escenarios a medida que les compañeres van realizando sus respectivas preguntas. Algunes oyentes asienten con la cabeza, otres se entretienen tomando alguna infusión o simplemente se limitan a estar presentes.  

Une a une van haciéndose escuchar dando lugar a miles de preguntas aunque ninguna está relacionada con la duda que Marcos tiene en mente. Entrecierra los ojos evaluando la situación: es ahora o nunca. Toma aire y se asegura con la mirada que la puerta esté cerrada. Su pie izquierdo tiembla involuntariamente y su mano transpira sobre el mouse. Le profesore termina de responder a su compañere. Desactiva el micrófono con rapidez y hace la pregunta con la voz entrecortada como si hubiese corrido una maratón.
Apenas le docente comienza a responderle, el perro ladra, sus hermanes gritan y una de las quince puertas de su casa se abre. Marcos alza la voz para agradecer la respuesta  y desactiva el micrófono rápidamente con los dientes levemente apretados. “Nunca más”, piensa y permanece en silencio ante el resto de la clase.

 “Nos quedan siete minutos, ¿comentarios finales?” Pregunta le profesore.
El ruido de lo que parece un lavarropas penetra los oídos de Marcos. Se paraliza de solo pensar que proviene de su casa, pero no es suyo sino de otre compañere. Le dueñe del ruidoso lavarropas se disculpa sin darle demasiada importancia y cuestiona en voz alta un párrafo del texto que debían leer para hoy.      

Su aspecto acompaña el tono desvergonzado de su voz. Cabello alborotado, labios a medio pintar, mejillas sonrojadas, cara adormilada y el ceño a medio fruncir. En el fondo, un pañuelo verde reposa sobre el marco de un cuadro de Evita que está torcido hacia la derecha. Todes parecen pasar por alto lo que para él es una evidente causa de risas. Marcos desconcertado apoya la cabeza sobre su mano y relaja los hombros. Al final, puede que tal vez, todes estén frente a la misma desnudez. 


*Las ilustraciones de este dossier pertenecen a @agustincomotto

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