Las ciencias sociales y la literatura comprenden formas de redactar y objetivos de comunicación diferentes. En su comparación, la autora evidencia las limitaciones y potencialidades de estas dos maneras de concebir y proceder con la escritura.

Las ciencias sociales desnaturalizan, desarman, deconstruyen. “No es natural”, texto canónico de primeras clases de sociología busca despertar al estudiante, incomodarlo. Le recuerda que todo lo que hace a diario podría ser de otra manera. Comer, dormir, trabajar, viajar en colectivo. Toma de conciencia de quien se introduce en las ciencias sociales. Pérdida de ingenuidad. Acto iniciático. Ahora cada vez que estás viendo una película vas a estar pensando que no la elegiste, que te fue impuesta por la cultura, por un sentido social del gusto. Existen reglas, códigos y hechos para explicar, desgranar y comprender. Romper con el sentido común: eso hacemos los sociólogos. Eso dicen en la primer clase de Introducción. Romper. Hacer sociología como acto rupturista. ¿Y el sentido? ¿Hay un sentido que es común? ¿Común para quién? Es lo que hacemos sin cuestionarnos, y que justamente por eso, nos permite vivir.Qué sucede con la escritura literaria? La operación se invierte. Si las ciencias sociales desnaturalizan la vida social, la literatura la naturaliza, porque requiere hacerla creíble. Los sociólogos o antropólogos están más próximos a la figura del detective social, mientras que el escritor literario a la de un arquitecto: construye mundos, escenas, espacios, personajes. Ubica objetos. Arma la maqueta del mundo social y le da sentido, para que parezca verosímil, natural, orgánico. Si esto no sucede la maqueta, el edificio social, se desvanece.En mi primera experiencia de taller literario estaba preocupada por “mostrar” cómo era la vida cotidiana en un ente estatal. El arte de la narrativa radica en hacer natural y creíble el mundo planteado, de manera de borrar los rastros de escritura. Mi maestro me decía que no importaba cómo era en la “realidad”, si un hecho pasó o no pasó, si no que fuera verosímil y que se contara una historia atractiva. Si planteamos una sociedad donde está prohibido tomar mate, ese mundo tiene que ser presentado de tal manera que nos creamos que existe una disposición gubernamental que lo reglamente, nos parezca natural y no lo cuestionemos. El arte de la narrativa radica en hacer natural y creíble el mundo planteado, de manera de borrar los rastros de escritura. Que el lector no perciba que está leyendo, si no que se sienta en una oficina, un barrio, una escuela o, incluso, en otro planeta.¿Qué implicancia tiene darnos cuenta de la rutinización de nuestras acciones y de que no podemos estar constantemente cuestionando qué hacemos y por qué lo hacemos? Las ciencias sociales operan a partir  del desencantamiento, al desmenuzar procesos y construcciones sociales. ¿Perdemos así la ingenuidad? ¿nos volvemos escépticos? Nos dicen que si nos enamoramos no lo hacemos libremente, que estamos socialmente condicionados a elegir un compañero o compañera de determinada clase social, con determinados intereses en común. En cambio, la literatura opera a partir del encantamiento. Nos encantamos porque tenemos la libertad de construir el amor, los vínculos, la maqueta o edificio social que cuadren mejor para contar la historia. Podemos hacer nacer, hacer morir. Hay encanto porque hay libertad de creación. Claro que la literatura también se rige por reglas y códigos en disputa que condicionan las formas posibles de narrar. A su vez, quienes investigan desde las ciencias sociales movilizan la imaginación para construir un objeto de estudio. Aun así, el abanico de opciones y recursos de la escritura literaria ofrece una apertura mayor en términos expresivos: podemos hacer reir, hacer llorar, hacer enojar. En una novela o cuento el escritor que realiza una crítica social no suele hacerlo a partir de la presentación explícita de una argumentación, sino más bien, a través del humor. El ensayo y la crónica son quizá los géneros más amables y permeables a la fusión y enredamiento de las ciencias sociales y la literatura. Una argumentación puede escribirse de manera irónica, lírica, vertiginosa, musical o poética, al tiempo que la descripción densa de un espacio social involucra el uso de metáforas, detalles sobre el espacio, los objetos, los diálogos y las acciones de los personajes. En un festival Cristian Alarcón y Leila Guerreiro debatieron sobre los límites de ficcionalizar la crónica. El mundo real y la ficción se cruzan, y no resultan tan claras sus fronteras ¿Resignamos algo de realidad para contar una buena historia? Más allá de esta vieja controversia, la construcción de un relato se realiza siempre desde un recorte que es subjetivo y que depende de la posición del autor.La escuela norteamericana de ficción aconseja: mostrar, no explicar. No cuentes que un personaje está triste. Describí sus gestos, expresiones, su forma particular de estar triste. Observar minuciosamente el detalle es un rasgo que acerca a los escritores de ficción con los etnógrafos. Encontrar lo maravilloso en lo cotidiano.En la literatura abundan los lugares comunes, frases del estilo “me invadió la tristeza”. Lo mismo las ciencias sociales: “El modelo neoliberal se impuso”, por ejemplo. Son convenciones, frases hechas que funcionan y que se usan indistintamente, muletillas que resultan cómodas y tranquilizadoras, pero que muchas veces expresan poco, son muy generales y aplicables a distintos textos.Una observación y descripción profunda y densa de la realidad social permite dar cuenta de la particularidad de un fenómeno, distanciarse de los lugares comunes o las frases hechas. Una observación y descripción profunda y densa de la realidad social permite dar cuenta de la particularidad de un fenómeno, distanciarse de los lugares comunes o las frases hechas. Hebe Uhart destaca que las personas que se inician en la escritura de ficción por lo general desean escribir sobre temas amplios y abstractos como la libertad, la justicia, la desigualdad. Hebe propone empezar a bucear en lo particular, lo sensible, en la caja de herramientas que tenemos a mano. ¿No sucede lo mismo con los tesistas que comienzan a investigar? ¿No hay acaso por parte de los estudiantes un deseo de realizar una tesis importante, que revolucione el pensamiento social? “Recorten” recomiendan profesores y directores. Recortar no es más que enfocar el lente para captar con precisión un objeto. Requiere de una intuición particular para encuadrar lo socialmente relevante, lo cual se aprende haciendo, en la práctica. El manual de metodología o de escritura no nos enseña a hacerlo, nos puede guiar con pautas, pero no nos convierte en buenos investigadores o escritores.¿No son las aguafuertes de Roberto Artl textos sociológicos? Artl no estudió la carrera de Sociología pero demostró tener una sensibilidad especial para captar el detalle, lo socialmente relevante, construir retratos sociales, describir espacios, personas con pocos trazos. ¿Y Horacio González? ¿no escribe acaso una literatura sociológica? ¿cuánto de su figura corresponde a la de sociólogo y cuánto a la de escritor? ¿Realmente importa? Hay una forma creativa de acercarse al mundo social que no se aprende en libros, carreras de grado o posgrado. Se desarrolla en el oficio de observación, lectura y escritura, como un carpintero, que aprende a tallar madera haciéndolo. Si hace unos años escribir literatura no estaba en mi horizonte de posibilidades, menos aún pensaba que podía hacerlo en un género fantástico. De esta manera pude narrar con humor e ironía, algo que no hubiera sido posible en un artículo científico. En el proceso de escritura de una novela sobre los vínculos humanos en un ente estatal, no solo necesité ficcionalizar, llegó un momento en el cual, tal como planteó Cortázar, la realidad se me volvió tan enrarecida que el realismo no me alcanzó para dar cuenta de lo quería contar. ¿Me alejé entonces de las ciencias sociales? Con el tiempo entendí que no. Me aproximé desde otro ángulo. Encontré una sensibilidad que desconocía y que me sirvió para romper con el sentido común del abordaje del trabajo estatal. Pude relativizar, por un lado, la imagen de un Estado omnipresente, todopoderoso y kafkiano; y, por el otro, la de personas aburridas que se pasan el día tomando mate en una oficina. Me sumergí en los vínculos humanos que construyen un ámbito laboral estatal en la cotidianidad. Claro que el descubrimiento no vino esta vez de la mano del desarrollo de una investigación científica, pero sí de una mirada social. Amplié mi horizonte de saberes sobre un ente estatal y los vínculos sociales que allí se entablan a partir de la literatura, pero desde una reflexividad sociológica. De esta manera pude narrar con humor e ironía, algo que no hubiera sido posible en un artículo científico.En el taller de Escritura y Argumentación un estudiante cuenta que siente que la escritura académica lo “encorseta”, le coarta la libertad. ¿Qué lugar ocupa la creatividad y la libertad en la escritura en Ciencias Sociales? ¿De qué manera nos animamos a poner en movimiento la pasión y la imaginación en un universo de publicaciones con formatos determinados regidos por patrones estandarizados? ¿Cómo incentivar una escritura atenta al detalle y lo particular cuando las publicaciones hegemónicas promueven criterios contrarios? La clave está en arriesgar. La escritura que no bucea, que no se interroga, que no se comparte, corre el riesgo de repetir fórmulas y quedar en un universo acotado de lectores académicos.Me pregunto por qué entre colegas no nos leemos en voz alta. ¿Por qué no compartir la palabra escrita desde la oralidad, escucharnos y reescribirnos antes de una instancia de evaluación? ¿Por qué no reflexionamos sobre nuestras escrituras, tal como lo hacemos respecto a nuestras investigaciones? ¿Por qué en las entrevistas a los investigadores sociales no se les pregunta por el proceso o la “cocina” de escritura de una tesis, un libro, un artículo o un ensayo? ¿Será porque quienes están socialmente legitimados para hablar sobre la práctica de escribir son los novelistas, cuentistas o poetas?Defiendo con uñas y dientes (disculpen el cliché) los talleres de escritura: sean de tesis, académicos o literarios. Espacios de aprendizaje colectivo. Me interesan política, pedagógica y literariamente. Suspendamos las discusiones sobre límites o fronteras entre géneros y formas de conocimiento social, para construir maneras originales de escribir y de pensarnos escribiendo.No me siento cómoda con las clases magistrales. No cuestiono a quienes eligen esta forma de ejercer la docencia. Admiro la capacidad de exposición de ciertos colegas, que pueden mantener la atención de estudiantes durante dos horas seguidas y transmitir ideas complejas de forma clara y didáctica. Me siento más a gusto en los espacios donde se expresan múltiples voces, no siempre armónicas, y donde el saber se construye en un marco de mayor incertidumbre. En los talleres aprendo de los estudiantes, como docente no siempre hago el comentario más adecuado o inteligente. Me gusta escuchar, empatizar para después corregirnos y reescribirnos, con sensibilidad e imaginación colectiva. Así desarrollamos un vínculo, que no implica amiguismo, ni benevolencia, pero sí una construcción de saberes.Es en la práctica de escritura que saberes, esferas del conocimiento y estilos se cruzan, se entienden y desentienden, se encuentran y desencuentran. Suspendamos las discusiones sobre límites o fronteras entre géneros y formas de conocimiento social, para construir maneras originales de escribir y de pensarnos escribiendo. Reflexionemos colectivamente, asumamos más riesgos, aunque, como plantea Eduardo Grüner, para referirse al ensayo, metamos la pata hasta el caracú. Comparto con algunos estudiantes y graduados del Centro Universitario de San Martín que funciona en la Unidad Penal 48 de José León Suárez, la necesidad de producir una sociología vital, desde las tripas, corporal, visceral. Imprimamos nuestra escritura de esa pasión, no la dejemos encorsetada en formatos rígidos, modelizados y reproductivistas.

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