Durante el intento del gobierno de sesionar la reforma previsional muchos se movilizaron a la Plaza del Congreso. Fueron a defender a los abuelos y a los chicos, a los más vulnerables. Lejos quedó aquella máxima “los únicos privilegiados…” y ya, entre tanto ruido, es difícil recordar qué seguía. Unos se encontraron con los otros, con una larga valla cubierta de gendarmes. Sin poder llegar ni volver, Simone, una estudiante quiso contar. Su relato muestra lo que Uranga anticipa en el diario de hoy, una democracia ficticia, que hace oídos sordos y sentencia cualquier voz que se alce en forma discorde. Una democracia sitiada no es democracia.Hoy tomé el tren de la línea Roca al mediodía, desde Constitución a la Plaza Congreso. Éramos muchos, íbamos enojados, con ganas de llegar a la plaza. Todos queríamos decirle que no a la reforma. Pero bajando del subte C en la estación Moreno el panorama era otro, ya la gente parecía más cauta.

Agarré la calle Lima y a medida que caminaba veía cómo los policías se armaban con balas de goma y gases lacrimógenos en sus camionetas. Caminando, comencé a sentir un ardor en la garganta y en los ojos. Nunca había sentido algo así. Ahí escuché: “ya empezaron con los gases en la Plaza y están cagando a palos a la gente”. La voz era de un militante de ATE a sus compañeros.

Me empecé a preocupar y sin saber qué pasaba traté de comunicarme con mi mamá. Me dijo que no siguiera y me confirmó lo que estaba pasando, que efectivamente la columna en la que estaba se rompió porque tuvieron que correr de la policía.

Mientras caminaba tratando de encontrarla veía a las organizaciones cuidar a los jubilados, a los chicos, a las mujeres embarazadas. Muchos no paraban de toser, tenían los ojos rojos. Vi  compañeros y compañeras gritando para que alguien les comprara limón para comer y ponerse debajo de los ojos. Había personas vomitando y desmayadas. Un verdadero campo de batalla, pero donde los únicos caídos eran los nuestros.

Cuando encontré a mi mamá nos refugiamos en su lugar de trabajo. Salimos recién cuando dijeron que se levantaba la sesión. Salimos a festejar junto a los miles que estaban todavía en las calles. Pero tuvimos que volver a correr y esta vez nos tocó de cerca: íbamos cantando y festejando hasta que nos tiraron con gases. A nosotros, que volvíamos  a nuestras casas. Empezamos a toser hasta ahogarnos, no podíamos dejar de llorar. La gente se nos acercaba y nos tiraba agua en la nuca y nos daba limones para pase el malestar. No hubo distinciones entre peronistas o de izquierda, ATE, CGT. Todos trataron de ayudar a quien encontraban caído, lastimado o con ataques de tos.

A eso de las seis de la tarde queríamos volver a nuestros hogares, con los ojos rojos, la garganta seca y un sabor amargo pese a la postergación de la sesión. Sin embargo, la jornada no terminó ahí. Por la calle Yrigoyen nos tuvimos que esconder en un bar. Al lado nuestro cuatro policías en moto pararon y se pusieron a golpear a un pibe.

“La democracia sitiada necesita de las fuerzas de seguridad en la calle, de la represión contra quienes opinan distinto para acallar la protesta. Frente a la falta de argumentos, se recurre a la fuerza. Pero también es la manera de instalar el miedo no solo por la violencia física, sino como forma de amedrentar a quienes ensayen la autodefensa de la manera que sea, incluso con las ideas. La democracia sitiada no es democracia.” Washington Uranga, Página 12, 14 de diciembre de 2017https://www.pagina12.com.ar/82686-democracia-sitiada

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