Es interesante -y hasta paradójica- la convivencia de operaciones mediante las cuales una sociedad puede darle diferentes sentidos a una misma causa, aunque no esté totalmente convencida de ella. Raphael, científico social brasilero por la Universidad Federal Fluminense e hincha de Belgrano, analiza cómo los partidos políticos, grupos y movimientos sociales de izquierda en el Brasil de hoy, se reencuentran para defender la libertad del ex presidente Lula da Silva, con la firme intención de ir más allá, mucho más allá, de la mera simpatía por el Partido de los Trabajadores.Fue desde los hombros de mi papá que tuve el primer contacto con el lulismo. No sabía muy bien lo que pasaba, pero las banderas rojas flameando eran un atractivo, además de la cantidad de gente con sus camisas y pañuelos escarlatas. Cantaban, gritaban, charlaban, siempre caminando. Pero lo que a mí me sonaba a diversión, para mi papá y el resto de los allí reunidos, emanaba seriedad. “Lucha”, aprendí a decir entonces. Las marchas que antecedieron a la primera elección presidencial después de la dictadura contenían un sabor a libertad. Votar a los candidatos de distintos espectros políticos después del terror de los “años de plomo” significaba, por fin, sentir la democracia y las instituciones funcionando a favor del pueblo.Vencer la disputa electoral no sería fácil para ninguno de los candidatos. Sobre todo para el líder operario salido del Sindicato de Metalúrgicos de la ciudad de São Bernardo do Campo, en el estado de São Paulo. Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), logró,  después de tres derrotas, ser electo Presidente de la República Federativa de Brasil. ¿Pero es posible decir que el Lula que llegó a la Casa Rosada brasilera en 2002 era el mismo que aquel de los años 80? ¿Es aquel Lula, el mismo que desde 2013, está siendo perseguido por los principales grupos mediáticos del país? Para entender lo que está pasando en Brasil y las repercusiones del encarcelamiento de Lula, ofrezco una rápida lectura de los hechos. No propongo un análisis de coyuntura, ni tampoco una crítica a los gobiernos “petistas”, sino que me interesa traer elementos para discutir la necesidad de defender al ex presidente de la saña de los grupos que él mismo no enfrentó. La llegada de Lula a la Presidencia en 2002 ocurrió tras alianzas electorales y sociales con sectores de la burguesía. A pesar del nombre, la Carta al Pueblo Brasileiro de Lula fue direccionada más al mercado que al pueblo, para aplacar la angustia del empresariado, además de su miedo a un gobierno de izquierda. Si el año 2002 se inicia con la inquietud del mercado tras la posibilidad de que Lula ganase las elecciones, una vez electo, la Carta al Pueblo Brasileiro marca la opción de la política económica lulista -es decir, la continuidad de la del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, su antecesor-. La política de “conciliación de clases” del lulismo refleja el abandono del proyecto socialista que era la marca del PT. Fue en 2003 que entendí cómo la supervivencia de los gobiernos en general y el de Lula en particular, dependen, en buena medida, de lidiar con las luchas clasistas. Ese mismo año, mi papá bajó su bandera roja con la estrella blanca que llevaba a donde fuera. Un análisis del Brasil actual no puede hacerse sin considerar a Lula y al lulismo. Son innegables los avances y las conquistas del gobierno petista, sobre todo para las poblaciones históricamente marginadas de ciertos espacios y privadas de ciertos derechos, como los son el acceso a la educación pública superior, al crédito, o los bienes de consumo, entre otros.
Sin embargo, tenemos que alertarnos sobre el agotamiento de la experiencia lulista – o, al menos, aquella petista, ya que el lulismo extrapoló la propia figura del presidente –. A pesar de la utilización repetida o intencionalmente equivocada de la palabra “golpe” dentro de una disputa de narrativas, se puede decir que lo que pasó en Brasil sí fue un golpe: no contra Dilma Rousseff, ni tampoco contra el PT, sino contra los derechos sociales y laborales. Desde la expulsión de Dilma en 2016, el gobierno interino de Michel Temer y sus secuaces están destruyendo los derechos conquistados con mucho sudor por la clase trabajadora. Esto se evidencia, por ejemplo, en la aprobación de la “Reforma Trabalhista”. Si el gobierno petista era criticado por no haber enfrentado el capital, el gobierno interino y su política de austeridad se ajustan al capital siempre que les es posible, agudizando los ataques a los derechos sociales y laborales. Además de eso, la desnacionalización y la privatización de todo lo que tengan a su alcance, se volvió un hábito. La desindustrialización y la producción para el mercado extranjero son también una marca de estos tiempos.Más aún: el golpe sigue por los recursos naturales, por la posibilidad de compra de tierras por parte de extranjeros y la venta de los sectores petroleros. Es el caso de la temerosa “Reforma da Previdência”, tan deseada por los buitres, es decir, por los congresistas y grandes empresarios.Algunas medidas, sin embargo, están frenadas y una interpretación es la siguiente: se acercan las elecciones en octubre, así que existe un temor por las medidas antipopulares. La burguesía que fomentó el golpe siente miedo acerca la posibilidad de que Lula sea candidato. Cuando todavía se gestaba el golpe, se llevó a cabo un “pacto nacional con el Supremo Tribunal Federal” en alusión a palabras del senador Romero Jucá, del PMDB, partido del cual forma parte Temer. La burguesía, a través de sus portavoces, incrementó una persecución mediática-jurisdiccional que fue marcada por la selectividad y el autoritarismo de los jueces de Lula, además de la pobreza del conjunto probatorio. El ex presidente Lula, que estaba liderando las encuestas respecto al electorado, de cualquier modo, no puede ser candidato. La prisión del referente del PT tuvo lugar en Curitiba, en el sur de Brasil, el día 6° de abril de 2018. Preso político. A pesar de las posibles críticas, partidos políticos, grupos y movimientos sociales de izquierda se ponen manifiestamente en contra de la persecución y la prisión del ex presidente: defender a Lula es defender al Estado Democrático de Derecho. Defenderlo, superando la experiencia petista y agrupando las fuerzas de izquierda, significa la defensa del funcionamiento de las instituciones democráticas. Su discurso del último viernes en la sede del sindicato donde tuvo inicio su vida política, marcó el reencuentro de Lula con los movimientos sociales y los partidos de izquierda que eran críticos declarados del lulismo.

La construcción de un frente de izquierda es un tema que gana cuerpo. ¿Sería el proceso electoral sin Lula un fraude? ¿Poseería Lula suficiente capital político como para ser reelecto? ¿O dejaría un posible sustituto? La niebla aterriza sobre el futuro, pero algunas cuestiones necesitan, en fin, ser debatidas abiertamente. Eso resulta imprescindible en el Brasil de hoy, sobre todo considerando el (re)surgimiento de grupos fascistas y de simpatizantes manifiestos de la dictadura. Para ello, contamos con nuestras hermanas y hermanos latinoamericanos. A mi papá, le di una nueva bandera roja.

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